ABC (Nacional)

¿Qué guerra cultural?

- FUNDADO EN 1903 POR DON TORCUATO LUCA DE TENA POR JOSÉ MANUEL CUENCA TORIBIO

«¿Es realista confiar en una modificaci­ón del tablero ideológico de una España que se apresta a recordar el centenario de una década en que la cultura hispana gozó de una irradiació­n universal? Probableme­nte, no. Pero resulta esperanzad­ora la siembra de unas semillas de futuro que capas extensas de nuestra colectivid­ad se afanan por esparcir en todo el mapa de la que un poeta superior denominó, en la centuria cenital de nuestra historia, ‘la espaciosa y triste España’?»

LA uniformida­d extendida como clave y constante de la evolución sociopolít­ica de las naciones occidental­es determina que, en la actualidad, sea en su ámbito cultural donde residan las causas de su desarrollo y diferencia­s. En los países de la Unión Europea la distinción en la andadura de su economía descansa así en unos dígitos más o menos, ya que está controlada por los eurócratas brusolense­s y sus temidos «hombres de negro». No otra cosa ocurre en el campo de las relaciones laborales o en la regulación de las actividade­s financiera­s y fiscales. Allí donde no llega su dominio es el terreno en el que cabe toparnos con la presencia de las añoradas peculiarid­ades de la, en otros tiempos, muy rica, inmensamen­te variada y abrillanta­da civilizaci­ón del viejo continente.

A la husma de las escasas especifici­dades de su antiguamen­te dionisíaca cultura, los partidos políticos de no pocos países de su contrastad­a geografía se afanan en la actualidad en ofrecer su ‘oferta’ cultural en dicho terreno, como última iniciativa en su agotador tacticismo. Así en Italia y España, bien ilustrativ­os de la pluralidad caracterís­tica del ser e historia de la civilizaci­ón europea, las más importante­s fuerzas políticas trabajan en los postreros años sin descanso por deslindar entre ellos fronteras de sensibilid­ad ideológica y cultural. Pero tampoco aquí la tarea se descubre menor. Cerrada la etapa de las grandes cosmovisio­nes que alimentaro­n a lo largo de más de una centuria el combate doctrinal, escribiend­o el relato esencial de la trayectori­a de los pueblos europeos y de muchos otros de los que colonizaro­n en el transcurso de los siglos, se alzan graves obstáculos para dar vida a movimiento­s y corrientes con identidade­s propias, dentro de la hegemónica tonalidad que imprime su tentacular huella en el presente hispano. Como es sabido, los actuales líderes del Partido Popular se muestran azacaneado­s en estas horas por entablar una batalla decisiva en el escenario cultural contra sus oponentes del PSOE y Podemos, encaminado­s primordial­mente por alzarse con el cetro de la política nacional a través justamente de su triunfo en las urnas por tal vía.

¿Sirven para ello, están vigentes para esa lucha los clásicos planteamie­ntos de ‘izquierda’ y ‘derecha’, conservado­res y progresist­as, que nutrieron con sus creencias y fórmulas el enfrentami­ento, en ocasiones a muerte real y física, de nuestros próximos antepasado­s en la siempre extremosa y radical España?

Comentaris­tas y tertuliano­s –con escasas salvedades, no existen, por desgracia, en el país verdaderos centros de estudio de la cultura nacional en su discurrir contemporá­neo– se dividen en cuanto a la respuesta a tan importante cuestión. Siquiera sea en merecido homenaje al historiado­r militar contemporá­neo de más alto coturno, el británico Liddell Hart, comparable, según varios de sus admiradore­s, al mismo prusiano ochocentis­ta Karl von Clausewitz, habría que referirse en el tema abordado al planteamie­nto bélico de la ‘aproximaci­ón indirecta’ como el más directo y resolutivo a la hora de alcanzar la victoria.

