SER UN POCO MARIKONDO
Aprender a doblar la ropa en tres cambia la vida
e habla mucho de Marie Kondo. En su programa de Netflix visita a familias como la de «Muchos hijos, dos monos y un castillo». Gente que no sabe tirar las cosas. También familias muy democráticas, más bien innovadoras, en las que no funciona el viejo sentido del orden. Una traducción olfativa de estas familias sería lo que ha contado en una entrevista la periodista Cristina Fallarás: «Les educo (a sus hijos) enseñándoles que ningún olor que salga de tu cuerpo es malo, que ningún sabor que salga de tu cuerpo es malo, que tu cuerpo es todo, lo bueno y lo malo, y que, por lo tanto, todo es bueno». En los hogares a los que va Kondo todo está indistintamente dentro y fuera del armario. Así que lo que hace ella, como una hada madrina de la neurosis, es llevar cajas. En su método todo pasa por meter las cosas en cajitas.
En sus programas no hay reprimendas, no hay superioridad moral, y el lenguaje se hace ligeramente eufemístico. «Harry no quiere alterar el statu quo, lo que le impide asumir un enfoque creativo». Esto es: Harry tiene una montaña de mierda en el salón y ya no encuentran al gato.
Marie Kondo organiza las casas y las vidas un poco como Amazon los contenedores. Un tetris perfecto para que quepan todos los paquetes. Maximiza el espacio para la logística de la vida (oh). Si hemos de ser mercancías libres para ir de aquí a allá en un mundo global, Marie Kondo nos enseña a «amazonearnos» con un método simple: quédate con lo que te hace feliz y dóblalo bien. Lo mejor de la temporada es sin duda el consejo sobre cómo doblar las cosas en tres. Mucha gente lo sabrá, pero para los que doblábamos las cosas en mitades, saber esto cambia la vida. El espacio se multiplica. Si un pilar del método son las cajitas, el otro es conseguir que cualquier prenda quede enrolladita como la servilleta húmeda de un restaurante japonés.
Con el rollo de su «filosofía», Kondo resulta un tanto influencer («influencear» ya debería ser un verbo). Pero tiene razón. Hay que ser un poco «marikondo». El orden empieza en uno mismo y una vida puede medirse por el número de calcetines desparejados.
S