Indultos, neveritas y diez más
CUANDO hoy salte la selección al césped y la cámara viaje a través del rostro de los jugadores al compás del looo-lo-looo-lo nacional, piense en el valor de la concordia. Sea magnánimo si ante Eslovaquia repetimos una y otra vez el mismo saque corto de córner, o si, como en el rugby, damos pases siempre hacia atrás como si no hubiera un mañana. No se irrite si los jugadores entran en bucle y son incapaces de rematar, porque insultar al futbolista, gesticular con peinetas o aplastar la lata de cerveza en un puño no es una manera generosa de entender el fútbol. Discúlpenles y asúmanlo con bonhomía. Los chavales no pueden vivir siempre entre las rejas del odio y las imposiciones legalistas. Ellos están dolidos y por eso ni saludan. Es la timidez ensimismada del fallón, no la soberbia.
Hay un tiempo para el castigo y otro para el perdón. Lo escuché el otro día, no sé dónde, pero se me quedó como un estribillo pegadizo. No se han arrepentido de la sobredosis de bostezos de La Cartuja y además el seleccionador amenaza con reincidir. Yo, la neverita, y diez más. Y el césped, fatal, fíjate cómo está. Pero hágase cargo, el de hoy es el partido del reencuentro, no el de la venganza ni la revancha. Es el interés público lo que justifica las alineaciones raritas y sin pulso, esos rondos desvaídos de pachanga agosteña y trofeo colombino, los disparos de mantequillita derretida, y el silencio de mortuorio que apesta a miedo cada vez que el contrario marca. Gol y empate infinito. No luche contra ello. No es altruista aplastar al rival, no es propio del diálogo y el entendimiento entre selecciones que se aprecian y se necesitan. Si hay que sacrificarse, se elimina uno y a otra cosa. Así nacerá una nueva España de convivencia y cohesión, de conciliación y confraternidad, de cooperación y concordia. Todos los ‘co’ del diccionario menos la cogobernanza, que esa es de otro libreto.
Haga caso. No se indigne si el seleccionador no rectifica. Tiene plenos poderes, está legitimado, su alineación no es impugnable, y si es preciso no jugar al fútbol, sino al corro de la patata, pues silbe y mire a otro lado. No pretenda ganar siempre. No sea un juez implacable con toga de hierro. Mire en su corazón, ahí, al fondo, en su agenda del reencuentro. Indulte. Y si quiere ganar, pues ya si eso, en otra Eurocopa.