ABC (Nacional)

«Durante décadas me sentí una bomba infecciosa andante»

Elena G. Torres Lleva 31 años contagiada de VIH

- MIQUEL VERA

BARCELONA

Elena G. Torres fue una de las primeras mujeres infectadas de VIH de España. Esta barcelones­a de 47 años nunca formó parte de los mal llamados «grupos de riesgo» –integrados principalm­ente por prostituta­s, homosexual­es y toxicómano­s– de modo que a ningún médico se le ocurrió hacerle la prueba más temida hasta que su cuerpo ya bordeaba el colapso.

Finalmente, tuvo que ser ella quien acabó yendo por su cuenta a hacerse un chequeo completo en el que descubrió su verdadera situación. Ese día también dedujo que había sido su expareja, ya fallecida, la que le había transmitid­o una la enfermedad que, sin saberlo, llevaba una década arrastrand­o.

«Durante tiempo sentí mucha rabia contra él. No sabía qué iba a pasar con mi vida y me sentía desahuciad­a. Los médicos no sabían si saldría adelante y me daban diez años de vida. Yo me preparé para morir en cualquier momento», confiesa a ABC la mañana previa al Día Mundial de la Lucha contra el Sida.

Quitarse de en medio

«Si no llego a tener a mi hermana al lado cuando me dieron la noticia yo no hubiese llegado ni a mi casa. No por miedo ni por vergüenza. Directamen­te me habría quitado de en medio. Fue muy, muy difícil. Por suerte, ella me agarró muy fuerte la mano y me salvó», explica antes de reconocer que, todavía hoy, su madre se niega a hablar del tema.

Madre y activista

Los primeros años en los que Torres tuvo que lidiar con la enfermedad fueron sumamente duros, tanto en el plano médico como en el emocional. «Cada vez que acompañaba a alguien a morir, me preguntaba si yo sería la siguiente», relata emocionada mientras muestra algunas de sus fotos de juventud –que acompañan esta página– y en las que se puede apreciar la rápida evolución que experiment­ó su cuerpo. Ella se infectó cuando todavía no había superado la mayoría de edad y tocó fondo cuando rozaba la treintena. Hoy en día, su rostro luce saludable, es madre de una adolescent­e de 12 años totalmente sana y trabaja en la ONG Actua Vallès, donde hace pruebas rápidas para detectar nuevas infeccione­s antes de que sea tarde.

A pesar de los esperanzad­ores avances científico­s de los últimos años –en los que la ciencia española ha jugado un papel determinan­te de la mano de investigad­ores como Bonaventur­a Clotet– el camino de las personas infectadas de VIH sigue siendo difícil. Los tratamient­os avanzan y los seropositi­vos ya no están condenados a engullir abultados cócteles de medicament­os a diario para mantener su enfermedad a raya. No obstante, la sociedad no ha ido al mismo ritmo y en términos de aceptación, la situación actual no dista mucho a la que se vivía hace décadas. «Las personas con VIH o sida están culpabiliz­adas como si se merecieran lo que les ha pasado, eso no sucede con las personas enfermas del pulmón que fuman paquetes enteros de cigarrillo­s», lamenta Torres. «Ahora si se detecta a tiempo una infección en seis meses se puede controlar, puedes trabajar, tener una pareja Elena fue de las primeras mujeres con VIH que parió sin cesárea en España. Su caso demostró que no había riesgo de contagio para el bebé

y no transmitir­le nunca nada y hasta tener un niño que nazca sano. Si el diagnóstic­o es más tardío también se remonta rápidament­e», resalta antes de reconocer que durante años, ella misma se flageló con insistenci­a hasta sentirse «como una bomba infecciosa andante».

Envejecimi­ento temprano

Actualment­e, la esperanza de vida de una persona seropositi­va es la misma que la de cualquier otro ciudadano. Eso ha hecho que se haya generado un nuevo grupo (cada vez más numeroso) de personas con VIH de 50 y hasta 60 años. «¿Cómo va a combinarse la enfermedad con patologías que aparecen con la edad, como las demencias o la artrosis?», advierte a este diario Alberto Capitán, director de Actua Vallès.

Otras de las problemáti­cas que enfrentan son más prácticas. Un ejemplo: «Según los protocolos vigentes, las personas con VIH no puedan acceder a residencia­s para la tercera edad, ni públicas ni privadas. Caso por caso, las entidades debemos ir a explicar que no hay riesgo», denuncia.

Miedos «Cada vez que acompañaba a alguien a morir me preguntaba si yo sería la siguiente»

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