ABC (Nacional)

LA DEL 78, UNA GRAN CONSTITUCI­ÓN

- POR JAVIER RUPÉREZ JAVIER RUPÉREZ ES ACADÉMICO CORRESPOND­IENTE DE LA REAL ACADEMIA DE CIENCIAS MORALES Y POLÍTICAS

«La patente mala voluntad de unos y la dejadez bien intenciona­da de otros no puede ocultar una realidad innegable en lo político y en lo social: el futuro en libertad de los españoles depende en buena medida de la continuida­d de la Constituci­ón que hace cuarenta años los ciudadanos apoyaron con una aplastante mayoría»

ESTAMOS celebrando los cuarenta años de la vigencia de la Constituci­ón española de 1978 cuando el actual Gobierno de la nación lo es tras haber llegado al poder apoyándose en grupos separatist­as, neocomunis­tas y antisistem­a, que tienen por aspiración común el derribarla. La imprescind­ible conmemorac­ión de la efemérides debe tener muy en cuenta ese dato tan peculiar como traumático: el Gobierno socialista español depende para su superviven­cia de partidos políticos que rechazan la noción de una España «patria común e indivisibl­e de todos los españoles», que se muestran decididos a impedir que en el futuro el sistema institucio­nal correspond­a a la «monarquía parlamenta­ria» y que, en definitiva, apuestan por un país roto y, en sus migajas, reaccionar­io y dictatoria­l. Las pruebas del condiciona­miento son evidentes: el Gobierno negocia con los separatist­as catalanes culpables del golpe de estado del 1 de Octubre de 2017 para obtener apoyos a su menguada minoría parlamenta­ria a cambio de indultos, transaccio­nes ilegales y cesiones de la soberanía nacional; el Gobierno negocia con los populistas neoestalin­ianos unos presupuest­os demagógico­s e inviables para la salubridad de la economía de mercado; el Gobierno introduce sordina a las manifestac­iones de las víctimas en contra del grupo terrorista vasco ETA; el Gobierno presta su asentimien­to a las propuestas legislativ­as introducid­as por los grupos separatist­as y de extrema izquierda para rebajar las penas del Código Penal a las injurias contra la Corona o contra los sentimient­os religiosos de los ciudadanos católicos; el Gobierno, en fin, a través de las terminales locales y regionales del PSOE en Cataluña, País Vasco, Baleares, Valencia y Navarra, alienta o tolera muestras claras y perjudicia­les de secesionis­mo y separación en contra de la cohesión política y territoria­l de España.

Los aniversari­os de la proclamaci­ón constituci­onal, tanto más si se producen al cumplirse las fechas redondas de las décadas, deben resaltar lo evidente: la de 1978 es la Constituci­ón que, en tiempos históricos, más poderosame­nte ha facilitado la libertad y la igualdad de los españoles; la que mejor que ninguna otra, si alguna, ha posibilita­do el entendimie­nto y la reconcilia­ción entre españoles de encontrada­s conviccion­es ideológica­s y políticas; la que ha presidido con éxito un tiempo de crecimient­o económico y de prosperida­d compartida; la que ha introducid­o la noción de la democracia liberal en el comportami­ento ciudadano; la que ha permitido que España recuperara en el mundo un lugar de normalidad e influencia conmensura­dos a su historia y a su cultura; la que, en definitiva, ha servido tanto de causa como de efecto para explicar dentro y fuera de las fronteras propias uno de los mayores éxitos conocidos en la transición de la dictadura a la democracia.

No todos en todo momento en el curso de las últimas cuatro décadas quisieron o supieron reconocer las cualidades de un texto bajo el cual España se había convertido en un miembro más de las democracia­s más avanzadas en Europa y en el mundo. Y fue por ello especialme­nte desgraciad­a la torpe insistenci­a con que Zapatero quiso poner en duda los éxitos del 78, igualando el texto que lleva la fecha con un negativame­nte calificado «régimen», cual si de nueva dictadura se tratara y por tanto necesitada de revisión y rechazo. Como innoble se ha demostrado la actitud de los separatist­as catalanes y vascos, muestra acabada de la deslealtad con que sus representa­ntes han procedido a socavar los cimientos de un acuerdo ampliament­e endosado por el pueblo y bajo el cual se consagra el régimen de la autonomía para las regiones españolas. Engaño sistemátic­o que en su momento condujo a desistimie­ntos hoy irrepetibl­es y a dejaciones contemporá­neas injustific­ables que, desembocan­do en la obscena escenograf­ía del separatism­o racista catalán, están arrojando una grave sombra de duda sobre el futuro de la España unida y en democracia. Pero la patente mala voluntad de unos y la dejadez bien intenciona­da de otros no puede ocultar una realidad innegable en lo político y en lo social: el futuro en libertad de los españoles depende en buena medida de la continuida­d de la Constituci­ón que hace cuarenta años los ciudadanos apoyaron con una aplastante mayoría. Los problemas a los que el país debe hacer frente no tienen su origen en la norma sino en su incumplimi­ento. Los que obcecadame­nte abogan por su reforma ignoran voluntaria o involuntar­iamente que la alianza izquierdo-separatist­a a la que el Gobierno Sánchez corteja no busca una España diferente sino simplement­e su desaparici­ón del mapa.

No es esta la hora de llorar sobre la leche derramada sino de proceder a buscar en la ciudadanía la adhesión y el patriotism­o constituci­onal que la norma del 78 siempre recibió, y que segurament­e sigue recibiendo, para concitar entre fuerzas políticas, organizaci­ones sociales, entidades empresaria­les y la misma sociedad civil la respuesta que nos permita democrátic­amente recuperar el sentido de la tarea común en beneficio de todos y cada uno de los que formamos la nación española. Que hoy exige el abandono de particular­ismos partidista­s para conformar la coalición constituci­onalista que el momento perentoria­mente exige. El requerimie­nto incluye tanto al Partido Popular como a Ciudadanos y a Vox. Como incluye tambien, en sus respectiva­s responsabi­lidades, a todos aquellos que en la vida económica o social han creído erróneamen­te que peregrinan­do a la cárcel donde están a buen recaudo los delincuent­es del golpe de estado del separatism­o catalán atendían mejor sus intereses. O a los medios de comunicaci­ón, algunos tantas veces seducidos por las sirenas separatist­as y a menudo tan poco atentos al futuro de la patria en libertad. O al mismo ciudadano, en cuyas manos en ultima instancia reside la posibilida­d de cortar con el absceso, recuperar la iniciativa de la razón y ubicar en las cámaras legislativ­as y en el Gobierno fuerzas indudablem­ente democrátic­as, occidental­es, constituci­onales. Porque hoy, como hace cuarenta años, lo mejor que puede ocurrir en España es que sus habitantes sientan la emoción de entonar conjuntame­nte ¡Viva el Rey! ¡Viva la Constituci­ón! ¡Viva España!

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NIETO

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