ABC (Nacional)

La mano izquierda de Dios

·España se adelanta al V centenario de la muerte del maestro del Renacimien­to con una doble exposición ·La Biblioteca Nacional muestra sus excepciona­les códices vincianos, mientras Christian Gálvez se da un autohomena­je en el Palacio de las Alhajas

- MADRID NATIVIDAD PULIDO

Biblioteca Nacional

Paseo de Recoletos, 20. Hasta el 19 de mayo. Entrada gratuita

Palacio de las Alhajas Plaza de San Martín, 1. Hasta el 19 de mayo. 14,50 euros

Aún falta más de un mes para la conmemorac­ión del V centenario de la muerte de Leonardo y no hay día que no sea noticia: que si el Gobierno italiano retira los préstamos de obras a Francia para la gran exposición que prepara el Louvre, que si el «Salvator Mundi» –por el que pagaron 450 millones de dólares– está en paradero desconocid­o... España, que sobre Leonardo no puede competir con Italia, Francia o Gran Bretaña, ha querido adelantars­e a la efeméride. Y lo hace con dos exposicion­es radicalmen­te distintas en su concepción y naturaleza. Christian Gálvez, uno de los rostros más conocidos de la televisión y aficionado a la figura de Leonardo –ha escrito varios libros sobre él–, ha proyectado en el Palacio de las Alhajas una muestra vistosa, didáctica, que, a buen seguro, tendrá un gran tirón popular, pese a que la entrada cuesta 14,50 euros. Bajo un título con gancho –«Los rostros del genio»–, y entre cortinajes rojos, un Cubo de Rubik formado por grandes pantallas, reproducci­ones de sus códices, recreacion­es de sus inventos, Legos y con Ara Malikian como banda sonora, Gálvez le pone «pantalones vaqueros» a Leonardo: quiere mostrar al hombre de carne y hueso, con sus luces y sus sombras, y no al genio: «Un hombre disléxico, bipolar, que murió siendo un perdedor y un fracasado». Pero es la muestra, y no Leonardo, la que tiene más sombras que luces. Es una exposición de Leonardo sin Leonardo. No hay obra original del artista (si exceptuamo­s, con todas las cautelas, la «Tavola Lucana», que abordaremo­s más adelante). Como consta hasta en las banderolas publicitar­ias, es una idea concebida por Christian Gálvez y llevada a cabo por él y la empresa Iniciativa­s y Exposicion­es, socios en este proyecto privado, que cuenta con partners como Mediaset España (Gálvez trabaja en Telecinco presentand­o «Pasapalabr­a») y Penguin Random House (Aguilar ha publicado su último libro, «Gioconda descodific­ada», que, por cierto, se publicita en el dosier de prensa de la muestra). Entre los colaborado­res institucio­nales figura la Fundación Montemadri­d, que alquila la sede (el Palacio de las Alhajas). El acuerdo se firmó siendo director general de la fundación José Guirao, hoy ministro de Cultura. Cuando se le pregunta por el presupuest­o del proyecto, Gálvez no ve relevante decir la cuantía. Sí aclarar que su sueldo como comisario lo va a donar a Feder (Federación Española de Enfermedad­es Raras). Dato que también aparece en el dosier de prensa. Como aparece que ésta es «la única exposición del mundo avalada por el Leonardo DNA Project» (del que Gálvez forma parte). Las grandes muestras que organizará­n en 2019 Florencia, París y Londres, con pinturas, dibujos y códices originales de Leonardo, no cuentan con semejante sello de calidad.

Era un grafómano

Visitamos la segunda exposición, ésta en la Biblioteca Nacional, que puede presumir de contar entre sus fondos con dos tesoros: los «Códices Madrid I y II» de Leonardo da Vinci. «Dos de los mejores que se conservan», explica Elisa Ruiz, catedrátic­a emérita de la Complutens­e y miembro de la Comisión Vinciana. Es quien mejor conoce ambos códices (los ha estudiado y transcrito) y comisaria de esta muestra, cuyo objetivo, dice, «es ver el proceso intelectua­l y creativo de Leonardo. Son una especie de antología de los logros intelectua­les y artísticos del maestro, a esas alturas de su vida, en torno a la cincuenten­a». «Entrar en el mundo de Leonardo te da una visión distinta a la que te dan ciertas biografías que circulan por ahí, sin documentar, que desfiguran al genio; son un cortapega, y además de mala manera. Los arribistas siempre aprovechan estas efemérides para sacar novelas, biografías... Leonardo deja tanto en sus manuscrito­s; radiografí­an cómo era el personaje –dice Elisa Ruiz–. Recibió una educación muy elemental en su infancia. Era un grafómano. Escribía muchísimo. Al menos el 50%, si no más, de todo lo que escribió se ha perdido. Se conservan 23 códices». Su único talón de Aquiles es que no sabía latín. «Su lenguaje es muy pobre y escaso. Pensaba y veía el mundo en imágenes. Por eso recurre mucho a los dibujos. Termina escribiend­o como si fuera un jeroglífic­o», explica la comisaria. Da Vinci solía llevar colgado del cinto un pequeño cuaderno en el que dibujaba y anotaba todo lo que veía o se le ocurría.

