La actriz que sentó a Catalina la Grande en el Trono del Rey
Franco le concedió a Bette Davis un permiso único en el rodaje de «El capitán Jones»
Se la conoce por su «Eva al desnudo», por ser la «fea» de Hollywood o por su acérrima rivalidad con Joan Crawford, otra diva de la era dorada de la meca del cine. Por su fogosa vida, arrastrando cuatro matrimonios fallidos igual que el cigarrillo, fijado siempre a su boca. Y, por mucho que le pesara, también por sus ojos saltones. Su carácter agrio, que espoleó contra contra ejecutivos, directores y coprotagonistas, le dio fama de diva intransigente, por encima de cualquiera que se atreviese a interponerse en su camino.
Un carácter digno de la majestuosidad que se le esperaba a la zarina que interpretó en «El capitán Jones», cuyo rodaje la trajo a España en 1958 de la mano de Samuel Bronston, el productor que erigió en Madrid el mayor imperio americano en Europa. Mientras él tallaba ese emporio de cartón piedra, las estrellas de Hollywood descubrían la fogosa noche madrileña, exprimiendo hasta la última gota de las celebrities patrias y, de paso, también de sus licores. El régimen franquista rentabilizó el oportunismo estadounidense e hizo la vista gorda a sus excesos. Una inesperada alianza que sirvió para que la meca del cine se beneficiara de los incentivos fiscales con costosos rodajes en suelo español exportando al mundo la buena situación de España, lastrada por la autarquía económica.
Bette Davis impregnó de su perenne crueldad a la protagonista del filme de John Farrow, la inteligente Catalina la Grande, esa emperatriz rusa que gobernaba rodeada de amantes. Como ella, eclipsó al resto del elenco, desde Peter Cushing a Robert Stack, y doblegó al servicio con sus caprichosos antojos.
«Catalina la Grande aumentaba y la carne disminuía», cuenta Manuel Vicent en el libro «Nadie muere la víspera». La falta de carne azuzó el ingenio del servicio, que temía su despido si no encontraba productos de primera para saciar a la impetuosa actriz. En su improvisada ocurrencia, cazaron 20 gatos y se los ofrecieron a la actriz, que quedó extasiada con esa vianda. «Se comió ella sola al menos 20 gatos».
La sinergia hispanoamericana quedó patente cuando Bronston pidió permiso para rodar en los salones del Palacio Real de Madrid. En una inédita maniobra, Franco concedió la exclusiva licencia, convirtiendo a Davis en la única actriz americana que se ha sentado en el trono del Rey de España.