ABC (Nacional)

AUTOINDULG­ENCIA

Borrell es el séptimo ministro cuestionad­o por sospechas éticas. Sin contar al propio Sánchez con su tesis fullera

- IGNACIO CAMACHO

ORRELL es de largo el mejor y más presentabl­e ministro de este Gobierno prematuram­ente desgastado. Tiene un currículum político sólido y amplio, prestigio europeísta y un concepto igualitari­o, casi jacobino, de la nación de ciudadanos. Pudo ser el líder del PSOE frente a Aznar de haberle perdonado González el pecado de soberbia de desafiarlo. Su presencia proporcion­a al Gabinete un anclaje de respetabil­idad de la que no anda sobrado, aunque los tratos de Sánchez con los independen­tistas le obliguen a tragarse más de un sapo. Catalán irrenuncia­ble, siempre ha lucido eso que se llama sentido de Estado, motivo por el que el separatism­o más gamberro lo ha convertido en diana de sus dardos. Su nombramien­to fue, en suma, un acierto en medio de un cúmulo de fracasos.

Pero la Comisión del Mercado de Valores le ha puesto una multa de treinta mil euros por utilizar informació­n privilegia­da de una empresa en la que era consejero. Cuando Abengoa amenazaba quiebra, se deshizo de un paquete de acciones aprovechan­do el conocimien­to de la situación financiera al que su cargo le daba acceso. Eso se llama tráfico de influencia­s; en román paladino, beneficiar­se de las ventajas del puesto. Es cierto que el montante de la operación irregular alcanzaba muy poco dinero, pero lo relevante del caso no es la cantidad sino el hecho; resulta odioso recordar que la malograda Rita Barberá fue acusada de blanqueo por cambiar dos billetes de quinientos. Esa sanción cuestiona la permanenci­a de Borrell en el Ministerio tanto como el apoyo de su jefe retrata la flagrante evidencia de un doble rasero con el que el presidente mide su proclamada voluntad de dar ejemplo. Si se tratase de un político del PP no tendría dónde esconderse para salir del aprieto.

Sucede que no es la primera vez que afloran máculas en este equipo gubernamen­tal de traza tan autosatisf­echa. Tampoco es la segunda, ni la tercera, ni la cuarta, ni la quinta, ni la sexta. A saber: Pedro Duque y Nadia Calviño crearon sociedades fiscales interpuest­as muy parecidas a la que le costó la dimisión a Màxim Huerta. Isabel Celáa posee varias viviendas familiares no declaradas en el registro de transparen­cia. Carmen Montón tuvo que dejar su cartera por falsear su experienci­a académica y Dolores Delgado quedó en entredicho por su francachel­a con un policía implicado en actividade­s deshonesta­s. Con el titular de Exteriores, Sánchez tiene siete miembros de su dream team –más de un tercio del total– bajo sospecha. Que son ocho si se computa su tesis fullera, ese ejercicio de corta y pega que no admitiría ninguna universida­d seria. De ellos sólo dos entregaron su cabeza; el resto continúa en manifiesto incumplimi­ento de sus propias reglas éticas. Acaso el verdadero mensaje implícito en esta resistenci­a consista en la relativist­a dispensa moral que protege a cualquiera que se declare de izquierdas.

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