El Tribunal Supremo enmienda el error
La controvertida decisión del Tribunal Supremo de la semana pasada era, sin duda, la más difícil que podían tomar, pero también la mejor. Llegados a ese punto, cualquier otro apaño hubiera sido un error, una faena de aliño que no hubiera zanjado el tema y que sin duda hubiera traído cola. Los que pensábamos que iban a buscar una componenda para tratar de salvar la cara nos equivocamos. El pleno de la Sala Tercera estuvo a la altura de su enorme responsabilidad. Los quince magistrados que apoyaron la resolución recompusieron la figura y no se dejaron llevar por la poderosa fuerza de lo políticamente correcto, en una demostración de independencia a prueba de todo. Se aplicaron aquello de que más vale una vez rojo que cien veces amarillo. Se cierra un triste episodio de la mejor manera posible, salvaguardando lo más importante: la seguridad jurídica.
El lenguaje de vencedores y vencidos, tan a la orden del día, resulta tan inevitable como equivocado porque ha generado un problema donde no lo había. Hasta hace quince días, a tenor de la ley y de la jurisprudencia de los últimos 23 años, solo unos pocos pícaros consideraban que los AJD no lo debían pagar los clientes. A raíz de la sentencia de hace dos semanas todo cambió. Más allá de lo que haya detrás de esta precipitada primera sentencia, el Estado de Derecho ha sido capaz de subsanar el error a pesar de que el poder judicial se ha dejado algunos pelos en la gatera. Con todo, esta actuación sienta un precedente: el Supremo no sucumbe a presiones por fuertes que estas sean. Y a partir de ahí, vuelta a la rutina. Los políticos a la greña tratando de sacar tajada. Sánchez ha estado hábil y se ha merendado, una vez más, el discurso populista a Podemos. El resto han balbuceado el argumentario de circunstancia, poniéndose de lado para no contravenir a la masa en la medida de los posible. Es lo que toca. Tenemos mucho que agradecer al pleno de la Sala Tercera del Tribunal Supremo.