La nueva huerta valenciana
Los agricultores buscan alternativas a los cultivos tradicionales para sacar mayor provecho a sus tierras. A la moda en retroceso del caqui se suma ahora un nuevo producto que triunfa en el mercado: el aguacate
Uno de los personajes de las novelas con las que Blasco Ibáñez retrató la vida en la huerta valenciana se mostraba cansado de la «monotonía de los naranjos y las palmeras». Más de un siglo después, la naranja junto a la mandarina, la uva, la almendra y las aceitunas siguen siendo los cultivos predominantes en la región. Pero quizás si Leonora, la protagonista de ‘Entre naranjos’, viajara al presente, encontraría más variedad en sus paseos por las fincas agrícolas.
Fue precisamente a principios del siglo XX cuando la transformación de zonas de secano a regadío permitió extender el cultivo de frutas y hortalizas en la Comunidad Valenciana. Los cítricos permanecen actualmente en la cúspide de un sector agroalimentario dividido en pequeñas y medianas particiones de tierra de carácter familiar: casi ocho de cada diez explotaciones cuentan con menos de cinco hectáreas y el tamaño medio en la Comunidad Valenciana ronda las cinco y media.
Pero las variedades que en su día fueron garantía de éxito, ahora no funcionan. Los agricultores buscan alternativas o, incluso, otros productos distintos a los tradicionales que les permitan rentabilizar al máximo sus campos. Con ellos, «perciben mejores precios porque ocupan un hueco de mercado nuevo, tienen un número de plantas limitado y se comercializan en la gran distribución europea en una gama de calidad gourmet», explican desde AVA-ASAJA, una de las organizaciones mayoritarias del sector. Entre esos frutales que escapan de lo convencional destacan, por ejemplo, el kiwi o las mandarinas con variedades Orri y Tango.
Un propósito, el de emprender para satisfacer la demanda del mercado y comercializar mejor el cultivo, que no está exento de riesgos, pero que persigue un único objetivo: poder vivir de la tierra que se trabaja. Para plantar alguna de estas variedades hay lista de espera. El caso más revelador es el del aguacate. Hace diez años apenas ocupaba 137 hectáreas en toda la región. Hoy esas porciones de tierra se han multiplicado por quince, hasta las 2.121, según la Encuesta sobre Superficies y Rendimientos de Cultivos (Esyrce). En la era de las redes sociales y el auge del veganismo, la apariencia y lo exótico de este producto, además de sus múltiples usos y beneficios, han disparado su demanda entre los ‘millennials’. También su precio. Es la fruta de moda y Valencia quiere su parte de la tostada.
Pero, ¿cómo se ha llegado hasta aquí? La fiebre del caqui disparó hace una década el cultivo de este fruto en la Comunidad Valenciana. Entre 2010 y 2020, la producción se triplicó, desde las 5.000 a las 15.000 hectáreas. Un ascenso meteórico que coincide con los años en los que el naranjo cedió terreno, pero que ya muestra síntomas de regresión por la guerra de precios –se llegaron a pagar a 70 céntimos el
La burbuja del caqui La saturación del mercado y el veto de Rusia han frenado en seco las expectativas con este fruto
frente a los 22 actuales– y el veto ruso. Lo mismo ocurre con algunas variedades de naranja o con el granado, que también se ha desinflado fuera de la comarca de la Vega Baja, su ámbito natural. Campos enteros que se están arrancando para probar suerte con otro cultivo o, directamente, se están abandonando ante la falta de viabilidad.
El fracaso de estas alternativas, explica Ferran Gregori, técnico de la Unión de Agricultores y Ganaderos de la Comunidad Valenciana –otra de las principales asociaciones agrarias–, viene motivado por una falta de planificación a largo plazo. «Si nos lanzamos todos a un cultivo y el consumo no va en proporción al aumento de la producción, saturamos la oferta y quemamos el mercado muy rápido», señala. Para Gregori, se trata de una crisis de modelo comercial que no pone en valor el producto, sino que «compite solo en precio con otros países como Sudáfrica o Egipto, que con poco que lo bajen ya te lo revientan».
«Hemos dejado las clementinas clemenules en el suelo y vamos a arrancar 25 fanegadas –cada una equivale a 831 metros cuadrados– para plantar la variedad Valencia porque su precio se mantiene», cuenta Daniel, un joven de 28 años encargado de gestionar varios campos en la localidad de Benifairó de los Valles. Él mismo también simboliza otro de los problemas del sector. En la Comunidad Valenciana, solo los titulares del 6 por ciento de las explotaciones tienen menos de 34 años. Mientras los trabajadores de la plantación cargan y pesan la fruta en cajones, Daniel lamenta que «todo son gastos y no es rentable» porque «están entrando naranjas de otros países sin los controles que nos exigen a nosotros». «Sale más barato dejarlo perder que mantenerlo», indica señalando un campo abandonado enfrente del que ahora recoge la cosecha. Según la Ley de Estructuras Agrarias de la Generalitat, el abandono de las tierras ha provocado la desaparición de casi la mitad de las explotaciones agrarias existentes hace diez años y una reducción de la superfikilo,
Precios al alza La demanda de aguacates en Europa provoca que el agricultor reciba hasta tres euros por kilo
cie agraria útil superior al 11 por ciento. Con estas expectativas, el técnico de la Unión defiende que «la alternativa al cultivo de los cítricos es el mismo producto pero visto de otra manera». Nuevas variedades pigmentadas que aseguren la viabilidad de la plantación, como mínimo, durante unos cuantos años. Sin embargo, incide Ferran Gregori, todo esto requiere organización, investigación y formación para identificar los nichos de mercado. También se hace necesaria, a su juicio, la intervención de la Administración a la hora de diversificar el sector y llevar a cabo una política agraria «inexistente» durante muchos años.
