Veinticuatro horas de culto para evitar una deportación
Una iglesia de Bethel, en Holanda, protege a una familia armenia que tiene una orden de expulsión. Otros templos europeos están tomando medidas similares
En Alemania hay casi 900 personas amparadas en 553 parroquias. En Austria también se acoge
La parroquia de Bethel, en La Haya, celebra desde hace más de un mes servicios religiosos ininterrumpidamente, durante las veinticuatro horas del día. El motivo de tanto fervor es la familia Tamrazyan, procedente de Armenia y a la que el Estado holandés pretende devolver a su país. La ley en los Países Bajos prohíbe a Policía y Ejército entrar en lugares de culto durante la celebración de servicios religiosos, por lo que, instalados en los salones del templo, los Tamrazyan no podrán ser sacados a la fuerza mientras la liturgia prosiga.
Sasun Tamrazyan, el padre y activista político opositor en Armenia, había recibido numerosas amenazas de muerte en su tierra natal, por lo que buscó asilo en Holanda, donde, junto a su familia, ya lleva nueve años de residencia. Aunque el asilo político ya les fue concedido en su día por un juez, el endurecimiento de las leyes de inmigración permitió más tarde revocarlo; tras apelar sin éxito, los Tamrazyan recibieron la orden de deportación.
Como último recurso acudieron a su parroquia. Sin espacio propio para facilitarles alojamiento, se advirtió de la situación al Consejo General de Ministros Protestantes, que a su vez pidió ayuda al resto de iglesias holandesas. Más de 300 pastores se anotaron en una lista de voluntarios y, desde finales de octubre, participan por turnos en la atención del culto, día y noche.
Bethel no es la única iglesia que alberga refugiados. En la vecina Alemania, donde el asilo eclesiástico está regulado y no es necesario el truco del culto perpetuo, fueron registrados solamente en el primer trimestre de este año 498 casos, según los datos que ofrece el gobierno federal. En Baviera, por donde termina pasando buena parte de la inmigración procedente de Grecia e Italia, las normativas se han endurecido tanto que la iglesia es, en muchos casos, el último recurso para evitar las deportaciones forzosas y sus puertas siguen abiertas.
Hasta el punto que el ministro de Interior alemán y paradójicamente miembro de la Unión Socialcristiana de Baviera, Horst Seehofer, exigió a la Fiscalía el verano pasado «medidas radicales» contra los responsables de casos de asilo no justificados y puso en cuestión la pertinencia en la legislación alemana del derecho de asilo eclesiástico, que data de la época del Imperio Romano (Concilio de Cartago, 399 d.C). A él se acogen actualmente 883 personas –entre ellas, 190 niños– amparadas por 553 parroquias que se agrupan en una organización ecuménica.
El presidente de la Conferencia Episcopal alemana, Reinhard Marx, ha defendido el proyecto, zanjando cualquier discusión al respecto al afirmar que «ser nacionalista y ser católico no es posible al mismo tiempo». El cardenal Christoph Schönborn, arzobispo de Viena, es del mismo parecer y agradece que docenas de parroquias den cobijo en sus salones o adjudiquen a familias cientos de extranjeros sobre los que pesan órdenes de expulsión, durante el tiempo suficiente para que expire el dictamen legal y con la esperanza de que la Policía no se los lleve por la fuerza. Una vez emitida la orden de deportación, ya no los admiten en los albergues ni pueden trabajar legalmente, por lo que su situación se vuelve insostenible. «Nuestra lengua materna es la compasión», ha dicho Schönborn. «Esa es la esencia del mensaje cristiano».