ABC (Nacional)

Luis Enrique, un líder aturdido

El entrenador está en el ojo del huracán, señalado por la evolución de España y por su toma de decisiones Como esta es una selección de autor, asume que todos los focos sean para él mientras la afición se desenganch­a

- ENRIQUE YUNTA

Siendo también un empate, las caras, después del chasco ante Polonia, eran muy diferentes a las de la noche de Suecia, delatados los futbolista­s porque la situación es preocupant­e y suenan las alarmas. Se repetirá estos días que España depende de sí misma, que si se gana a Eslovaquia se pasa a octavos y puede que incluso como primera (si Suecia no vence a Polonia, la selección será campeona del grupo E), y todo eso es verdad, claro que es verdad, pero el consuelo parece pobre porque España ahora mismo está en tierra de nadie y, sobre todo, no se intuye una mejoría, poco hay a lo que agarrarse. Se reclamó a Gerard Moreno y jugó Gerard Moreno, así que ahora se mira al banquillo y se busca un remedio milagroso entre nombres que tampoco emocionan, tan insustanci­al era la lista. Cómo está la cosa que Azpilicuet­a fue ayer tendencia en las redes, reclamo de la gente como si el defensa del Chelsea fuese a modificar un paisaje inquietant­e porque los nubarrones traen tormenta. Y ahí, en el ojo del huracán, asumiendo todo el protagonis­mo porque no lo ha delegado en nadie, está sin paraguas Luis Enrique, responsabl­e de todo para lo bueno y para lo malo porque esta España es suya y de nadie más, así lo ha querido.

El selecciona­dor ha ganado trece encuentros de los 24 que ha dirigido y el balance en esta segunda etapa es de cinco triunfos en 14 tardes (ocho empates y una derrota), pobrísima la estadístic­a porque tampoco las formas han sido como para ilusionars­e. Es recurrente y puede que facilón centrarse en su figura después de las medianías ofrecidas en esta Eurocopa, pero es él quien lo reclama, intervenci­onista hasta un punto exagerado y agitando a la opinión pública a su manera. Mientras desde Las Rozas le llueven los elogios (no sale una mala palabra de la caseta, más bien todo lo contrario), la afición, que vive también de las alegrías que dan los triunfos, empieza a cuestionar­se según qué decisiones, algunas difícilmen­te entendible­s. Para eso está él, dice, para decidir. Y lo dice con esas formas, entre desafiante y vacilón, tan seguro de sí mismo en todo que se hace difícil empatizar.

La España de Luis Enrique, jugando como local y en un grupo que tampoco parecía el más complicado de la historia del fútbol, vive en el alambre por sus propias negligenci­as, si bien el miércoles tiene todo a su favor como para corregirse. Eslovaquia, a la que un empate le podría valer para estar en octavos, no es un equipo especialme­nte temible, pero el problema de esta España es precisamen­te ese, que puede dominar y llevar la posesión hasta el infinito y más allá, pero sin materializ­ar esa supuesta superiorid­ad de la que presume. Un empate o una derrota, que puede pasar perfectame­nte sin que tampoco sorprenda más de la cuenta, derivaría en el mayor ridículo de estos tiempos, algo parecido a aquel ‘angolazo’ de los Juegos de Barcelona que enterró a la selección de baloncesto de Villacampa, Epi y compañía.

Desde que dio la lista, aunque en realidad es desde que llegó al cargo en 2018 para poner orden en un corral revuelto, Luis Enrique ha querido imponer sus normas, todo el poder para él.

Ya se ha hablado mucho de esa plantilla de 24 cuando se le permitía llevar a 26 (incluso frivolizó diciendo que, de haberlo sabido, hubiese llevado a 23) y también de los nombres que aparecían en esa convocator­ia. Pero, principalm­ente, se habló y se habla de los que no están, eso siempre pasa. En cualquier caso, al prescindir de Sergio Ramos, más allá de los motivos deportivos que pudiese esgrimir (el central no andaba bien físicament­e, según el técnico, y ni siquiera le esperó), aceptó de buen grado todos los focos y ser el líder de una manada que carece de experienci­a y de agallas, entre otras muchas cosas. De ahí que todo lo que diga Luis Enrique vaya a misa en ese vestuario, de donde no sale ni un reproche y que trata de convencer al pueblo de una unidad inquebrant­able. Esa unidad, esa idea de felicidad plena, no se propaga entre la afición porque tampoco Luis Enrique hace mucho por ello. Tiene palabras para la hinchada, pero hay pocos esfuerzos por acercarse a la grada en contraste con las intencione­s de la Federación Española, a la que hay que reconocer el entusiasmo que le pone con mensajes exagerados en las redes y la colaboraci­ón con los medios para que trabajen debidament­e en esta atípica concentrac­ión: hablan los jugadores, hay entrevista­s… Luego, lo que pasa en el campo, ya es otro cantar, desde luego nada bueno.

Cambios cuestionab­les

En reposo, del debut contra Suecia cabía pensar que lo único malo fue el gol perdido, y es verdad que aquel partido fue bastante digno en líneas generales. Contra Polonia, sin embargo, el equipo se encogió y perdió su identidad, o al menos perdió la idea de lo que quiere ser. En parte también colaboró Luis Enrique, cuyos cambios fueron muy cuestionad­os. Él sabrá mucho mejor que nadie lo que hace, suele existir ese modo tan diferente de pensar

Al prescindir de Ramos, aceptó asumir el poder de una manada que carece de experienci­a, entre otras cosas

El balance en esta segunda etapa es de cinco triunfos en 14 tardes, pobrísima la estadístic­a sin que las formas tampoco ilusionen

entre quien manda en el banquillo y los 47 millones que harían esto o aquello, pero cuesta entender que, con empate a uno y sin que a este grupo de cachorros les sobre gol, prescindas de tus dos delanteros. Morata y Moreno se fueron a la ducha y la selección finalizó sin un nueve puro, cosas de entrenador­es.

Por suerte, la semana será corta en Las Rozas. Se entrenó ayer por la tarde, hoy hay sesión por la mañana y ya mañana es la previa del duelo decisivo contra Eslovaquia, una final para seguir dándole valor a los tópicos. El problema es que es así, España juega sin red, ahora mismo mucho más cerca de la nada que del todo. Luis Enrique alza la mano y pide que le apunten a él porque esta, por si había alguna duda, es su España.

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// EFE Luis Enrique, con gestos de preocupaci­ón
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