Comienza Madrid Central sin controles ni multas y entre quejas de los trabajadores
Las restricciones de entrada al centro afectan más a quienes trabajan en la zona
Madrid Central, el plan del Ayuntamiento de Manuela Carmena para restringir el tráfico privado en el corazón de la capital, se activó ayer a golpe de titular, pero realmente lo único que entró en vigor de forma innegable fue la campaña electoral de la nueva candidatura de la alcaldesa para revalidar el cargo el 26 de mayo próximo, con foto incluida para la hemeroteca.
Acompañada por sus concejales de confianza, los que repetirán lista en la plataforma que se prevé presentar oficialmente al Ayuntamiento la semana que viene, se dio un baño de masas por la centenaria Gran Vía ante un mayúsculo despliegue mediático. La mayoría de los ciudadanos que la paraban la felicitaban por su gestión.
Disuasión del tráfico
En la calle hubo menos coches, sí. Según informó el Ayuntamiento de Madrid, se notó una disminución del tráfico de entre el 10% y el 45% en el distrito Centro. Pero este fenómeno no se produjo porque hubiera agentes de movilidad prohibiendo el acceso o cámaras sancionando a los vehículos más contaminantes, ya que se podía entrar hasta con un 600 de los años 60, sino porque el mensaje del «cierre» al menos parcial del centro de Madrid al tráfico privado logró disuadir a los conductores de meterse en el distrito, e incluso en los limítrofes, por el miedo al caos.
De ello dieron buena cuenta fuentes oficiales de la Policía Municipal, que destacaron que los atascos se trasladaron por la mañana «por el efecto acordeón» a las afueras de la almendra central, es decir, de la M-30. La misma Policía reconoció que los conductores no tenían claro lo que es Madrid Central y había temor a rebasar algún punto prohibido.
«¿Puedo pasar?»
Un agente de movilidad apostado en Atocha para controlar las obras de reurbanización de esta vía comentaba ayer por la mañana que había gran confusión con Madrid Central: «La pregunta del día de hoy es “¿puedo pasar?” frente a la pregunta de los días previos que era «“¿voy a poder entrar?”». El trabajador municipal reconocía que hasta su propio Cuerpo no había recibido ninguna instrucción al respecto y que se estaban enterando a través de los medios de comunicación.
En el Real Colegio Santa Isabel-La Asunción, situado dentro del perímetro de las restricciones. Muchos padres protestaban y dejaban a sus hijos en la zona de carga y descarga. Era el caso del ciudadano francés Gregory Lemari. «El Ayuntamiento de Madrid ha convertido el centro en un caos. Ayer tardé 45 minutos en un tramo de 2,5 kilómetros y hoy veinte, cuando habitualmente llegaba en ocho».
«Nos destroza la vida»
En el Bar Brillante, situado en la Glorieta de Atocha, los camareros echaban humo. Está en la frontera de la nueva zona vedada a los coches contaminantes. «Entramos a las 5:15 de la mañaña. Yo vivo en Valdemoro –a 25 kilómetros de Madrid–. Ahora me apaño viniendo en mi vehículo; cuando empiecen a multar no sé que haré», explicaba Ramón Martínez. «Esta medida es una destrozavidas si no se dan facilidades a los trabajadores», concluía.
«Catastrófico» era el panorama para los representantes de las empresas de aparcamientos, que preveían una caída del 40 por ciento en su clientela. Y peor aún lo veían los transportistas, muchos con vehículos diésel. Renovar un 5 por ciento de la flota en los próximos 5 años les costaría, calcula, 1.300 millones de euros.