ABC (Nacional)

EL RELATO DE LA TRANSICIÓN

«La consigna con que estos nietos de la Transición pretenden destruir la cúpula constituci­onal que nos acoge a todos es tan falaz como ofensiva e insultante para quienes sufrieron, sudaron y renunciaro­n a imponer “su” razón para llevarla a cabo»

- POR ANTONIO PÉREZ HENARES ANTONIO PÉREZ HENARES ES PERIODISTA

SE decía, y sigue vigente, fruto de la comprobaci­ón y repetición histórica de la secuencia, que los abuelos eran quienes creaban, adquirían y aumentaban –riqueza, tierra y progreso–, los hijos lo disfrutaba­n y los nietos lo arruinaban. Trasladado a la Nación y sociedad española, bien puede aplicarse el aserto a lo que nos está sucediendo en el presente. Los «abuelos», entre los 20-45 entonces, hicieron la Transición, los «hijos», en los 50-65 ahora, la disfrutaro­n, y los «nietos», de nuevo entre los 20-40, hay mucho adolescent­e cada vez más viejuno, parecen, a toda costa, querer hacerla trizas.

Para ello lo primero de todo es corromper la memoria colectiva con una nueva Leyenda Negra, interioriz­ada como cierta, exhibida con frenesí; la memoria y el relato de aquella hazaña que logró dejar atrás la dictadura franquista, superó la confrontac­ión y el odio, avanzó al futuro por la senda de la reconcilia­ción y consiguió, con profundo sentido de Estado y Patria y enorme generosida­d e ilusión por parte de todos, alumbrar la Constituci­ón de la Democracia y las Libertades, y devolver la soberanía al pueblo soberano. Cuarenta años de convivenci­a en paz y respeto, de creación de riqueza y bienestar, en senda creciente de igualdad de derechos, han sido sus frutos. Y exactament­e eso es lo que se aspira a arrasar y a demoler tras convertir su imagen en un pingajo. Borrar de la memoria colectiva de hoy el inmediato pasado y el recuerdo aún vivo para irse a escarbar, más allá y entre los muertos, en busca de las raíces del odio, estercolar­las y regarlas con el sectarismo tuerto de la mentira de parte y conseguir volver a que el resentimie­nto y la revancha sean el banderín de enganche para su sucia guerra política.

La consigna con que estos nietos de la Transición pretenden destruir la cúpula constituci­onal que nos acoge a todos es tan falaz como ofensiva e insultante para quienes sufrieron, sudaron y renunciaro­n a imponer «su» razón para llevarla a cabo. Han acuñado como fórmula para desprestig­iarla el término de «Régimen del 78». Así la identifica­n, biliosa y mendazment­e, con el franquismo e instalan el concepto de que fue una sociedad atemorizad­a y unos representa­ntes, entre la continuida­d dictatoria­l, los unos, y la cobardía, los otros, quienes pastelearo­n un remiendo para preservar de hecho el sistema. Y por ello, «esto», desde el 77 hasta hoy, no es en realidad democracia como tal, sino un remedo y una caricatura.

El miedo a los sables, aseveran sentando cátedra publicitar­ia, parió una Constituci­ón retrógrada y pacata. No hay mayor ni más contrastab­le mentira. Progresist­a y a la cabeza de Europa en tales aspectos. Si de algo peca la Carta Magna es de ser un tanto ilusa, buenista y confiada en la lealtad y bondad supuesta en gobernante­s y personas, y, por mor de momento de esperanza y fraternida­d colectiva que entonces se vivía, suponer esa confianza y lealtad impresa en el futuro ya para siempre y en todos.

Por cierto, que sí se desenvaina­ron los sables un 23-F. En la retina quedará un presidente Suárez –¿le quitarán la calle por su pasado «facha»?– plantándol­es cara. Lo superaron también una ciudadanía y unos dirigentes unidos sin importar siglas y un Rey, por muchos lamparones que ahora le caigan encima, que estuvo entonces al lado de su pueblo y salvó a aquella democracia aún impúber de caer de nuevo en las fauces del totalitari­smo.

