IGLESIAS ESTÁ DE SUERTE
Pablo Iglesias está de suerte porque la derecha no sea fascista en España. Y está de suerte porque el centro-derecha no se arranque los fines de semana de manifa, escrache y cacerola ante la sede de Podemos. O ante la vicepresidencia del Gobierno. Está de suerte porque nadie de la derecha rompe un solo escaparate de los comerciantes, ni arroja adoquines a la Policía, ni incendia las calles, ni asalta comisarías, ni destroza motos y coches ajenos. Está de suerte porque la derecha solo se queja de esta agresión sistemática a la democracia con la quietud de la palabra, con editoriales, con columnas de opinión en periódicos aún libres, en la radio… con la denuncia, con el desprecio intelectual, con la razón de la expresión, con la lógica de la ley.
Pablo Iglesias está de suerte porque nunca hubo una derecha más tibia, más mansa y ensimismada en su propia carencia de identidad. Está de suerte porque se deja ser insultada. Porque las mentiras totalitarias contra este sistema político en fase de dinamitación solo se repiten y repiten porque la derecha tiene erisipela a la calle. Está de suerte porque el patrimonio moral de la protesta se lo ha arrogado el populismo radical de la izquierda mientras la derecha masculla su agonía arrumbada en los bares que van quedando abiertos.
En eso, la derecha no es como la izquierda. Y tanto respeto democrático se trasfunde en una cansina y acomodaticia indolencia colectiva. Dormidina ideológica porque nadie moviliza frente a la pereza. La derecha sociológica –¿mayoría silenciosa?– se deja oír, pero no se deja ver. Por eso Iglesias está de suerte. Ni siquiera planta cara intelectual. Bonita expresión aquella de la «batalla de las ideas». La coartada es buena. La batalla de las ideas, de los argumentos, de los valores. Pero a la hora de la verdad, la izquierda gana por incomparecencia del rival…
Remangarse por las ideas es patrimonio exclusivo de un progresismo militante y comprometido, de extremistas de universidad que solo discrepan para vomitar odio, y cuya fachada pseudointelectual es dirimir diferencias entre Lenin y Trotsky para convertir a España en un erial sin libertad. En cambio, la derecha solo piensa, y escribe, y medita. A veces, incluso de modo sesudo. Echa humo contra este ataque sistémico a la libertad desde el núcleo del mismo Gobierno. La derecha aporta ideas, reflexiones, se exige a sí misma rectificaciones y hace autocrítica grandilocuente de salón, pero que sean otros quienes decidan qué hacer con esas ideas mientras una izquierda de guerrilla organizada las aplasta con tapas de alcantarilla arrancadas de cuajo para usarlas como un