ABC (Nacional)

Indultos, neveritas y diez más

- MANUEL MARÍN

CUANDO hoy salte la selección al césped y la cámara viaje a través del rostro de los jugadores al compás del looo-lo-looo-lo nacional, piense en el valor de la concordia. Sea magnánimo si ante Eslovaquia repetimos una y otra vez el mismo saque corto de córner, o si, como en el rugby, damos pases siempre hacia atrás como si no hubiera un mañana. No se irrite si los jugadores entran en bucle y son incapaces de rematar, porque insultar al futbolista, gesticular con peinetas o aplastar la lata de cerveza en un puño no es una manera generosa de entender el fútbol. Discúlpenl­es y asúmanlo con bonhomía. Los chavales no pueden vivir siempre entre las rejas del odio y las imposicion­es legalistas. Ellos están dolidos y por eso ni saludan. Es la timidez ensimismad­a del fallón, no la soberbia.

Hay un tiempo para el castigo y otro para el perdón. Lo escuché el otro día, no sé dónde, pero se me quedó como un estribillo pegadizo. No se han arrepentid­o de la sobredosis de bostezos de La Cartuja y además el selecciona­dor amenaza con reincidir. Yo, la neverita, y diez más. Y el césped, fatal, fíjate cómo está. Pero hágase cargo, el de hoy es el partido del reencuentr­o, no el de la venganza ni la revancha. Es el interés público lo que justifica las alineacion­es raritas y sin pulso, esos rondos desvaídos de pachanga agosteña y trofeo colombino, los disparos de mantequill­ita derretida, y el silencio de mortuorio que apesta a miedo cada vez que el contrario marca. Gol y empate infinito. No luche contra ello. No es altruista aplastar al rival, no es propio del diálogo y el entendimie­nto entre seleccione­s que se aprecian y se necesitan. Si hay que sacrificar­se, se elimina uno y a otra cosa. Así nacerá una nueva España de convivenci­a y cohesión, de conciliaci­ón y confratern­idad, de cooperació­n y concordia. Todos los ‘co’ del diccionari­o menos la cogobernan­za, que esa es de otro libreto.

Haga caso. No se indigne si el selecciona­dor no rectifica. Tiene plenos poderes, está legitimado, su alineación no es impugnable, y si es preciso no jugar al fútbol, sino al corro de la patata, pues silbe y mire a otro lado. No pretenda ganar siempre. No sea un juez implacable con toga de hierro. Mire en su corazón, ahí, al fondo, en su agenda del reencuentr­o. Indulte. Y si quiere ganar, pues ya si eso, en otra Eurocopa.

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