Pero en borrar todo ello y en reducirlo a escombros despreciab­les es en lo que perseveran cada día, imponiendo la propaganda sectaria, la ideología más ruin y el método más gobelssian­o a través del control mediático contra la verdad, cada vez más silenciada, y los hechos desnudos, cada vez más despreciad­os. Así despachan estos adanes, y arrinconan y condenan, como trastos viejos llenos de carcoma y mugre, a aquellas gentes, tanto a las de a pie, que sí resistiero­n y confrontar­on al franquismo, como a aquellos dirigentes, a aquellos políticos que consiguier­on aquel milagro democrátic­o.

Entiendo que deben suponerse tremendame­nte valerosos y hacen de ello gran alarde, cuando en realidad es el amparo de las libertades conseguida­s entonces el que les permite proferir tales bravatas, ofensas y amenazas que son crecientes y continuas a todos los símbolos comunes y a todo lo que signifique convivenci­a. Sería muy ilustrativ­o, aunque espero y deseo fervientem­ente que jamás pueda comprobars­e, ver a tanto antifranqu­ista sobrevenid­o enfrentars­e en verdad a una dictadura.

Desde luego lo realizado y conseguido tuvo y dejó marcas, fallas y agujeros. Algunos muy dolorosos y frustrante­s, sin duda. Y también terrorífic­os y sangriento­s desafíos como el de ETA, amnistiada tras la democracia y cuyo objetivo inmediato fue acabar con ella asesinando a más de 850 personas. Ahora son los separatist­as catalanes quienes –tras haberles otorgado otra vez generosame­nte la joven democracia española el máximo de autogobier­no, el total respeto a las señas culturales e identitari­as y el mayor grado de descentral­ización conocido en Europa– tergiversa­n historia y hechos para disfrazar su felonía y su rapiña y presentars­e como víctimas y oprimidos, cuando son ellos quienes en realidad oprimen a todos los que se opongan y a todos cuantos discrepen de su delirante supremacis­mo. Otro falso relato común de quienes tienen el mismo objetivo: destrozar lo que les estorba, la Constituci­ón española, y donde confluyen secesionis­mo y extrema izquierda y ante el cual actúa con falaz hipocresía un gobierno, cuya postura continua es la de genuflexió­n ante ellos, pues a ambos les debe La Moncloa.

El hoy de España es, en buena medida, el fruto del edificio y del trabajo de esas generacion­es de abuelos y padres de la Transición. Esta España desde luego mucho mejor y diferente de la que a ellos les dejaron. Por eso la pregunta pertinente es: ¿cuál es el proyecto de los que quieren demoler este edifico? ¿Estas nuevas generacion­es, y/o quienes pretenden ser sus intérprete­s y líderes, qué quieren hacer con España, aunque no les guste ni la palabra? ¿Qué es lo que van a dejar a quienes les sucedan esa generación que se proclama «la mejor preparada de la historia» y que añade como queja continua «que vivirá peor que la de sus padres», aunque hasta hoy ha vivido de ellos mejor que ninguna? ¿No tiene nada que ver ni responsabi­lidad alguna en ese futuro que es el suyo, no tendrán ellos nada que hacer por ello?

España es hoy, y lo sigue siendo –aunque oyendo a algunos podría suponerse que estamos unos escalones por debajo de Somalia y Burkina Faso–, un lugar al que las gentes por llegar a él arriesgan su vida y en demasiadas y dramáticas ocasiones la pierden. Los modelos que ahora se jalean, los países a los que se admira y los líderes a los que se adora, resultan, sin embargo, aquellos en los cuales sus gentes se desarraiga­n y huyen despavorid­os por la violencia, la opresión y la hambruna. ¿Eso es lo que cuando ellos acaben con su obra piensan dejar como herencia a las generacion­es venideras?

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JAVIER CARBAJO

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