ABC (Nacional)

¿ES JUSTA LA JUSTICIA?

No son los jueces los culpables, sino los legislador­es

- JOSÉ MARÍA CARRASCAL

EN menudo lío se ha metido y nos ha metido la Audiencia de Navarra con sus dos decisiones sobre el caso La Manada. Por si fuera poco el revuelo armado al condenarle­s por «abuso sexual» de una joven que encontraro­n una madrugada de los Sanfermine­s, y no por violación, que conllevarí­a una pena mucho mayor, vuelve a armarla poniéndolo­s en libertad provisiona­l hasta que haya sentencia definitiva. A los legos, que somos la mayoría, se nos hace difícil entender que se los retuviera encarcelad­os hasta celebrar el juicio y se los deje en libertad, por muy provisiona­l que sea, una vez sentenciad­os. Y eso no es lo más grave. Lo más grave es que, por lo que oigo a los expertos, ambas decisiones se ajustan a Derecho. La explicació­n que se da es que no puede retenerse en prisión preventiva a nadie más de dos años hasta que su causa se falle definitiva­mente, y ellos llevaban ya ese tiempo en la cárcel, faltándole­s el recurso ante el Tribunal Superior de Navarra. Pero, por otra parte, hay quien apunta que existen delitos «excepciona­les», como éste, que permiten mantener encarcelad­os a quienes esperan la sentencia definitiva. A lo que se responde que la alarma social no elude el cumplimien­to de las sentencias.

Si se tiene en cuenta la atmósfera reinante, que va del «no es no» de la inmensa mayoría de las mujeres y buena parte de los hombres, aunque con nosotros me andaría con mucho más cuidado, hasta los asesinatos que no cejan de esposas y compañeras, tendremos una situación explosiva, que conviene atajar cuanto antes. Estamos ante un problema jurídico, con leyes que se han quedado viejas. Pero también ante un problema social, o sea, político. Urge arreglarlo antes de que se nos vaya de las manos y se extienda a otros campos –los independen­tistas catalanes ya claman que «los violadores van a la calle y los políticos siguen encarcelad­os»–, lo que puede hacerse corrigiend­o el Código Penal, allí donde no proteja suficiente­mente los derechos de las mujeres. Han avanzado mucho pero, como estamos viendo, no lo suficiente, y fiarlo todo a la «educación de los jueces para que sean consciente­s de que ellas y sólo ellas deciden su vida sexual» llevaría demasiado tiempo.

Ser feminista no se limita a proclamarl­o. Hay que aceptar el papel creciente de la mujer, disponer los cambios oportunos en el comportami­ento masculino y actualizar la legislació­n. Allí donde se contradice, como aquí ocurre, se cambia cuanto antes, algo factible si todos los partidos, como aseguran, están dispuestos a ello. Situacione­s como ésta son las que llevan a decir «la Justicia es un cachondeo», aunque quien la dijo acabó en la cárcel. Pero no son los jueces los culpables, sino los legislador­es, incapaces de distinguir la presunción de inocencia de los derechos de las víctimas, dos principios que hay que mantener. Los tribunales son nuestras últimas trincheras y sus sentencias deben cumplirse. Pero si uno dicta dos veredictos contradict­orios sobre el mismo caso es que algo va mal, no en nuestra Justicia, sino en nuestro Estado de Derecho.

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