El más antiguo de los dos es el «Códice Madrid II» (1491-93 y 1503-1505). «Es una especie de cuaderno de notas: recoge en él, de manera totalmente desorganiz­ada, todo lo que estaba trabajando y lo que se le pasaba por la mente... A Leonardo se le conoce de verdad cuando uno lee sus manuscrito­s. Se da cuenta de cómo funciona su cabeza. Veía el mun-

do, y escribía, de derecha a izquierda. Era zurdo. Tenía una escritura invertida». La temática de este códice (consta de 157 folios) es heterogéne­a. En él anota la planificac­ión técnica para hacer una estatua ecuestre en honor de Francesco Sforza de más de siete metros de altura. Una obra colosal que no se llevó a cabo. En otra página de este códice hay una nota escrita verticalme­nte. Reza así: «En la noche de San Andrés encontré la solución final de la cuadratura del círculo cuando ya se terminaba la vela, la noche y el papel en el que escribía, al filo del amanecer». También incluye el listado de su ropa. «Es el fondo de armario de un dandi. Predomina el color rojo. Le gustaba mucho. Pero también añade el vestuario del amor de su vida: Salai, que es más exquisito». Además, figura en el códice el listado de los libros que tenía (la «Historia Natural» de Plinio, la «Arquitectu­ra» de Vitruvio o las «Metamorfos­is» de Ovidio, «un libro que le influyó muchísimo en todo su pensamient­o, en su visión del mundo»).

El «Códice Madrid I» es un tratado técnico de estática y mecánica. En él, «Leonardo reúne una selección de los logros e invencione­s que había conseguido. Es casi un testamento intelectua­l». Lo escribió hacia 1493-97. Originaria­mente, constaba de 191 folios. Se conservan 184. Según Elisa Ruiz, «es uno de los mejores desde el punto de vista del dibujo». Tras la muerte de Leonardo en 1519, su discípulo preferido entonces, Francesco Melzi, recibe como herencia todo lo que había escrito y sus últimas pinturas, explica Elisa Ruiz. «Cuando muere Melzi, su hijo Orazio no le da valor a ese tesoro y lo guarda en un desván. Ahí comienza su dispersión». El escultor Pompeo Leoni, que vino a España a trabajar para Felipe II, adquirió buena parte de sus manuscrito­s y los trajo a Madrid. Hasta su muerte en 1608 muchos de los mejores códices de Leonardo estaban en la capital. Miguel Ángel, hijo de Pompeo Leoni, celebró una almoneda en la Puerta del Sol con la colección de su padre. El clérigo Juan de Espina, musicólogo y coleccioni­sta, adquiere los dos códices madrileños. No tuvo descendenc­ia y decidió donarlos a Felipe IV en 1643. Estuvieron en el Alcázar de Madrid y pasaron a la Biblioteca Real, inaugurada en 1712 por Felipe V. Pero, cuando la Biblioteca Real pasa a ser nacional en el XIX, se comete un error al copiar la signatura. Durante 150 años estuvieron «perdidos», al estar mal clasificad­os. Fue Jules Piccus, un investigad­or de la Universida­d de Massachuss­ets, quien los descubrió en 1965. Lo anunció a bombo y platillo en un hotel de Boston en 1967.

Salen de la cámara acorazada

Por motivos de preservaci­ón no estarán los dos códices originales expuestos durante los seis meses que dura la exposición (hasta el 19 de mayo). Ana Santos, directora de la Biblioteca Nacional, advierte que solo durante un mes. Después se alternarán los originales con las ediciones facsimilar­es, y los originales volverán a estar juntos al final de la exposición. No siempre abiertos por la misma página. Estos códices se hallan habitualme­nte en la cámara acorazada de la Biblioteca Nacional, que ayer abandonaba­n a las 9 de la mañana rumbo a la antesala del salón de lectura, donde se exhiben en una vitrina hexagonal. Contarán con fuertes medidas de seguridad y un vigilante las 24 horas del día. No desvela Ana Santos el valor del seguro. Imposible calcular el valor que tendrían en el mercado. En 1994 Bill Gates compró el «Códice Hammer» por 30,8 millones de dólares. Y solo consta de 18 folios. Es el único de los códices de Leonardo en manos privadas.

Los códices de Leonardo son los protagonis­tas absolutos de la exposición. A su lado, encerrados en cuatro vitrinas, 32 libros de la Biblioteca Nacional los contextual­izan. La visión del universo de Da Vinci se mide, 500 años después, con la que tenía del origen y la estructura del universo otro genio, Stephen Hawking. Y en las paredes, algunas claves conceptual­es de la cosmovisió­n de Leonardo. Por primera vez se abre al público el hall de la Biblioteca Nacional, donde hay reproducci­ones de algunos proyectos vincianos, como el «Hombre de Vitruvio» o la cabeza y una pata del monumental caballo en homenaje a Francesco Sforza, que nunca se realizó.

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NACIONAL IMÁGENES: BIBLIOTECA
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Proyecto de Leonardo para construir una estatua ecuestre en honor de Francesco Sforza. No se construyó. Libros que deja guardados en el arcón. Folio del «Códice Madrid II» en el que dice haber descubiert­o la cuadratura del círculo. No fue así. Listado de su vestuario (predominab­a el color rojo) y el de Salai, el amor de su vida. Folio del «Códice Madrid I»

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