El Atlético vence a la agonía
·Remonta en siete minutos y al final un partido que tuvo dominado. Si gana en Valladolid, será el campeón de Liga
El hechizo adictivo que genera el Atlético quedó patentado una vez más en otra tarde no apta para arritmias. No hay gloria sin angustia, ni éxito sin tribulación en el mundo colchonero. Ante el Osasuna lo tuvo todo de cara para ganar, imponente su primera parte sin goles. Después vino la aflicción, la congoja, el miedo. Todo. El gol de Osasuna en el minuto 74, el empate de Lodi en el 81 y el gol liberador, balsámico, de Luis Suárez en el 88. Falta una jornada, un tramo más de padecimiento, y el Atlético sigue líder, a una victoria de su undécima Liga.
La tecnología trata de asemejar al viejo Vicente Calderón, sin que la comparación sea admisible para muchos atléticos nostálgicos. El sonido enlatado de los cánticos, el aliento prefabricado de la informática se ensartan con el ánimo real, audible desde el interior de los aficionados que desafiando a la lógica de una pandemia se han juntado en los aledaños del estadio para animar a su equipo.
Todas las penurias que un día se vivieron en el Calderón parece que tienen alivio porque el Atlético que se juega la Liga se parece al equipo intratable de la primera vuelta, ese ciclón que avasallaba con juego, goles y el puñal de Llorente por la banda.
No hay lugar para otro minuto 93, otra daga despiadada. Eso quieren pensar todos los colchoneros porque su equipo juega, manda y llega en oleadas, sin rastro de cansancio o incertidumbre. Un ritmo vivo, circulación veloz, recuperaciones enérgicas y balones al área, donde Luis Suárez fue contratado para tal efecto.
Sucede que el partido deriva hacia dos nombres propios, Suárez y Sergio Herrera. Casi tan determinante uno como otro, el uruguayo las tiene de todos los colores, fáciles, complejas, en autoservicio… Ninguna entra, una pega en el palo, otra la despeja el portero, la de más allá no alcanza el taconazo.
La tarde que se anunciaba próspera adquiere un matiz fúnebre porque Herrera se gana la paga. Saca un trallazo a bocajarro de Correa, despeja un tiro de Suárez, casi roza el zurdazo de Saúl al poste, despeja por arriba, bloca por abajo, es un pulpo de mil tentáculos que está arruinando la tarde a un Atlético muy superior, convincente, brioso y limpio en el trato del balón, pero que no la mete.
Los alaridos de Suárez después de cada ocasión desaprovechada se escuchan en la ribera del Manzanares. Correa, el mejor en el primer tiempo, se explaya contra la defensa pamplonica, pero no hay forma. El Atlético se va al descanso sin goles. Del ataque de Osasuna no hay noticias, lo cual es inquietante por la inclinación al padecimiento del colchonerismo.
El segundo acto envía señales de fatalismo, tan olvidadas estaban por estos lares. La tropa de Simeone no genera oportunidades con la misma clarividencia, pero el empuje natural por querer ganar la Liga arrincona al Osasuna,
que no sale de su campo ni conoce a Oblak. A Savic le anula un gol el árbitro por fuera de juego evidente, después de varios minutos de deliberaciones. La tarde se tuerce.
El entusiasmo sigue ahí para los rojiblancos, aunque no tanta la lucidez. Carrasco mantiene viva la llama, intenso por la banda izquierda. Correa engancha una volea que tenía todo el aroma de un título, pero el disparo sale centrado, sin maldad para Sergio Herrera, que atrapa sin mayor dificultad.
Entran Joao Félix y Lodi en un intento por refrescar las piernas del colectivo y el ánimo general. Carrasco también marca, pero también se anula el tanto por fuera de juego. Acierto del colegiado. El drama se adivina en el horizonte porque las señales son demasiado fuertes. El Atlético no materializó en la primera parte y la vida se vuelve negra en el minuto 74. El Osa
suna, que no había llegado hasta Oblak en todo el partido, que casi no había cruzado la línea del centro del campo, se conecta con el reguero de calamidades del Atlético. Budimir engancha un cabezazo que Oblak saca dentro de su portería.
La tensión se mastica en cada atlético por el mundo porque es el destino cruel. Simeone pide cabeza y en el tiempo de hidratación dice «el gol va a llegar». Joao Félix le da la razón. Frota su lámpara e inventa un gran pase para Lodi, que define con propiedad. Empate a sufrimiento.
Osasuna ya no quiere saber nada del partido, el Madrid se frota las manos en San Mamés con el gol de Nacho, la Liga colchonera se va, otra más. La coge Carrasco, es el carril Llorente, el flanco Trippier. El belga se para y piensa, cede atrás y, al fin, Luis Suárez encuentra el premio. El toque contundente, el balón a un lado, el gol que permite soñar a la parroquia que hizo del padecimiento su vida.