El encendido ánimo de Zubiaurre
‘DON FERNANDO, EL EMPLAZADO’
Riccardo Castelvecchio, Ernesto Palermi y Valentín de Zubiaurre. Intérpretes: Miren Urbieta-Vega, Cristina Faus, Damián del Castillo, José Bros, Fernando Radó, Gerardo López, Vicenç Esteve y Gerardo Bullón. Coro y Orquesta Titulares del Teatro Real. Dir. musical: José Miguel Pérez Sierra. Teatro Real. 15-V
Hará poco más de una década, la Orquesta de Euskadi rescató de la ignorancia a Valentín de Zubiaurre, un compositor orientado hacia la música religiosa como responsable de la Real Capilla de Madrid y con tanteos en otros géneros de la inestable historia musical del XIX. En 1869 ganó el concurso nacional de ópera con «Don Fernando, el emplazado», un título que hoy es considerado una referencia en el primer deambular de la ópera española. Por eso, la recuperación de la obra, que acaba de proponer el Teatro Real, es un gesto contra la desmemoria.
«Don Fernando, el emplazado» parte de la convención a través de un catálogo de escenas, romanzas, concertantes y coros de escasa penetración en la caracterización de los personajes y escenas. El margen de maniobra es estrecho porque el libreto de Riccardo Castelvecchio y Ernesto Palermi enhebra los sucesos con rigidez, más preocupado por la estructura que por la habilidad narrativa. El estereotipo concluye en una especie de daguerrotipo acartonado sobre el asesinato de los hermanos Carvajal por orden de Fernando IV de Castilla, quien usurpó el reino a su madre, doña María, enviada al destierro. La escrupulosidad moral es evidente y lleva al rey a morir arrepentido tras recibir el perdón del aniquilado y santífico don Pedro. Pero hay que guiarse por la interpretación y concluir que todo ello queda en un segundo plano cuando suena el formidable agudo con el que este cierra la ópera y con el que José Bros remató una actuación en la que volvió a demostrar que el mérito se construye con capacitación y compromiso.
El personaje es vital para la obra. Fue encarnado en el estreno por el mítico Tamberlick y se presenta en escena con la rutinaria romanza «A confortami un Angelo». Luego se encuentra con Estella en un sólido dúo cuya fuerza fue remarcada por la soprano Miren UrbietaVega. Su actuación fue menos regular, con la voz muy afilada y desabrida al principio, aunque encontrando una posición más cómoda, imponiéndose sin perder volumen ni fuerza. El dúo inicial suscitó los primeros aplausos que luego se repitieron en el terceto del acto segundo ante el encuentro de don Pedro y Estella. Las voces, muy particularmente la de Bros y Urbieta-Vega (también la de los partiquinos Cristina Faus y Gerardo Bullon), demuestran la importancia de los intérpretes en la ópera de Zubiaurre, tanto en la parte solista como en el coro, que asume un protagonismo muy elocuente al encarnar diversos personajes.
El coro titular del Teatro Real cantó enmascarado y con suficiencia. Hubo desajustes en las entradas; mucho ruido, poca finura en el acompañamiento, escasa tensión dramática y demasiada trivialidad en el foso bajo la dirección musical de José Miguel Pérez-Sierra, quien creció hacia una mejor posición a partir del gran terceto del segundo acto, prólogo a un primer gran
José Bros final de la obra. Argumentalmente, el último acto es una secuela anecdótica del anterior y sirve para poner el tema en orden. Entonces, el Rey Fernando se humaniza y Damián del Castillo lo significó rematando una actuación agotadora que afrontó con honradez y convicción. Sin duda, el papel necesita a un barítono armado, con autoridad, voz, que muestre carácter en el final del acto primero y en la romanza de apertura del segundo, en el dúo con Estella y en la brillante escena de cierre. Porque hay una sensación de grandeza en el desarrollo conclusivo de la obra, allí donde el estilo se vuelve más personal y auténtico, y donde la reflexión sobre el potencial que encierra «Don Fernando, el emplazado» es inevitable. Se intuye aquí la ilusión por construir una obra orgullosa, también por prestigiar un género que el medio y la propia sociedad de la época aceptaron a regañadientes si lo avalaba un autor español, a pesar de que la obra fuera tan internacional en su factura y se adaptara al italiano para su reposición en el Real. El tema es contradictorio y apenas resuelto, sobre todo si se observa el éxito que la interpretación de esta ópera de Zubiaurre acaba de suscitar.