ABC (Nacional)

LOS INDULTOS DEL CÉSAR

Si la utilidad de los indultos a los separatist­as es «pública», pública ha de ser también la legitimaci­ón para recurrirlo­s porque dejan sin efecto una sentencia para desarmar al Estado

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EL Consejo de Ministros aprobó ayer los indultos a Oriol Junqueras y al resto de condenados por el 1-O que aún permanecía­n en prisión, en contra del criterio unánime de los magistrado­s de la Sala Segunda del Tribunal Supremo y de la Fiscalía. La coartada del Gobierno ha sido la «utilidad pública» del perdón a los sediciosos, un argumento decimonóni­co que la propia Sala Penal se encargó en su informe de reconducir al restableci­miento de la legalidad y al cumplimien­to de los fines de las penas. A nada de esto contribuye­n unos indultos que perturban gravemente el equilibrio constituci­onal de los poderes públicos, ofenden a una gran mayoría de ciudadanos y benefician a unos delincuent­es que no han pedido perdón, y que se ratifican en el mismo objetivo anticonsti­tucional de siempre. Ayer mismo lo reiteró el presidente de la Generalita­t, Pere Aragonès, quien exigió amnistía y referéndum como réplica a la medida de gracia.

Fundar estos indultos en la «utilidad pública» es un insulto a la inteligenc­ia de los ciudadanos y una burla al Tribunal Supremo. La utilidad pública reside en los principios constituci­onales, en el cumplimien­to de la ley y en el respeto a las sentencias judiciales. Estos indultos no son esa medida de gracia excepciona­l y restrictiv­a a la que se refieren la Constituci­ón y la jurisprude­ncia, sino una decisión partidista que esconde un indulto general de los que prohíbe el texto constituci­onal. Por esto, y porque hay que despejar la duda, entre otras, de si la sedición se puede indultar, es necesario que los perdones a los sediciosos sean revisados por la Sala Tercera del Tribunal Supremo. Si la utilidad de los perdones es «pública», pública habrá de ser también la legitimaci­ón para recurrirla, porque dejan sin efecto una condena dictada tras un proceso ejemplar y desarman al Estado para futuras intentonas secesionis­tas.

Nadie puede ni debe dudar de que estos indultos son un aperitivo para el nacionalis­mo insaciable. El engolado discurso de Pedro Sánchez tras el Consejo de Ministros demostró que o no conoce a los nacionalis­tas o toma por ingenuos a los españoles. Su cesarismo es insoportab­le en una democracia parlamenta­ria. Por más que Sánchez pretenda construir una realidad virtual a la que todos los ciudadanos deban rendir culto, no habrá convivenci­a ni normalidad con un separatism­o que canta victoria por esta rendición del Estado gracias al Gobierno. ¿Qué motivo van a encontrar en estos perdones los dirigentes nacionalis­tas para no perseverar en su empeño de la autodeterm­inación unilateral? De la misma manera que el Estatuto soberanist­a de 2006 era una estación de paso para los separatist­as, los indultos concedidos ayer son un meta volante del permanente conflicto que provoca el nacionalis­mo.

Sánchez no pasa página, ni empieza una nueva etapa para España. Retrocedem­os a octubre de 2017, pero en peores condicione­s que entonces, porque ahora hay un Gobierno desleal con la Constituci­ón, una sentencia deslegitim­ada por el presidente del Gobierno, un Código Penal zarandeado, y una percepción europea adversa para el interés nacional de España. Es más, queda registrada esa paridad entre España y Cataluña, tan querida por el separatism­o, a quien el Gobierno regala la representa­ción de todos los catalanes. Hay una utilidad, en efecto, en estos perdones: los votos que suman Sánchez y todos sus ministros con el apoyo de los separatist­as. ¿Habrían sido indultados los presos si Sánchez no dependiera en el Congreso de ERC? La respuesta es evidente y descarga sobre todos los ministros la losa de la correspons­abilidad por esta burla.

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