ABC (Nacional)

El lado oscuro de Magallanes

El Congreso de Valladolid constata la complejida­d del portugués, que no puede eclipsar a Elcano

- JESÚS GARCÍA CALERO

Fernando de Magallanes tuvo una visión. Partía de un conocimien­to directo de las costas asiáticas –tras muchos años de servicio al Rey de Portugal– y del aviso de un posible pasaje al sur de la Tierra Firme hacia el Pacífico. Tuvo además mucha fortuna, después de que Manuel I rechazase su proyecto, pues accedió muy pronto al joven Rey español, Carlos I, y logró en menos de dos años el respaldo a su proyecto de viaje a las Indias orientales que a Colón le había costado nueve años conseguir. También tuvo mucha suerte porque su historia la contó Pigafetta, el aventurero italiano que escribió una crónica del viaje de la primera vuelta al mundo en la que Magallanes era el héroe y Elcano el hombre al que había que derribar. Pigafetta le odiaba. Zweig y muchos otros agigantaro­n su figura durante siglos. Pero ahora sabemos que no ha escapado a sus sombras.

La historiado­ra norteameri­cana Carla Rahn Phillips abrió ayer con su ponencia el melón del lado oscuro de Magallanes. No es un juego simple ni dual, sino una aproximaci­ón rigurosa a una figura de enorme complejida­d, como mínimo. «Los historiado­res tienden a favorecer a Magallanes en los conflictos que se registraro­n. Le pintan como marinero experto, dueño de una visión, sometido a grandes dificultad­es que le procuraron burócratas y cortesanos españoles, ignorantes de la vida marítima», dijo la historiado­ra.

No escuchó a los capitanes

Hay que recordar –como hizo Rahn– que mantuvo el rumbo secreto contravini­endo las órdenes expresas del Rey y los usos de las expedicion­es españolas: «Que todo lo que hobierdes de facer que toque a nuestro servicio, lo hagais tomando el parecer de las dichas personas [los capitanes], e con su acuerdo e seyendo todos juntos e conformes para ello…». Son instruccio­nes dadas el 8 de mayo de 1519, que subrayan el control real de la Expedición.

El académico Juan Gil había demostrado en su ponencia la microhisto­ria de cómo se muñeron voluntades y se traficaron influencia­s en la corte para apoyar a Magallanes, «un gran hombre sin duda» que daba entonces su mejor cara, con piel de cordero. Pero tras salir de Sanlúcar, según Carla Rahn, mostró una cara distinta, que acumuló tensiones hasta el estallido de la conjura en San Julián. Se saltó todas las reglas, fue tiránico, no permitió ni preguntas, guardó en secreto el rumbo y no consultó con los capitanes, algo indispensa­ble para el buen gobierno y la mejor defensa para superar los conflictos. Por eso toda expedición llevaba escribanos y representa­ntes de la burocracia real. Esa situación irregular justificab­a en parte la conjura, según los historiado­res. Tras el alzamiento fue desmedido. Condenó a 40 hombres a muerte. Sustituyó cargos para imponer a portuguese­s que iban con él y a familiares. Si hubo proceso, no ha dejado documento alguno. Ejecutó sumariamen­te a dos capitanes: «Luis de Mendoza fue descabezad­o y descuartiz­ado. Gaspar de Quesada afrontó el mismo destino. Sus cuerpos fueron puestos en una horca para pudrirse los cinco meses que esperaron a que pasara el invierno austral para recordar constantem­ente que nadie podía desafiar a Magallanes. Eran los oficiales máximos en la cadena de mando. Habían sido nombrados directamen­te por Carlos I». A Juan de Cartagena, veedor al que el Rey había puesto al mismo nivel de mando que Magallanes, no se atreve a matarle. Le abandona en una pequeña isla sin posibilida­d de sobrevivir. Allí su rastro se pierde. Luego, conmu-

tó el resto de sentencias para usar a los condenados, incluido Elcano, en los trabajos más duros en la reparación de las naves.

Ahora está más determinad­o que nunca a culminar la misión con éxito. Sabe que tendrá que justificar sus acciones al regresar a España, recuerda Carla Rahn. Así que el 21 de noviembre de 1520 consulta por fin a los capitanes a la hora de explorar el Estrecho que finalmente descubre, como si hubiera aprendido que debía cumplir el mandato del Rey. Los oficiales apoyan la exploració­n y la navegación por el océano más grande del mundo, entonces desconocid­o.

Sombrío delirio

Enferman, padecen, resisten, aparece el temido escorbuto. Y al llegar a Mactán, Magallanes vuelve a mostrar un sombrío delirio, al interponer­se en una querella local que acaba en batalla y finalmente le cuesta la vida el 27 de abril de 1521. Contravien­e otra vez las órdenes del Rey, baja del barco y muere acribillad­o. ¿Y la misión?

Si no fuera por Juan Sebastián Elcano no habría concluido con éxito. Se habían desviado de su destino en Molucas Y una vez llegados allí y firmados acuerdos con los reyezuelos de las islas, había que regresar y contárselo al Rey. Elcano sabe que no podrá volver por el Pacífico y decide seguir hacia el oeste.

Carla Rahn tiene claro que «muchos biógrafos desprecian contribuci­ón de Elcano al éxito de la expedición pero su liderazgo fue crucial durante el año final del viaje. Merece la fama y las mercedes que recibió. Su declaració­n contra Magallanes en la encuesta oficial reglamenta­ria tras el regreso puede entenderse también como una defensa de las normas y reglamento­s legales de todas las expedicion­es españolas». La historiado­ra añade que la misión del portugués fracasó en cierta medida, porque las Molucas estaban al final en la zona de influencia portuguesa. El verdadero activo fue la vuelta al mundo, obra de Elcano.

Irónicamen­te, según señala la historiado­ra, «si Magallanes hubiera continuado sirviendo a Manuel I y hubiera sido reenviado a Asia, no habría habido expedición. Y si hubiera sido mejor líder, ni la conjura de San Julián ni su muerte en Mactán habrían ocurrido. Se habrían evitado y no sabríamos nada sobre Elcano».

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DE LAS HERAS De izquierda a derecha, Francisco Fernández, Carlos Martínez Shaw y Carla Rahn, ayer en Valladolid

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