El oro verde
A pocos metros del bancal en el que Daniel recoge la naranja, Mariano Condomina cultiva sus aguacates en una tierra en la que sus antepasados han visto crecer desde algarrobas hasta uva. Hace quince años que se lanzó a arrancar los naranjos, de forma progresiva, para probar suerte con un fruto que hasta entonces no tenía presencia en la zona. De las primeras cinco fanegadas y media, pasó a las 60 actuales distribuidas en varios campos. De cada una de ellas salen de media, 1.250 kilos de aguacates. En toda España se produjeron durante la última campaña, según Asaja-Málaga, 81.000 toneladas. Además, se facturaron 189,9 millones de euros, un 50 por ciento más que en la cosecha anterior. Este agricultor de 62 años se muestra «enamorado» de un producto «diferente y muy bueno» que «da valor a la tierra» y tiene muchas aplicaciones. «Si llueve o hace frío, el aguacate no se estropea. En ese sentido, la naranja es muy delicada», comenta. Es un cultivo que ofrece más rentabilidad porque «no da faena», en comparación con las plagas que afectan al naranjo y tampoco supone un consumo de agua desenfrenado, como algunos, dice, quieren hacer creer.
Condomina defiende la perspectiva de futuro de este fruto y no ve peligro en que se repita la saturación que ha llevado al fiasco algunos experimentos agrícolas. La viabilidad de las plantaciones de aguacates está ligada a las zonas cálidas en las que no se producen heladas –por encima de 0 y por debajo de 30 grados–, por lo que se reduce su superficie útil en la Comunidad Valenciana a prácticamente tres comarcas. «Se está consumiendo mucho en Europa, se están abriendo nuevos mercados y se tiene que saber vender el producto fuera». Pero el interés que suscita, sobre todo, es económico. «Se paga bastante bien porque hay demanda», puntualiza al tiempo que augura para el año que viene una buena cosecha. «Peor que la naranja no puede ir», razona confiado. El productor recibe entre 2,1 y 2,2 euros por kilo, aunque según la calidad, el tamaño o las fechas se puede llegar a pagar hasta tres euros por kilo. Después se vende al consumidor rozando los cinco. Pese a ello, hay una reivindicación que se repite: la falta de implicación por parte de las instituciones. Los productores valencianos de este exótico fruto se han constituido en una asociación, Asoproa, de la que Mariano es vicepresidente. El objetivo es conseguir una denominación de origen para el aguacate valenciano, una marca de calidad que lo distinga del de otros países. Para ello están también en contacto con el resto de zonas de España en las que el aguacate tiene una presencia destacada, como Andalucía. En el sur del país predomina la variedad llamada Hass, mientras que en la zona valenciana de Sagunto destaca la Lamb Hass, con una ventaja que Mariano pone en valor: «Una llega cuando se acaba la otra, por lo que hay un par de meses en los que la nuestra vale más dinero, porque la fruta de Perú todavía no ha llegado».
Con todo, Condomina advierte de una única plaga ante la que están «muy indefensos»: los robos. «Queda lo mínimo por vallar», lamenta. Pese a que están en contacto continuo con la Guardia Civil, es difícil identificar a los autores de los hurtos porque la mayoría ni siquiera se denuncian. Por ello, abogan por aumentar los controles en los comercios y mercados para asegurar la trazabilidad del producto. Quien también ha sufrido este problema en primera persona es Rafael Llácer, propietario de una explotación de la variedad Hass en Simat de Valldigna –cerca de Gandía–, a quien expoliaron 50 plantas en 2017. A día de hoy, advierte, siguen siendo un producto muy codiciado para las mafias. Como curiosidad, Llácer destaca que los árboles que cultiva en sus campos han sido modificados genéticamente para evitar que su sensibilidad a la humedad y a la fitóftora, un hongo que acaba con ellos, les afecte. Por ello, cuando el agricultor se hace con la patente está obligado a localizar su plantación y se compromete a no reproducirla.
¿Futuro para los jóvenes?
En el horizonte, este productor de 57 años ve «mucho potencial» en los nuevos cultivos que emergen con el asesoramiento y la orientación técnica que precisan. No obstante, al margen de esa reconversión de variedades, la búsqueda de nuevos mercados exportadores y la modernización de las infraestructuras agrarias, Rafael señala un problema fundamental para el futuro del campo valenciano: la falta de arraigo entre los más jóvenes, que no ven este sector una opción viable para salir adelante.
Robos continuos La mayoría de los hurtos no se denuncian, por lo que es difícil seguir la pista del producto