Argentina celebra los goles de Musa
otra mitad apoyaba a Nigeria para evitarlo.
Y lo que se vio fue un concurso de forzudos. Un recital de saques de banda proyectados por lanzadores de cuchillos. Buscadores de oportunidad por el camino fácil, el atajo, la catapulta hacia el área. Fútbol primario, simple y directo que, en realidad, representa el elogio de la elocuencia, las ideas claras y la aceptación de los límites propios. Islandia, en particular, ejerce al estilo de los países nórdicos, aquella Suecia de Larsson, Ljunberg o Brolin que se protegía de las adversidades apelando a sus genes: tipos enormes, bolas de músculos, polémicos con la pelota en los pies...
Islandia lo tenía claro. Anticipación en defensa, juego físico y largas cambiadas para sus delanteros a través de centros laterales, pelotas paradas y esos saques de banda de Gunnarson convertidos en lanzamientos de esquina. Una cosa estrepitosa: el balón iba de los brazos del centrocampista islandés directamente al punto de penalti o cercanías.
Nigeria se animó desde ese punto estratégico. Su volante Ndidi intentó lo mismo un par de veces, sin el mismo éxito. Esa parcela era coto de los nórdicos, cuyas cabezas siempre llegaban antes.
El partido giró como una peonza en el segundo acto. Un contragolpe africano después de un saque de banda terminó en un gran gol de Musa, control en el aire y zarpazo a la red. Lo que parecía un contratiempo para los fornidos vikingos se convirtió en su tumba. No se levantaron de ese mazazo.