Las virtudes del último campeón
El Madrid cumple en Bilbao con gol de Nacho, seriedad, Modric y balón parado
El Madrid obligará a Simeone a estirar la retórica del ‘partido a partido’ hasta el final, como forzando los límites humorísticos de la cosa. En Bilbao cumplió, exprimiendo lo mejor de sí, y según el guión de la última Liga, las pautas de un equipo previsible, pero digno de confianza. La clave de la resolución del campeonato (la iniciativa, si está papá encima de mamá) estuvo en el derbi y en el partido contra el Sevilla. No es esta crónica el lugar para analizar el asunto, pero sí para dejar apuntado que existe un asunto.
El Madrid comenzó con alegría, dinámico, con mucho juego por las bandas jóvenes y movido por Modric echado donde Kroos. Pasaron los minutos y se fue convirtiendo en una mezcla de posesión y triangulaciones, intentos y merodeos por el triángulo que formaban Modric, Gutiérrez y Vinicius, con el día funesto.
El Athletic no se jugaba nada, pero no era abulia lo que se percibía, sino tranquilidad, la ventaja psicológica. No conseguía producción ofensiva alguna y le bastaba con aplicarse en defensa.
En el Madrid nadie parecía atreverse aún a irse del otro y el único que lo intentaba, Vinicius, lo hacía para equivocarse después. Que intentase lo correcto parecía improbable, que lo ejecutara bien ya era casi imposible. El peso de esas dos decisiones, que tan simples son, que tan poco son, pero que en él a veces son como dos loterías sucesivas, condenaban su juego aun antes de llegarle la pelota. Pero (y esto es lo que hay que reconocerle) el juego le buscaba a él, él era lo que rompía un poco la mar en calma del partido. Había una tranquilidad ominosa, rara. El juego del Madrid cargaba a la izquierda. Faltaba por aparecer la derecha, y lo hizo en el minuto 27, con un pase de Odriozola que golpeó en la mano de Morcillo, quien, tras el lance y como por si acaso, anduvo unos instantes con el brazo rígido y pegado al cuerpo como si se lo hubieran entablillado o estuviera imitando a un manco. Arbitrariedad viene de árbitro y no se pitó nada.
El juego siguió siendo igual. El Madrid tenía el control del partido pero sin romper, sin llegar, sin rasgar, sin que Benzema chutase o Valverde explotase. Había como un miedo a romper la vajilla. El Athletic solo tuvo un chut lejano de Berenguer en toda la primera parte. En toda ella, la misma atmósfera rara: algo de temor en los jóvenes, medida prudencia física en los mayores, y responsabilidad en todos. En el descanso, Zidane tendría que agitar algo el árbol: que cayera el fruto (el gol) y no el nido.
La labor de Modric
Y en la segunda parte fueron apareciendo los elementos que constituyen al Madrid reciente. Fue calentando su juego, encendiéndolo, poco a poco, a partir de las acciones correctas de Benzema y, sobre todo, de Modric. Ellos construían el fútbol, pero ¿a quién le dejaban la engorrosa y decisiva tarea de decidir? Se fue viendo lo que es el Madrid y lo que fue el año pasado: un tiro lejano de Modric, el cambio reglamentado de Vinicius por Asensio en el 60 y una insistencia de bajo grave que se fue sustanciando en saques de esquina, en el balón parado: en uno subió Militao, potente en el salto; en otro, Casemiro, que remató al larguero… El Madrid se apasionaba, el partido entraba en calor y le surgían espacios al Athletic. Ese mínimo riesgo lo asumió Zidane, que encontró el gol en un nuevo córner en el 68: balón al segundo palo y Casemiro asiste a Nacho. El gol lo tienen los defensas y Casemiro es el segundo gran jugador ofensivo. Se mostraba el Madrid tal como es: una larga columna auténtica: Courtois, Casemiro (excelente) y Benzema, con dos riñones filtradores del juego (Kroos y Modric) y los centrales (las
Los defensas, al rescate
Cuando necesitó el gol, en el Madrid aparecieron Casemiro y los centrales
gónadas). Un esqueleto con el aire justo, casi sin pulmones.
Pero siendo así, apenas un esqueleto, un hidalgo tambaleante y cargado de años, el Madrid ha resultado emocionante por su empeño, por el aprovechamiento de sus recursos y por ser un equipo, algo orgánico y reconocible, con puntas individuales de excelencia y defectos que vistos en el ser querido resultan encantadores. Su liga 202021 es continuidad de la anterior, de aquello que le sirvió para ganarla. Es el Madrid pandémico de los veteranos de Zizou, así se recordará.
Con el gol, el Madrid se replegó, una virtud acreditada. Juntarse, apiñarse. Quiso ganar todo el espacio cediendo el balón al Athletic y luego, con el espacio, recuperó la pelota. El Athletic solo tuvo una buena ocasión de Vesga y el elemento ya folclórico de Raúl García, que boicoteó su potencial alborotador siendo expulsado.
El Madrid cuidó ese gol mientras las cosas pasaban y dejaban de pasar en el Atlético-Osasuna. Ese azar ya no lo podía controlar Zidane. Sucedía en otro lugar. Con lo justo, con suplentes, tirando del Castilla y con más de 60 lesiones encima, el Madrid hizo lo que tenía que hacer. El mismo ‘unocerismo’ que le sirvió para ganar bien la última Liga no le sirve en esta.