Elecciones 4-M
arrabalesco y fulero marca de la casa. La realidad es que se va porque ha fracasado, porque España le ha echado y porque prefiere hacer el zángano. Y que sin espina podremos avanzar. Pablo apareció en nuestras vidas indignado con un gobierno de Zapatero y, tras diez años de lucha sin cuartel, de guerra civil mediática, de vómitos y excrecencias de todo tipo, de odio contra todo, de chulería y arrogancia, de justificación e incluso aliento de la violencia, de engañar a todos y de proyectar sombras de corrupción, lo único que ha conseguido es dejar a la derecha gobernando en Madrid con una mayoría abrumadora, a Izquierda Unida desintegrada, a los sindicatos zombis, a Errejón humillándolo y a un PSOE desprestigiado expiando las culpas por haberse echado en sus brazos. Esta es su gran obra, y el resto, apenas una anécdota que pasará como pasan todos los fenómenos televisivos. Pablo ha sido una vacuna para que toda una generación se separe de la izquierda, una inyección de realidad que deja a su bloque temblando y que nos ha inmunizado contra los experimentos revolucionarios de mediocres que se creen Mesías.
La medicina es la Constitución, basada en la concordia, en la reconciliación y en los símbolos comunes, es decir, en lo contrario de lo que Pablo Iglesias ha representado este tiempo. Y como diría Nacho Vegas: «Dejan los tambores de sonar y un gong anuncia la retirada. Se discute la capitulación mientras se aproximan carcajadas». Siguiendo su propia teoría, si Iglesias vuelve a Vallecas a partir de esta noche, lo debemos interpretar como una provocación. Esa es la gran broma final.