ABC (Nacional)

Messi, un problema y un velo para Argentina

Las demoledora­s críticas a su estrella están tapando los defectos estructura­les de una selección sin proyecto y con un futuro incierto

- HUGHES ENVIADO ESPECIAL A MOSCÚ

El 0-3 con Croacia fue el peor partido de Messi con su selección. Ver a la actual Argentina es ver a un equipo disociado de su estrella, a la que sirve, para la que juega, pero con la que no conecta. Un cuerpo llevando en las manos su propia cabeza. Sucede que nos preguntamo­s por Messi. ¿Pero y Argentina? ¿Qué le pasa a Argentina? La «messidepen­dencia» se la ha comido, se ha olvidado de sí misma. Lo confesó Sampaoli: «Trabajamos todo el tiempo para llevarle la pelota a Leo». No juega como un equipo grande, ni siquiera como uno pequeño, organizado y regular. El periodista Marc Pastor inventó el adjetivo «méssimo»; esta Argentina es «miliméssim­a».

Argentina se ha minimizado con él. En el campo se le ve un equipo moralmente abrumado y conceptual­mente sometido. No es un equipo hecho y sobre cuyo juego entre Messi; es un equipo que quiere ser algo digno de él sin conseguirl­o. Esta dependenci­a traumatiza al 10 y traumatiza a sus compañeros. La desconexió­n produce soledad en Messi y afecta a la autoestima del resto. Vivir por y para Messi ya se debate como un problema en Argentina.

Selección inestable

¿Cómo juega Argentina? ¿A qué jugaría sin él? No se sabe. Entre 1974 y 1994, Argentina tuvo solo tres técnicos: Menotti, Bilardo y Basile. Los dos primeros eran auténticas corrientes filosófica­s. Messi debutó con la selección en 2005 y en trece años ya ha conocido ocho selecciona­dores: Pékerman, Basile, Maradona, Batista, Sabella, Martino, Bauza y Sampaoli. Argentina se ha convertido en una selección inestable.

Y se da una paradoja. La Argentina del Mundial de 2014 que entrenaba Alejandro Sabella, un técnico poco publicitad­o de la escuela de Estudiante­s y vagamente bilardista, era poco atractiva y muy criticada, pero llevó a Messi a la final. Estos días se añora ese equipo. Era defensiva, se partía y dependía de Messi, pero sin pretender parecerse al Barcelona. Con Sabella, Messi brilló y la albicelest­e acarició la Copa en la prórroga contra Alemania.

A partir de ahí, los intentos para que Messi se sintiera cómodo se tradujeron en imitacione­s argentinas del Barcelona, sin que pueda decirse que mejoraran los resultados. Sabella renunciaba a la posesión, Argentina se partía y con sus delanteros aislados todo dependía de Messi. Pero Messi aparecía.

La posterior Argentina del Tata Martino se acercó más al Barcelona, aunque con ella Leo perdió las finales de la Copa América y en su impotencia renunció a la camiseta. Sampaoli llegó como puente entre Bielsa y Guardiola, como alguien capaz de acercar Argentina al Barça, alguien que, en palabras del ex jugador Diego Latorre, «sabría darle a Messi lo que necesita-

ba». En cierto modo, el «messianism­o» ha convivido en los últimos años con el bielsismo (los seguidores de Bielsa más que Bielsa). Sampaoli es un epígono que en sus contradicc­iones resume muchas de los cortocircu­itos del fútbol argentino reciente. Habla de organizarl­o todo pero en el último momento presume de improvisac­ión; dice que los equipos son sus centrocamp­istas, pero alinea a Biglia y Mascherano; convencido, hace un equipo para Messi, pero «deja sus gustos de lado».

Esa forma táctico-retórica del Bielsismo es el marco que se le ha dado al último Messi. Y las contradicc­iones de Sampaoli son un reflejo de otras mayores, anteriores y más grandes, una de ellas definitiva: se pasó de pretender que Messi salvase a Argentina como Maradona a querer darle a Messi un «Barcelona» para que se sintiera capaz de hacerlo, sin reconocer que ni siquiera había medios (mediocampi­stas) para eso.

El analista Juan Pablo Varsky resumía en «La Nación» muchos problemas estructura­les. El fracaso del largo plazo argentino para socorrer a Messi en este instante de su carrera: «Hoy la Argentina no tiene un mediocampi­sta entre los 30 mejores del mundo».

Messi ha sido utilizado por el orgulloso fútbol argentino como velo para olvidar que no gana una final desde la Copa América del 93, y que tiene un problema de base aún mayor. La última vez que Argentina ganó un Mundial en las inferiores fue en 2007, el equipo de los Agüero o Di María. Es la generación que manda ahora en la albicelest­e y que ha perdido tres finales cuyas heridas psicológic­as se perciben claramente en jugadores como Higuaín o el mismo Messi, que ya renunció una vez a la camiseta.

La marcha de los entrenador­es Hugo Tocalli y José Pekerman reveló con los años una crisis en el fútbol formativo. Con estos técnicos, Argentina logró 10 títulos en las inferiores entre 1995 y 2007, entre ellos cinco mundiales. Esos triunfos no han vuelto y el efecto se percibe en la selección actual.

La pregunta ya no es quién acompaña a Messi, sino qué vino después de Messi. Y qué vendrá luego.

Argentina está obligada a empezar a vivir sin Messi. Algo que el propio jugador agradecerá.

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EFE Messi, solo en el campo en el partido ante Croacia

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