Fino intelectual con cierto salvajismo
Dotado de un sentido de la amistad que era incapaz de despilfarrar con los estúpidos
Jconseguía editar en Oviedo una revista calificada de insular y periférica, que ofrecía una sorprendente mezcla de filosofía y literatura, de cultura elitista y de otra más popular que, al cabo, como pueden imaginar resultó improrrogable.
En octubre de 2006, en unas jornadas dedicadas a los periodistas y los medios de comunicación de Europa ante el siglo XXI, explicó que la mayor parte de los conflictos económicos, religiosos, culturales, políticos, científicos y técnicos estaban relacionados con la idea de globalización y que, por eso, debían analizarse al margen de los patriotismos más o menos nacionales o nacionalistas y de las ideologías políticas locales. Ponderó la crisis desencadenada por el impacto de las nuevas tecnologías de la información base de la propia globalización que constituyen la variable más desestabilizadora en el mundo de la empresa periodística y en la mutación del viejo oficio de periodista, como hemos venido observando desde entonces. Y recordó que la idea de Ilustración y aquel entusiasmo europeo por las Luces, que luego se contagiaría a los nacientes Estados Unidos de América, era ante todo una idea global, que entonces se denominaba como «lo universal».
En su opinión, aquello fue el resultado directo de un debate periodístico en el que los filósofos alemanes, franceses e ingleses, empezando por Emmanuel Kant y acabando por Voltaire, cambiaron las tarimas académicas por las columnas de los periódicos. Y por esa senda llegaba a coincidir con Peter Sloterdijk en la necesidad de establecer un «índice de sincronización para evitar problemas ideológicos». Propuso candidatos muy relevantes para el premio al tonto contemporáneo. Generoso con su tiempo y sus saberes, estaba dotado de un sentido de la amistad que era incapaz de despilfarrar con los estúpidos.