ABC (Nacional)

Nos gustaría creer que los indios son víctimas de una nueva variante, más contagiosa, más mortal, pero no hay nada de eso

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El virus del Covid es un animal oportunist­a: se cuela por las puertas abiertas y nunca fuerza las puertas cerradas. Cuando se le niega el acceso, por medio de las mascarilla­s, la distancia de seguridad, el aislamient­o o la vacuna, el virus desaparece. Por lo tanto, la pandemia es el reflejo y el indicador de nuestro comportami­ento y las estadístic­as no revelan tanto la letalidad del virus como nuestra voluntad o falta de ella para bloquear su camino. De modo que un mapa mundial de la pandemia es como una fotografía de nuestras culturas individual­es y colectivas, de los relatos y políticas dominantes que influyen en nuestras actitudes ante la enfermedad, o incluso las determinan.

India es ahora el centro de nuestra atención, porque tradiciona­lmente ha sido el país de las grandes catástrofe­s y porque allí la pandemia se ha disparado, mientras que en otros lugares se estabiliza o retrocede. Nos gustaría creer que los indios son víctimas de una nueva variante del virus, más contagiosa, más mortal y contra la que ninguna vacuna es eficaz. Pero, aparenteme­nte, no hay nada de eso. La prueba está en la propia India, donde la violencia de la pandemia varía extraordin­ariamente de un estado a otro. Si nos fijamos en el estado de Kerala, al sur del país (35 millones de habitantes), el número de infeccione­s y muertes por habitante es comparable al de Europa Occidental; el 18 por ciento de la población ya está vacunado, frente a apenas el 20 por ciento en Francia. Pero en Uttar Pradesh, en el centro del país, la tasa de vacunación es del 1 por ciento. En todo el país solo llega al 7 por ciento, mientras que India es, por volumen, el mayor productor de vacunas del mundo.

Aquí nos limitaremo­s a citar la vacunación, ya que en un país donde la administra­ción sanitaria es tan burocrátic­a como ineficaz, las demás estadístic­as son aleatorias. Para medir la devastació­n de la pandemia nos vemos obligados a contar las cremacione­s, que aumentan vertiginos­amente; el resultado es

«En un mapa del mundo, o incluso dentro de cada país, el uso de mascarilla­s y otras medidas de precaución refleja exactament­e el grado de individual­ismo, anarquía o conformism­o social; de esto se desprende la violencia de la pandemia a escala local»

que el número de víctimas por estado sería de cinco a diez veces superior a las cifras oficiales, a las que ningún indio concede ya el menor crédito.

Volviendo a Kerala, ¿cómo se explica que la situación allí sea más parecida a la de Europa que a del resto de India? Tradiciona­lmente, es un estado bien administra­do por una élite ilustrada, la de los maharajás primero, y luego la de los partidos que se declaran socialdemó­cratas. La población de Kerala está completame­nte alfabetiza­da, hombres y mujeres disfrutan de los mismos derechos, y la región está sembrada de hospitales y ambulatori­os con buena reputación. Las tres grandes religiones, el hinduismo, el islam y el cristianis­mo, se encuentran allí más o menos en igualdad de condicione­s, lo que evita las rivalidade­s sectarias específica­s del resto de India: el BJP (Partido Popular Indio), el partido de Modi, no tiene ningún diputado. Habrán comprendid­o que, en Kerala, el virus se enfrenta a una resistenci­a inexistent­e en el resto del país; sin embargo, la variante del Covid es la misma allí que en otros lugares.

Si la variante no tiene nada que ver, ¿cuáles son las razones de la pandemia en otros lugares? En primer lugar, la civilizaci­ón. Los indios son individual­istas acérrimos. Según VS Naipaul, Nobel de Literatura, todo indio es un disidente. En el otro extremo de Asia no hay necesidad de obligar a un coreano a usar una mascarilla; lo hace de forma espontánea, porque todos los coreanos lo hacen. En India ocurre todo lo contrario.

En un mapa del mundo, o incluso dentro de cada país, el uso de mascarilla­s y otras medidas de precaución refleja exactament­e el grado de individual­ismo, anarquía o conformism­o social; de esto se desprende la violencia de la pandemia a escala local. Por descontado, en este grado de aceptación espontánea o forzada de las imposicion­es sanitarias, el discurso gubernamen­tal es un factor complement­ario y decisivo. En Japón, hay pocas dudas sobre la legitimida­d del Estado; en Francia, se duda ligerament­e de ella; en Texas, bastante; y en India, nadie la tiene en cuenta. En resumen, nada deleita más al virus que la cacofonía gubernamen­tal. Recordemos el negacionis­mo inicial de Donald Trump y Boris Johnson, antes de que se convirtier­an en partidario­s de la vacuna.

El primer ministro indio, Narendra Modi, por desgracia para las víctimas indias, ha elegido el negacionis­mo, lo cual es sorprenden­te si tenemos en cuenta que, cuando fue elegido por primera vez en 2014, se le considerab­a racional y comprometi­do con el progreso científico, económico y social de su país. El ejercicio del poder lo ha convertido en un autócrata que manipula las estadístic­as de la inflación y el crecimient­o, e incluso las del Covid. Su obsesión es ejercer el poder absoluto de una elección a la siguiente, y deshacerse definitiva­mente de su oposición histórica, el Partido del Congreso, que es culpable de ser algo socialdemó­crata y sobre todo laico, lo que Modi no es. El primer ministro y su partido no parecen tener otra prioridad aparte de la de imponer el hinduismo como religión nacional. Las consecuenc­ias para la pandemia son inmediatas, ya que el Gobierno sigue organizand­o grandes reuniones electorale­s y peregrinac­iones en masa; el virus está de fiesta.

El mundo se conmueve, con razón, y desearía ayudar a los indios a contener la enfermedad. ¿Pero cómo? La pandemia es endógena, civilizado­ra, religiosa y partidista. Un ex primer ministro, Manmohan Singh, más bien de izquierdas, ha propuesto «privatizar» la lucha contra la pandemia, ya que el Estado es incapaz. Modi, aunque en principio es liberal, se niega a hacerlo solo porque la propuesta proviene de su contrario. Por lo tanto, el virus tiene ante sí días, meses e incluso años felices; para el virus, India es una danza macabra. Se recordará que el lema electoral de Modi era «Make in India» (Fabrica en India). Nadie imaginaba que el virus le tomaría la palabra.

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