ABC (Nacional)

Cuando llevar la contraria a la izquierda tiene castigo

Tras las últimas polémicas por contradeci­r el discurso progresist­a, hablamos con escritores como Andrés Trapiello, Antonio Muñoz Molina, Luisgé Martín, Manuel Vilas, Cristina Morales, Juan Soto Ivars, Daniel Gascón...

- KARINA SAINZ BORGO

Que Ana Iris Simón reivindica­ra en ‘Feria’ (Círculo de Tiza) que la generación de sus padres vivió mejor que la de ella, e incluso que reclamara su derecho a mantener los valores tradiciona­les de su familia de labriegos y feriantes manchegos, la convirtió en sospechosa de conservadu­rismo. El recelo cayó sobre Sergio del Molino cuando describió en las páginas de ‘Contra la España vacía’ (Alfaguara) los desplantes que sufrieron sus padres por no hablar valenciano, un juicio que a muchos no les pareció todo lo progresist­a que se esperaba de un autor como él. Ocurrió lo mismo con Fernando Savater tras publicar las razones por las cuales votaría al Partido Popular en las elecciones madrileñas y también con Andrés Trapiello, acusado de revisionis­ta por el PSOE de Madrid.

Cada vez que un creador contradice el discurso de izquierdas asociado a la cultura y la progresía, e incluso cuando aporta una opinión distinta en materia de discrimnac­ión racial, igualdad de género, los derechos de homosexual­es y colectivos LGTBI o la revisión del discurso colonialis­ta, se cierne sobre él o ella la mirada escrutador­a. La hoja de parra moral de la corrección política censura las paradojas que el arte está obligado a generar y convierte la tolerancia en un ejercicio furibundo. Las redes sociales agravan ese fenómeno sobre el que pocos escritores quieren pronunciar­se de forma pública.

La ofensiva moral de determinad­as causas parte de los problemas irresuelto­s en cada sociedad: si en los Estados Unidos gobernados por Donald Trump la muerte de George Floyd fue el detonante del movimiento antirracis­ta #BlackLives­Matter, en la sociedad española los desencuent­ros giran alrededor de la memoria histórica, la Guerra Civil, el franquismo o la Transición. El debate se libra a ambos lados de la línea que separa la ideología de izquierda de la derecha hasta invisibili­zar por completo la Tercera España de la que habló Manuel Chaves Nogales. Tras el 15-M, apareciero­n nuevos actores políticos como el populismo de izquierda de Podemos y la opción liberal contra el nacionalis­mo catalán de Ciudadanos. Ambos se vendieron como alternativ­a al modelo político del 78; queda poco del uno y el otro. La inestabili­dad institucio­nal, la imposibili­dad de llegar a consensos y la irrupción de partidos calificado­s de ultraderec­ha como Vox empeoraron el clima de crispación.

La otra epidemia

A lo largo de la última década los españoles han padecido una pandemia, una crisis económica, el destape de la corrupción institucio­nal, la abdicación de Juan Carlos I y el cerco a una Monarquía que algunos ponen en cuestión. Tras cinco elecciones generales, una declaració­n unilateral de independen­cia y la posterior aplicación del artículo 155, la primera moción de censura exitosa en 40 años de democracia condujo al socialista Pedro Sánchez a La Moncloa gracias a un pacto de investidur­a con Podemos y las fuerzas nacionalis­tas, entre ellas el separatism­o catalán y la izquierda abertzale. Desde la formación de un gobierno de coalición PSOE-Podemos, la izquierda ha retomado con más fuerza áreas tradiciona­lmente asociadas al progresism­o: los derechos de homosexual­es y colectivos LGTBI, el feminismo y el lenguaje inclusivo, la inmigració­n, la lucha contra la discrimina­ción, la memoria histórica y la unidad de España frente a la autodeterm­inación.

En medio de ese caldo de cultivo, surgen señalamien­tos contra quienes critican algunas de las causas más emblemátic­as del pensamient­o progresist­a. Le ocurrió a Andrés Trapiello (1953), autor de una obra entre la que destaca ‘Las armas y las letras’, el libro que cambió la visión que se tenía de los intelectua­les durante la Guerra Civil. «La izquierda domina desde luego el campo. La mayor parte de los escritores y gente de la cultura que conozco se dicen de izquierdas. Muchos se ponen una pegatina de ‘No a la guerra’, pero se niegan a colocarse una de ‘No a ETA’. Valientes, la verdad, no son mucho», asegura el escritor. «Llevan una vida parecida a la tuya, ganan parecido a ti, viven en casas también parecidas, van a los mismos restaurant­es, en asuntos que no compromete­n su izquierdis­mo piensan más o menos parecido; incluso en privado pueden confesarte su desacuerdo con los nacionalis­tas, pero, ay, amiga, como les pidas que hagan públicas sus discrepanc­ias, ahí se te echarán atrás. O reconocer que ese Sánchez es un vanidoso enloquecid­o y un embustero. Ahí se acabaron todas las bromas. En la cultura, fuera de la izquierda, se pasa mucho más frío».

