Me quedo con el facha de Sol
Sánchez ha convertido España en un engendro de culpables indultados y víctimas señaladas
CADA VEZ que veo a Sánchez justificar los indultos recuerdo al facha aquel que vendía parafernalia franquista en un puesto de Sol con la honestidad de la que carece el presidente que padecemos. Y será el calor pero escucho a‘ yo soy el presidente del Gobierno de España’ y se me viene ala cabeza otra imagen que seguro confirma mis calenturas pre claudicación. La de una chiquilla magreada por unos cabestros en un portal cuando de vuelta a casa los padres obtusos le sueltan «hija, la falda tan corta y de noche, si es que vas provocando...». Eso es en lo que ha convertido el sanchismo nuestro país, un engendro donde se es demócrata o totalitario en función de sus intereses. Acojona. Uno ve en él la misma treta saducea que con el blanqueamiento de los etarras. La culpa por abjurar ayer del mamoneo con los terroristas y hoy de los indultos se traslada de los delincuentes secesionistas alas víctimas constitucional is tas. Senos exige ser generosos, responsables, corajudos, compasivos y todos los adjetivos que en el nuevo testamento laico adornan al buen samaritano y condenan al pecador irredento. En tiempos de lo políticamente correcto, una censura tecnificada por su abuso continuo y sibilina desde su génesis en tiempos zapateriles, disentir es alejarse de la democracia para abrazar el fascismo. Fustigar a la víctima del delito y compadecer al autor será en la terminología al uso muy progre y tolerante pero a mí me parece su antónimo: un acto sectario por lo que tiene de dictadura travestida de democracia, que marcó ayer en su agenda un reencuentro en Barcelona entre amigos para mofarse de los reclutas del pelotón de los inmovilistas, nosotros.
Pediría a Sánchez que nos ahorre la pirotecnia de un marketing de saldo con tufo a NODO y sea tan honesto como el facha de Sol. Hasta allí se acercó una maestra estadounidense ahíta de Steinbeck y Hemingway para soltarle al tipo atrapado en el peor de los tiempos: «¿No le da vergüenza? ¡Es usted un fascista!». La respuesta del interpelado fue antológica. «Gracias, señora, de verdad, no sabe lo que jode que te confundan con otros. ¿Quiere un llavero?». A Pedro solo le falta vendernos ‘merchandising’.