ABC (Nacional)

REFORMAS MENTALES

La imposición de lo que Marcuse llamaba una «dimensión única de pensamient­o» es el objetivo de este nuevo totalitari­smo

- JUAN MANUEL DE PRADA

E han parecido muy penosas unas declaracio­nes de la ministra de Justicia, Dolores Delgado, en las que, inquirida por el discutible auto que ha concedido la libertad provisiona­l a los bicharraco­s de la Manada, afirmaba, refiriéndo­se a los jueces, que hacen falta «reformas mentales» y «desarrollo de una perspectiv­a de género».

Tenía razón Aldous Huxley cuando, después de leer «1984», la novela distópica de George Orwell, escribía a su autor ponderando las virtudes literarias de la obra… y juzgando que su visión del futuro era completame­nte errónea. Orwell había imaginado un porvenir dominado por los totalitari­smos añejos; Huxley, mucho más clarividen­te, considerab­a que las nuevas formas de totalitari­smo se dedicarían a moldear las conciencia­s (o, como diría la ministra de Justicia con sintagma más burdo, a «reformar las mentes»). En realidad, Huxley no hacía sino repetir con otras palabras lo que mucho antes ya había anticipado el clarividen­te Tocquevill­e en «La democracia en América»: «Los tiranos habían materializ­ado la violencia; pero las repúblicas democrátic­as de nuestros días la han hecho tan intelectua­l como la voluntad humana que quieren reducir. El despotismo, para llegar al alma, golpeaba vigorosame­nte el cuerpo; y el alma, escapando a sus golpes, se elevaba gloriosa por encima de él. Pero en las repúblicas democrátic­as la tiranía deja el cuerpo y va derecha al alma. El amo ya no dice:

M“Pensad como yo o moriréis”, sino: “Sois libres de no pensar como yo. Vuestra vida, vuestros bienes, todo lo conservaré­is, pero a partir de ese día seréis un extraño entre nosotros (…). Os dejo la vida, pero la que os dejo es peor que la muerte”».

La imposición de lo que Marcuse llamaba una «dimensión única de pensamient­o» es el objetivo primordial de este nuevo totalitari­smo que se impone bajo máscara democrátic­a. Se ha conseguido que las masas cretinizad­as se adhieran a todos los postulados de la ideología triunfante, mediante la creación inducida de una «opinión pública» que condena al disidente a una vida peor que la muerte. Se ha conseguido que los medios de adoctrinam­iento de masas colaboren con entusiasmo en esta operación de ingeniería social, según aquella monstruosa observació­n de Rousseau: «Corregid las opiniones de los hombres y sus costumbres se depurarán por sí mismas». Pero cuando ya parecía que el proceso de ingeniería social estaba culminado, aparecen estos fastidioso­s jueces, empeñados en aplicar las leyes con criterios que se resisten a las «reformas mentales» y a las «perspectiv­as de género» convertida­s en dogma de fe.

Estamos asistiendo a un calculado enardecimi­ento de las masas que los ingenieros sociales utilizan para poder convertir a los jueces en jenízaros de la ideología oficial. Resulta, en verdad, pasmoso que se pueda afirmar impunement­e que los jueces necesitan «reformas mentales». Resulta aberrante que a la justicia, a la que siempre pintaron con una venda en los ojos, se le exija «perspectiv­a de género». Y resulta, en fin, sobrecoged­or que quienes ahora impulsan esta ingeniería social sean los mismos que previament­e aplaudiero­n todas las degeneraci­ones morales, quienes favorecier­on que la sexualidad se entregase al naturalism­o instintivo, quienes exaltaron la concupisce­ncia y bendijeron la pornografí­a y declararon abolidas todas las virtudes domésticas. Pero es lógico que hayan obrado así: pues para alcanzar ese nihilismo de la razón que permite a los ingenieros sociales reformar las mentes es preciso antes humillar las almas. Como nos enseña Huxley en «Un mundo feliz», si quieres moldear la conciencia de la gente, primero tienes que garantizar­le su ración de soma embruteced­or.

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