Decadencia
Si acudimos a la etimología, decadencia viene del verbo latino ‘cadere’, que significa caer, y sorprende comprobar cómo la decadencia de algunas personas es proporcional a su ascenso: cuanto más suben, más cerca están de su decadencia. Recuerdo la admiración que me suscitó Inés Arrimadas, cuando apareció en Cataluña, y su manera clara y contundente al expresarse, y la perplejidad que suscita contemplarla ahora como una conspiradora pardilla del brazo de embusteros sobresalientes cum laude.
Anoto en mi memoria el deslumbramiento que me produjo Pedro Sánchez, cuando –después de ser despachado a patadas del PSOE– llevó a cabo una reconquista complicada y difícil, que le llevó a devolver la patada a los que se la dieron. Reconozco su hazaña, de la misma manera que reconozco no tener registrado a ningún gobernante tan mentiroso, desde el primer minuto de formar un Gobierno fundado sobre la base de traicionar la negación más repetida de su campaña («Nunca pactaré con Podemos: ¿cuántas veces quiere que se lo repita?»).
Podríamos decir lo mismo de ese Pablo Iglesias Turrión, que aprovechó una protesta social espontánea y, desflecada y a punto de diluirse, construyó un discurso, tan antiguo como insólito, que le llevó a la vicepresidencia del Gobierno y, luego, a su antiguo barrio a pedir el voto, como esos emigrantes de interior de los años cincuenta, que se marchaban a buscar fortuna a Madrid o Barcelona, y regresaban a su pueblo con un patrimonio consolidado, en este caso en apenas seis años, lo que da idea de su profundo sentido del ahorro.
¿Y qué me dicen del menguante Marlaska? Me entusiasmó aquella postura brava y valiente, oponiéndose a que los policías que investigaban el caso Faisán dieran información a sus superiores del Ministerio de Interior, y su gallarda resistencia a las presiones. Y llegó a ministro de Interior, y resulta que llevó a cabo la misma atrocidad por la que antes se jugó su carrera, e intentó presionar y coaccionar para que un coronel de la Guardia Civil traicionara el cumplimiento de su deber.
Con Pablo Casado me mantengo expectante. Llevó a cabo un relevo generacional necesario, como hizo Aznar, pero me inquieta que parezca estar más preocupado por consolidar su estatus actual que por conquistar La Moncloa. Sería el primer caso en que la decadencia llegara antes de producirse el ascenso.