Hungría recuerda la historia de «los reyes sin reino» en España
El Cervantes acoge un coloquio sobre la diplomacia de las casas reales exiliadas
La Guerra Fría convirtió algunos rincones de Europa en refugios cálidos para miles de personas. Ayer, el Rey Simeón II de Bulgaria, el Archiduque Jorge de Habsburgo y el Conde Piotr Potocki hablaron del papel de sus casas reales y legaciones en aquella España que los recibió con los brazos abiertos, dentro de un coloquio organizado por el Instituto Cervantes, la Embajada de Hungría y la Escuela Diplomática.
«España fue nuestro país de acogida en momentos muy difíciles para nosotros», explicó el Rey Simeón II de Bulgaria. En la mesa redonda «Casas Reales y legaciones de Europa Central y Oriental al servicio de sus comunidades en España durante la Guerra Fría», moderada por el Adjunto al Director de ABC, Ramón Pérez-Maura, la charla giró en torno a la anomalía diplomática que se produjo en los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, cuando numerosas casas reales y gobiernos depuestos se vieron forzados a alejarse de la alargada sombra de la URSS. «Actuamos como una mezcla de Cruz Roja, centro cultural y embajada para los búlgaros que se encontraban en Madrid», apuntó el Monarca.
También en el caso de Otto de Habsburgo, hijo del último Emperador de Austria y Rey de Hungría, su influencia política en el sur de Europa se puso al servicio de miles de refugiados. «Mi padre no podía regresar a su país. Solo tenía la opción de ayudar a los húngaros que estaban fuera como él», aseguró Jorge Habsburgo sobre la compleja posición de su padre en la posguerra.
España y Polonia se pasaron más de cuarenta años sin dirigirse la palabra de forma oficial. Sin embargo, por iniciativa de un incansable aristócrata se pudo mantener una vía diplomática alternativa, una auténtica embajada para los exiliados. En este sentido, el Conde Piotr Potocki, hijo del Conde Józef Alfred Potocki, jefe de aquella delegación Polaca, puso en valor este lunes el trabajo de su padre para miles de polacos atrapados en territorios extranjeros.
La otra mesa redonda de este coloquio con el nombre «Reyes sin reinos, diplomáticos sin relaciones diplomáticas» sirvió como presentación del libro de Kata S. Gyuricza y Péter Gyuricza «Ferenc Marosy. Un embajador real en Madrid 1949-1969», editado por la Embajada de Hungría. «El libro es fascinante y recuerda mucho a la delegación republicana de España en México», comentó al respecto Pérez-Maura. Una biografía sobre el hombre que mantuvo abierta la Real Embajada en Madrid entre 1949 y 1969. Un edificio que no representaba a ningún Estado, pero que Franco reconoció como la única y legítima representación húngara. Hernán Zin (Buenos Aires, 1971) vivió el año pasado «el peor momento» de su vida. Acababa de separarse y, tras decidir que abandonaba el reporterismo de guerra, no sabía cómo avanzar. Entonces, decidió ponerse a escribir. Se encerró un mes en casa y se colocó frente al espejo literario, su otra gran pasión. El resultado es «Querida guerra mía» (La Esfera de los Libros), una novela valiente, llena de fina e inteligente ironía, que refleja el absurdo de los conflictos armados. En ella, Rodrigo Rey, un prestigioso reportero, es enviado a Gaza con un peculiar y desastroso equipo. Una vez allí, el Mundial de Brasil arranca y copa los titulares, frente la desesperación del que fue a la guerra para contarlo.
«Sobre todo, lo que hago es reírme de mí mismo y de nuestro trabajo», confiesa Zin. Reportero de guerra, escritor y documentalista, curtido en más de cincuenta países de América Latina, África y Asia, reconoce que este libro le salvó la vida. «Fue un acto de terapia, de vomitar, de quedarme con anécdotas muy divertidas que me han pasado en mi profesión, de no tomarme tan en serio las cosas que nos pasan. Ese es el espíritu de la novela». Para ello, se inspiró en la serie de televisión «MASH», protagonizada por Alan Alda en los 70, y en el libro «Trampa-22», de Joseph Heller. «La guerra tiene un punto absurdo, y cuando lo vas viviendo se te va quedando marcado. El mismo punto de partida es rídículo: por no hablar, se matan». Aunque la historia que cuenta rebosa comicidad, llega un momento en el que vas pasando las páginas y, tras esbozar una sonrisa, rompes a llorar. «El humor es un recurso que nos salva. No quería quitarle seriedad a la guerra. Yo soy el primero que ha llorado mucho «No quería quitarle seriedad, yo soy el primero que ha llorado y sufrido en Gaza, pero el humor nos salva» Pero «Querida guerra mía» tiene otra lectura. Las peripecias de Rodrigo Rey son una suerte de metáfora del estado actual del periodismo. «Lo que le pasa a él nos pasa a todos los que amamos esta profesión: queremos hacer cosas, pero no podemos porque todo lo tenemos en contra. Contar historias hoy en día con rigor y pasión está muy poco recompensado». Pese a todo, Zin se declara «optimista» y cree que aún disponemos de «muchos vehículos» para poder narrar. Lo que tiene claro es que con esta novela se despide de la guerra. «Nunca más volveré. Basta, no puedo más. Yo ahora me paso a la ficción», remata.
El escritor y cineasta Hernán Zin