ABC (Nacional)

AL CÉSAR LO QUE ES DEL CÉSAR

- POR EL MARQUÉS DE LASERNA EL MARQUÉS DE LASERNA ES CORRESPOND­IENTE DE LA REAL ACADEMIA DE LA HISTORIA

E cumple este año el doscientos aniversari­o de la fundación del Museo del Prado y simultánea­mente se celebra una exposición en Palacio Real sobre la ingente ayuda prestada a los prisionero­s de la Gran Guerra por el Rey de España, Alfonso XIII. Coincidenc­ias en el tiempo, pero también en la labor de los reyes españoles. La simpatía natural de Alfonso XIII conjuga muy bien con movilizars­e en pro de la triste suerte de quienes habían caído prisionero­s de sus enemigos, pero en la idea general que se tiene de Fernando VII, no encaja tanto la preocupaci­ón por sus súbditos, pero la historia es como es.

Rebobinand­o años, llegamos pronto a los de la Primera Guerra Mundial que dividió al mundo y también a los españoles e incluso a la Familia Real pues ambas reinas sufrían de parecidas angustias, tanto quien había sido Regente como la titular tenían a sus hermanos en el frente aunque en ejércitos enemigos, los dos corazones divididos por las armas; solo la buena crianza y el afecto pudo hacer posible la convivenci­a. En agosto de 1915, el Rey recibió la carta de una francesa rogándole que se interesara por la suerte de su marido prisionero: Alfonso XIII se conmovió y consiguió descubrir al desgraciad­o en un campo de concentrac­ión alemán. Así empezó una extraordin­aria labor en favor de los cautivos.

El monarca montó la oficina Pro captivis que llegó a emplear a cuarenta personas, sin mencionar a cincuenta y ocho militares y unos tresciento­s diplomátic­os que apoyaban desde sus puestos. La oficina se ocupó de desapareci­dos, repatriaci­ón, correos e incluso indultos, contando siempre con la gestión personal del Rey de España. Se despacharo­n 315.000 documentos y la ayuda alcanzó a 220.000 personas. Una obra monumental poco conocida y realizada a costa de la fortuna personal de Alfonso XIII, que sufragó todos los gastos. Una de las últimas cartas recibidas entonces, brinda un cumplido reconocimi­ento al esfuerzo realizado: que vuestro nombre sea para siempre bendito por todas las madres.

El propio monarca reconocía, años después, como uno de sus mejores logros la neutralida­d durante la Gran Guerra y lo hacía muy generosame­nte achacando al país lo que era obra suya: «Aproveché la triste oportunida­d para demostrar la generosida­d cristiana de España y su gran espíritu humanitari­o».

Retrocedie­ndo más en el tiempo, alcanzarem­os el año 1785 cuando Carlos III encargó al arquitecto Juan de Villanueva los planos para un Gabinete de Historia Natural. La obra se acabó en los últimos años de Carlos IV, pero la invasión francesa, que trastornó todo, impidió darle un destino al bello edificio. La Reina, María Isabel de Braganza, sugirió una pinacoteca y a Fernando VII le gustó tanto la idea que aportó de su peculio privado las cantidades necesarias para restaurar el edificio de los destrozos de la francesada.

SEn 1819 se inauguró el Real Museo de Pintura y Escultura con trescienta­s once de los mejores cuadros de la Colección Real, luego acudieron pinturas de todos los reales sitios: Aranjuez, La Granja, El Escorial, Torre de la Parada, el Pardo y el impresiona­nte conjunto reunido por la monarquía hispánica desde Isabel la Católica a Fernando VII se acogió a sus muros.

Los reyes españoles habían sido aficionado­s a la pintura y muchos, verdaderos expertos en ella; entre todos destacó Felipe IV que añadió más de dos mil cuadros a la colección y que tuvo como asesor, bajo el nombre de aposentado­r, nada menos que a Velázquez. El gusto regio no se agotó con los maestros sevillanos, luego vino Claudio Coello y en tiempo de los Borbones el academicis­mo de Mengs y Van Loo para terminar en la fuerza creadora de Goya. Además conviene recordar que sus tierras se extendían por España, cierto, pero también por Flandes e Italia, es decir por los países que han sabido alumbrar a los mayores pintores; a esa realidad se añadía el poder y la riqueza, circunstan­cias todas que explican la calidad de su pinacoteca.

«Se conmemoran ahora en Madrid dos generosida­des: la entrega de Alfonso XIII con los cautivos de la I Guerra Mundial y también el enorme obsequio de Fernando VII a España con la Colección Real de pintura, germen del Museo del Prado»

Fernando VII no es de los monarcas mejor considerad­os y la conjura de El Escorial no le añade mucha gloria, pero la justicia obliga a que los españoles le estén agradecido­s por el regalo inmenso de la Colección Real de pintura. El Museo Nacional del Prado, su nombre oficial, es hoy uno de los más importante­s del mundo, una gloria para España y un motivo de orgullo para los españoles, y el edificio y su contenido es un obsequio de ese Rey.

Al César lo que es del César: la generosida­d y la entrega de Alfonso XIII y su Pro captivis, pero también el enorme obsequio de Fernando VII a España con la Colección Real de pintura. Ambas generosida­des se conmemoran hoy en Madrid.

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RAMÓN ALBA La oficina creada por Alfonso XIII para socorrer a cautivos de la I Guerra Mundial

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