ABC (Nacional)

El pepiño del sanchismo

¿Quién ejerce el rol de poli malo en este PSOE?

- JUAN FERNÁNDEZM­IRANDA

De todas las mutaciones de los políticos patrios, el premio a la velocidad lo tiene José Blanco. Aquello fue de la noche a la mañana. Después de muchos años siendo el poli malo de ZP, el rompehuevo­s del zapaterism­o, el pregonero que decía lo que no se podía decir pero el PSOE necesitaba decir para ‘tensionar’, después de muchos años dedicado en cuerpo y alma a meter el dedo en el ojo de la oposición, un día fue nombrado ministro de Fomento y mutó a hombre de Estado, a vuecencia ministeria­l. De Pepiño a don José. Fue abracadabr­ante: en la misma sastrería donde se confeccion­ó el traje de ministro se dejó la saca con los cuchillos largos, los cristales rotos y los colmillos retorcidos. Es obvio que los partidos necesitan un portavoz que sacrifique su imagen pública por la causa de los propios y ejerza ese papel antipático, grosero, maniqueo, soberbio, sectario y tosco. Pero todo tiene un límite y hasta Blanco se cansó y pidió un descanso institucio­nal. Zapatero se lo concedió. Y Pepiño pasó a mejor vida.

Traigo este recuerdo porque no tengo claro quién ejerce ese rol en el sanchismo. Hago repaso y me salen varios: el poli malo sanchil no es uno, ni trino, sino coral, es un batallón de lenguas viperinas. Son Lastra y Simancas en el Congreso; Ábalos en Ferraz, a pesar de que también es ministro de Fomento y no hace distinción entre una responsabi­lidad y la otra. Es María Jesús Montero, una ministra portavoz que da ruedas de prensa del PSOE en La Moncloa. O Carmen Calvo, que es como el niño de ‘El sexto sentido’, pero con fascistas: «A veces veo fachas». Todos ejercen de polis malos, todos salen al ruedo cuando Sánchez toca corneta, y ninguno da la impresión de estar incómodo en la ciénaga del sectarismo. Es esta otra muestra de que el PSOE ha abandonado toda moderación, sus portavoces sólo lo son para los convencido­s y cumplen una consigna que Sánchez marcó desde su investidur­a: matar a la oposición. El último ejemplo lo tenemos con los indultos, pues en lugar de salir a explicar por qué perdona a los golpistas, Sánchez ha lanzado al batallón a criticar a los discrepant­es. Conclusión, y no le daré más vueltas, el Pepiño del sanchismo se llama Pedro y duerme en La Moncloa. Es Sánchez.

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