La eminencia gris del Partido Republicano
Fue incluido en el equipo de asesores de Nixon para definir su estrategia sureña
Bill Brock, en su condición de presidente del Comité Nacional Republicano, tuvo un pequeño enfrentamiento con Ronald Reagan de cara a la sede de la Convención de 1980 que debía proclamar candidato al exactor y antiguo gobernador de California. El primero abogaba por Detroit, urbe de mayoría afroamericana; el segundo hacía lo propio por Dallas. Al final, Brock ganó un pulso que muy poco tenía que ver con un rifirrafe circunstancial y mucho con una cuestión de fondo: si los republicanos querían recuperar la Casa Blanca, tenían que proyectar una imagen de partido que captaba los signos de los tiempos, preferible a un repliegue sobre sus seguidores más fieles. Brock, además, sabía de lo que hablaba, pues como miembro de la Cámaras de Representantes por el Estado sureño de Tennessee, pronto se dio cuenta del funesto error que cometió al oponerse a las leyes de derechos civiles de 1964 y 1965, rectificando su voto con motivo de la tercera ley en 1968. Su actitud fue premiada ese mismo año por un viaje de Richard Nixon a Tennessee para apoyar su reelección. Ambos congeniaron y Brock fue incluido en el equipo de asesores de Nixon encargados de definir su estrategia sureña.
El nombramiento fue oportuno: a finales de los sesenta, la hegemonía demócrata en el sur empezaba a resquebrajarse y Brock, junto a otros republicanos –el tejano George Bush padre, entre otros– supo sacar provecho de la nueva tendencia con un discurso que supo convencer a las clases medias de aquellos lares; hasta el punto de arrebatar, en 1970, un escaño se senador por Tennessee al Albert Gore Sr., una figura local y padre del futuro vicepresidente de Bill Clinton. Brock supo estar de nuevo a la altura de las circunstancias, desarrollando una sólida labor legislativa en el Capitolio. Su carrera era de las más prometedora hasta que la ola de fondo provocada por la dimisión de Nixon y una declaración de la renta algo extravagante que saltó a la luz cuando intentaba renovar su escaño por Tennessee dieron al traste con sus planes.
El vía crucis de Brock, expulsado del Capitolio, continuó al tocarle la ingrata tarea de relanzar un Partido Republicano hecho añicos tras el Watergate. Brock plantó cara al desafío y en cuatro años, a base de reclutar nuevos votantes –principalmente entre afroamericanos, clases populares y jóvenes–, de prometer recortes masivos de impuestos –que fueron aplicados– y de una brillante política de comunicación, preparó el reverdecer del Grand Old Party. Reagan le premió primero con el cargo de Representante para Negociaciones Comerciales –donde contribuyó a sentar las bases de la actual Organización Mundial de Comercio– y más adelante con el ministerio de Trabajo.