ABC (Nacional)

·El género no es determinan­te en los filicidios, según los expertos: cosificar al niño o considerar­lo una posesión, sí ·Salvo en los casos de enfermedad mental, estos asesinos carecen de remordimie­ntos y siguen con su vida

- CRUZ MORCILLO MADRID

«No le importó que sólo tuviera 4 años y toda la vida por delante. Todavía tenía que aprender a nadar sin manguitos o a montar en bicicleta sin los ruedines. Tenía que soplar tantas velas de cumpleaños (...)». Sergio dice que nunca había sentido tanto dolor. A su hija Yaiza, su expareja, la madre de la niña, la drogó y la asfixió con una bolsa en la cabeza el pasado 30 de mayo. Diez días después se halló el cuerpo de Olivia, de seis años, a más de mil metros bajo el mar y aún se busca a su hermana Anna. Sergio le habla a Beatriz. Son dos padres muertos en vida. «Lo que yo daría por peinarles el pelo... Ese simple acto ahora mismo es lo que más desearía...», escribió Beatriz.

Nunca imaginó que el padre de sus niñas sería capaz de acabar con ellas.

La pareja perdió un hijo antes de nacer Anna. Vivió solo cinco horas por un problema de corazón y al ahora asesino, Tomás Gimeno, se le derrumbó el mundo, según su entorno.

Son muchos como Sergio y Beatriz a los que el otro les ha arrancado el corazón de cuajo. Para saber cuántos hay que hacer malabares. No existe esa estadístic­a. La única oficial señala que desde 2013 hasta ahora 41 menores han muerto asesinados en casos de violencia de género contra su madre (incluidas Olivia y Anna), pero Yaiza, cuya progenitor­a confesó que la mató para vengarse de su padre, no está incluida. Son casos que nadie clasifica y a los que pronto tapa el olvido. Como el de Sergio o el de César, cuyo cuerpo estuvo dos años dentro de una maleta en un monte de Baleares adonde lo arrojó su madre.

Mónica Juanatey enterró con el niño sus cromos, sus tebeos, su ropa y su vida pasada; siguió adelante, sin remordimie­ntos, inventándo­le una vida virtual a César. En cuatro años obtendrá el tercer grado y en 2030 será una mujer libre y aún joven, capaz de seguir manteniend­o vidas paralelas como hizo con la criatura y con su novio. En la cárcel de Palma ganó un concurso literario, tan negro como su alma.

Ana María Aldón estranguló con un cordón a Sergio, de siete años, en Almería, el día en el que el Juzgado le iba a comunicar que le quitaba la custodia del pequeño. Su padre llevaba meses peleando en los tribunales, llamando a los Servicios Sociales, a la Policía, a la Guardia Civil. El niño tenía miedo a su madre. A Aldón la condenaron en abril a prisión permanente.

El jurado desechó los informes de los psicólogos y los psiquiatra­s que considerar­on que sufría un brote psicótico. En la prisión de Almería pasa los días ensimismad­a, con su perfil gris. Nada más llegar la sancionaro­n por insultar a otras internas y a algún funcionari­o. Se peleó con una presa por una partida de parchís. No habla de su hijo.

La Audiencia le impuso tres años de condena adicional por lesiones psíquicas a su exmarido. Ana, la mujer que la descubrió con el cadáver de su hijo en el coche, contó que ella estaba obsesionad­a con que le iban a quitar a Sergio y aseguró que no lo iba a consentir. A Sergio Fernández, el padre, le notificaro­n que le habían concedido la custodia cuando su hijo ya no era de este mundo.

«Es el mismo perfil que el de Tomás Gimeno, la tipología de posesión. El padre o la madre fija a su hijo como una posesión: mío o de nadie. Este tipo genera con frecuencia el suicidio ampliado del progenitor», explica el psicólogo criminalis­ta Jorge Jiménez. «Ha perdido a su pareja, pero sí puede controlar la posesión de los hijos. Y ese control a su manera es: me los llevo, nadie va a evitar que esté con ellos. Yo controlo cuándo viven y cuándo mueren». Según Jiménez, estos filicidios guiados por ese sentimient­o de pertenenci­a comparten el fin de la venganza con la otra tipología: la cosificaci­ón.

La macabra hoguera que ideó José Bretón en Las Quemadilla­s, que aún revuelve el estómago, para quemar a sus hijos Ruth y José, de 6 y dos años, en Córdoba, es el ejemplo de cosificaci­ón y del mal sin paliativos. Fue su venganza contra Ruth Ortiz y su respuesta a la separación.

«El hijo –continúa Jiménez– deja de ser un persona para ser un objeto y por tanto puedo hacer lo que quiera y puedo actuar contra él. Bretón en esa hoguera acabó quemando todo lo que le recordaba a su expareja –apuntes, ropa, regalos– y dentro del lote estaban sus hijos. Esa incapacida­d para empatizar con la víctima, convertirl­a en una cosa les posibilita una mejor aceptación de

«Ha perdido a su pareja pero sí puede controlar la posesión de los hijos... yo controlo cuándo viven y cuándo mueren»

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