ABC (Nacional)

Jesús Aguirre, el duque que posaba de malvado

Eugenia Martínez de Irujo ha desvelado su difícil relación con quien fue el segundo marido de la duquesa de Alba

- ÁNGEL A. HERRERA

ha tomado carrera, y ha tomado aire, y lo ha soltado de un soplo en la tele: «Jesús Aguirre era muy culto, pero cero humano, y muy malo». De modo que ha resucitado para las crónicas en curso la figura de Jesús Aguirre, segundo marido de Cayetana, la duquesa de Alba, con quien se casó en el palacio de Liria en 1978.

A Eugenia, de 50 años, no le ha faltado pormenor confesiona­l en el retrato que ella ultima, de primera mano, a propósito de Aguirre: «A mí me dijo unas cosas muy duras, a mis 11 años, que se me quedaron grabadas». Y esas cosas son que ella vivía en Liria por la voluntad generosa de Aguirre, y también que ella sería la responsabl­e de cualquier susto probable en la salud de Cayetana, tocada del corazón según la imaginació­n, quizá poco venial, del entonces consorte célebre.

Maldito de tertulia

Eugenia habla de su propia vida, con lo que hay que tenerle un respeto. Tampoco ha pillado de sorpresa a tantos que opinan que Aguirre fue un fino intérprete de la refinada maldad. Era un duque que posaba de malvado, o de maldito, aunque sólo fuera un malvado o maldito en el fingimient­o de las tertulias. Creo que fue la propia Cayetana quien dejó para los siglos la frase definitori­a y definitiva de la primera sensación, a propósito del retrato de Jesús Aguirre: «Me pareció un papel secante».

Hablaba de un primer encuentro con Aguirre, en Marbella, a finales de los 60, en la casa de los duques de Arión, y hablaba del que iba a ser «el hombre más importante de mi vida», según opinión reiterada de la aristócrat­a, ya sin metáfora. Fueron matrimonio durante dos décadas recumplida­s, y el título de duque de Alba lo llevó Aguirre con naturalida­d de señor listísimo, que es lo que fue, desde la infancia.

Nació de madre soltera, se logró teólogo de tronío, incluyendo la amistad, en Múnich, de Ratzinger; y confesó o casó o bautizó, mientras fue cura, a la copa de la izquierda española del momento. Se aburrió, quizá, de saberlo todo, que es como llaman a tener dudas algunos filósofos, como él.

Cultivaba la ironía de maldad en media docena de idiomas, paseaba por Liria como si ahí hubiera tenido colgado el albornoz, desde siempre, y editó y tradujo, en Taurus, todo el pensamient­o moderno europeo, que aquí era lejanía o nada. Tuvo reverencia de amistad, y de magisterio, para José

y le dio apadrinami­ento de primeros libros a Fernando Savater. Diríamos que fue el duque de la movida, pero no sólo porque nutre y prestigia el álbum de los archifamos­os de aquellos ochenta, sino porque puso ademán de modernidad brillante en los salones de la aristocrac­ia, tan poco iluminados a menudo de gentes que leen a Kavafis con los calcetines color fresa puestos, como él.

Lo que se calla

Fumaba puros y sostenía amistades antiguas, como el escritor Juan García Hortelano, que decía envidiar del palacio de Liria un surtidor propio de gasolina, antes que un Velázquez. Cumplía de brillante a un costado de Fernando Lázaro Carreter, y hacía coro de alterne entre catedrátic­os de las sabidurías del Renacimien­to. Francisco Umbral me contó que le gustaba al duque heredar, en la noche, los chales de Cayetana, cuando refresca. «Era pura ficción», arriesgó un día Manuel Vicent, en las vísperas promociona­les de su libro «Aguirre, el magnífico», que metió en un cabreo monumental a Cayetana. Cuentan los que saben, o dicen que saben, que gastaba Aguirre una inteligenc­ia fina, larga, peligrosa y amenísima. Entre la escuela de Fráncfort y el «¡Hola!». Ahora Eugenia nos lo ha presentado como un padrastro duro y difícil. Malvado, incluso. Sus razones tiene. Y acaso las que calla todavía. Por causa de Aguirre lloró. Eso ha dicho. En su puesta de largo, el 16 de junio de 1987, en el sevillano palacio de las Dueñas, Eugenia bailó con su padrastro, Jesús Aguirre «El hombre más importante de mi vida»,

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FOTOS: EFE Y ABC es como Cayetana de Alba definió a su segundo marido. En la imagen, en Marbella
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De izq. a dcha., Lázaro Carreter, Jesús Aguirre, Pedro Cátedra, Carmen Codoñer y Margherita Morreale
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Eugenia Martínez de Irujo Luis Aranguren,

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