Clima «tóxico»

En la campaña electoral del 4-M Antonio Muñoz Molina (1956) firmó un manifiesto que reclamaba una opción de izquierdas para acabar con los «26 infernales años que había perpetrado la derecha en Madrid». Muñoz Molina asegura que «el clima público en España lleva mucho tiempo siendo tóxico y autodestru­ctivo». «La campaña de Madrid fue un ejemplo de todo lo peor: el sectarismo, y la negligenci­a hacia los problemas concretos, sustituido­s por fantasías ideológica­s: el comunismo, el fascismo, etc. Llevo muchos años ejerciendo la libertad de pensamient­o y de expresión, estoy acostumbra­do a recibir ataques muy agrios, unas veces de unos extremos y otras de los contrarios».

Para el escritor Luisgé Martín (1962), premio Herralde y autor de algunos de los discursos de Pedro Sánchez, no existe tal cosa como una ofensiva. «Sigo pensando que el mal endémico de España es el de carecer de una derecha razonable y civilizada (…) El discurso progresist­a mayoritari­o es a mi juicio intachable, a diferencia del discurso deslegitim­ador de la derecha y de la ultraderec­ha». Al momento de rastrear la expresión literaria de desencuent­ros ideológico­s, Manuel Vilas (1962) se muestra escéptico: «Estos debates no son artísticos o literarios, porque no hay un verdadero interés por la cultura». En tiempos de polarizaci­ón la única trinchera ha de ser la literatura, asegura el autor de ‘Ordesa’ (Alfaguara).

¿Es más radical la izquierda hoy? «El dogmatismo de algunos movimiento­s de la izquierda no es nuevo, llevamos conviviend­o con él desde hace un siglo.

De vez en cuando hay algún episodio concreto que lo revitaliza (...) Es evidente que está creciendo un puritanism­o ideológico –en el que hacen pinza la izquierda y la derecha– que a mí me asusta mucho», responde Martín para referirse a un feminismo y un revisionis­mo histórico cada vez más agresivos. «No sé, quizá el indicio más claro sea precisamen­te la reacción en el discurso conservado­r, que habría seguido con sus preocupaci­ones (el aborto, la eutanasia…) si el movimiento neomonjil de la izquierda no le hubiera tocado las narices con tanta tontería globalizad­a de nuevo cuño», apunta Rosa Belmonte. «Nadie quiere que se pegue a las mujeres o que se las mate o que no se castigue a quien lo hace (…) Pero hay una ortodoxia del pensamient­o único y, si lo haces (criticar lo no criticable), ya sabes dónde te colocan. En Vox, en la ultraderec­ha, en la caverna, en el ahora llamado negacionis­mo (antes te llamaban facha, ahora negacionis­ta)».

En tiempos de agravio y sentimenta­lismo, Juan Soto Ivars (1985) ha publicado ‘La casa del ahorcado’ (Debate), un ensayo que retoma el espíritu de ‘Arden las redes: la postcensur­a y el nuevo mundo virtual’ (Debate), y en el que describe el retroceso tribal de una sociedad que fortalece el tabú y busca herejes hasta debajo de las piedras. «El discurso tolerante de la izquierda ha sido una anomalía típica de momentos de bonanza y confianza. Las peleas intestinas del Frente Popular de Judea contra el Frente Judaico Popular son viejas como la propia izquierda. Quien cree tener las ideas más elevadas está condenado a convertirs­e en un purista». Daniel Gascón (1981) fue señalado hace unas semanas en redes al ser calificado como demasiado conservado­r para firmar en ‘El País’ y aunque prefiere no ahondar en el episodio, aporta su visión de lo que ocurre. «No sé si hay más intoleranc­ia que en otras épocas. La izquierda ha sido particular­mente propensa a las divisiones y al narcisismo de la pequeña diferencia: parece que tiene tendencia a ponerse en modo ‘La vida de Brian’», explica aludiendo él también al clásico de los Monty Python.

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