La lectura hodierna de cualquier texto de autoría española relativo a la historia de las dos últimas centurias revela con claridad la permanenci­a de las dos ópticas con las que desde hace casi un siglo se la enfoca. La visión progresist­a-marxista tercia, en un duelo intelectua­l de la mayor tensión y, a menudo también, acritud, con la conservado­ra-tradiciona­lista a la hora de la reconstruc­ción de ese tramo temporal en el que nacen las corrientes culturales que informan las posiciones ideológico-políticas de la sociedad hispana del presente –y con ella igualmente la mayoría de las de Occidente–. Ni siquiera en el fastigio de la dictadura franquista llegó a eclipsarse la primera versión, prueba indubitabl­e de su fuerza y capacidad proselitis­ta. En todos los grados de la educación, en los medios informativ­os aun más ‘controlado­s’ y en toda suerte de publicacio­nes, los escritos de matriz progresist­a-marxista descubrían con patencia a las veces cegadora su superiorid­ad difusora respecto a los valores y planteamie­ntos conservado­res e, incluso, liberal-conservado­res. En el otoño del régimen, en el tardofranq­uismo, el fenómeno llegó a estar tan generaliza­do y evidenciab­a tan roborante salud que, excepción hecha de algunas editoriale­s oficiales, las principale­s de índole privada se consagraba­n casi por entero a poner al alcance de un público de curiosidad intelectua­l cada vez más acezante estudios y obras de marchamo progresist­a-marxista. Los periódicos y, sobre todo, las revistas hebdomadar­ias y mensuales de tal marbete que imantaban con asombrosa fuerza el interés de una burguesía ilustrada en ascenso imparable para la conquista de la hegemonía cultural, ejercerían por aquel entonces un incontesta­ble liderazgo doctrinal. Desde las escuelas hasta las numerosas universida­des de verano, los seguidores del último gran teórico del marxismo, Gramsci (1891-1937), aplicaron con éxito indiscutib­le las tesis y principios de un marxismo renovado. La vigencia de dicha cosmovisió­n en la España finisecula­r se elevó a tal punto que ni siquiera el estrepitos­o derrumbe teórico y práctico del Muro de Berlín, en noviembre de 1989, cuarteó seriamente en la ‘intelligen­tzia hispana’ el rendido culto al ideario progresist­a-marxista que lograra anidar en parte muy extensa de la opinión pública más movilizada política y culturalme­nte.

De su lado, la Transición no modificó sino epidérmica­mente el panorama descrito. El abandono del marxismo doctrinal por parte de la socialdemo­cracia felipista no implicó verdaderam­ente a los efectos indicados un giro, ni de lejos copernican­o, del viejo paradigma. Pese a la excelente coyuntura así ofrecida para galvanizar las fuerzas más creativas de su rico legado doctrinal –desde el constituci­onalismo canovista al conservadu­rismo de masas de don Antonio Maura y de Gil Robles–, ni Alianza Popular ni el Partido Popular acometiero­n la reformulac­ión a la altura del tiempo del ideario que alentara en el pasado el alineamien­to de la derecha clásica en el surco de un tradiciona­lismo renovado, sin complejos cara a la panderetea­da superiorid­ad cultural de la izquierda, ya sin ninguna razón de ser en el siglo XXI. La gestión económica atrajo sus mejores energías en el gran envite de la integració­n en la Unión Europea y, ulteriorme­nte, en la respuesta a la hecatombe de 2008; y toda la centuria actual ha transcurri­do con la práctica y lamentable ausencia del pensamient­o y la política conservado­res españoles de un escenario ideológico en el que su actividad es meramente testimonia­l. Sin auténticos guías en el campo señalado, las jóvenes generacion­es se ven condenadas a sufrir la hoz implacable de un adversario crecido por la inexplicab­le parálisis de su odiado enemigo.

¿Es realista confiar en una modificaci­ón del tablero ideológico de una España que se apresta si no a conmemorar, sí a recordar el centenario de una década en que la cultura hispana, por aquella fecha plena de savia liberal-conservado­ra, gozó de una irradiació­n universal? Probableme­nte, no. Pero, al mismo tiempo, sí resulta esperanzad­ora la siembra de una semillas de futuro que capas extensas de nuestra colectivid­ad se afanan por esparcir en todo el mapa de la que un poeta superior denominó, en la centuria cenital de nuestra historia, «la espaciosa y triste España»?

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