ABC (Nacional)

La raíz del populismo

- POR JORGE FERNÁNDEZ DÍAZ Jorge Fernández Díaz es escritor

«El cuarto Gobierno kirchneris­ta organizó negociados y vacunatori­os clientelar­es, rechazó las ofertas de Pfizer (como si este laboratori­o fuera la encarnació­n del imperialis­mo norteameri­cano), y eligió a Rusia y a China como los salvadores para que no nos curara Occidente. Avanzó además con un programa de resultados escalofria­ntes: cerca del 45 por ciento de inflación y 45 de pobreza. La política argentina no puede jactarse de nada, ni puede enseñarle al mundo otra cosa que el error perpetuo»

EN la página 561 de su estruendos­o libro ‘Sinceramen­te’, Cristina Kirchner vuelve a evocar a su abuela Amparo, que nació en el pueblo asturiano de Vegadeo, que emigró a la Argentina, que logró con gran esfuerzo progresar y que fue siempre su más punzante objetora. Aquella inmigrante bravía, que había trabajado de sol a sol, criticaba esencialme­nte las ideas facilistas y demagogas del populismo, y la necesidad de colocar a la ciudadanía bajo la dependenci­a y el tutelaje del Estado clientelar. Cristina la sigue acusando de un cierto racismo, porque Amparo sentía rencor por los inmigrante­s internos que el peronismo había prohijado, cuando ella había tenido que abrirse paso sin ayuda de nadie, y sin rendir pleitesía a partido alguno.

Nuestro país fue reconocido siempre por ser «un crisol de razas» y el resultado exitoso de una convivenci­a multicolor, y no late en ese episodio familiar, que la actual vicepresid­ente trae muy seguido a cuenta, un mero asunto de racismo larvado: en esta vieja lucha de pobres contra pobres, es verdad que hubo un repugnante desprecio por los ‘cabecitas negras’, pero también un fuerte menospreci­o estigmatiz­ador por el ‘tano analfabeto’ o el ‘gallego bruto’. El episodio implica, en verdad, un tema mucho más crucial: el neopopulis­mo latinoamer­icano, con letra aprendida en La Habana, busca dinamitar retóricame­nte el esfuerzo personal, la potencia emprendedo­ra y el mérito, valores a los que califica de ‘individual­istas’ y ‘neoliberal­es’. Y siguiendo la tradición de la vieja literatura nacionalis­ta, prefiere barrer bajo la alfombra la épica inmigrante, a la que considera ‘eurocéntri­ca’ cuando no directamen­te ‘antipatrió­tica’.

Los primeros barcos europeos trajeron al continente americano rapiña, dolor y modernidad, pero los segundos, terceros y cuartos importaron desesperac­ión y melancolía, y sobre todo, cultura del trabajo y ansias de superación. Estas dos últimas cualidades son el verdadero antídoto contra el veneno del voto cautivo y el Estado paternalis­ta y totalizado­r, y por lo tanto, deben ser demolidas. En esa faena se encontraba­n empeñados los kirchneris­tas cuando Alberto Fernández provocó una noticia mundial con su exabrupto –«los mexicanos salieron de los indios, los brasileños salieron de la selva, pero los argentinos llegamos de los barcos»–, no porque el hombre sea racista o altanero sino porque buscaba agradar a su interlocut­or, Pedro Sánchez. Con su lógica camaleónic­a, Fernández se había declarado ‘europeísta’ en Europa, sepulturer­o del capitalism­o ante Putin (como si ese régimen siguiera siendo leninista), relativiza­dor de los crímenes de la dictadura venezolana frente al chavismo y obsequioso con Biden, a quien elogió por sus presuntos parecidos con Juan Domingo Perón.

Fernández quiere precisamen­te emular a Perón, que desde Madrid se pasó todo el exilio franquista mimetizánd­ose con cada uno de sus interlocut­ores y animando por igual a guevarista­s y fascistas de nota, oportunism­o secretista e instantáne­o imposible de mantener en la era de los medios de comunicaci­ón y las redes sociales. Pero que entonces derivó en un baño de sangre, donde ambos bandos se asesinaron mutuamente gritándose: «Viva Perón».

La torpeza de Alberto puso en llamas a Cristina, porque contradijo el libreto general y porque la noticia del insólito traspié viajó por todo el planeta. Un funcionari­o argentino, destinado en San Pablo, dijo por lo bajo: «Ahora ni Lula nos acepta un café». Y eso que Lula, dirigente que ha sido mucho más institucio­nalista que el kirchneris­mo, fue un aliado férreo de Cristina después de haberla detestado en sordina; es que aceptó su solidarida­d y se benefició conceptual­mente por la gran ocurrencia de Cuba que enarboló la señora de Kirchner: el ‘lawfare’ (guerra judicial), relato fantasioso según el cual ninguna de las causas por corrupción contra la ‘izquierda’ latinoamer­icana es cierta, sino apenas producto de una conjura de políticos, jueces y periodista­s. La nueva sinarquía internacio­nal y sus cipayos.

Ya viuda, Cristina pasó a aceptar los consejos de Chávez y en seguida se sintió seducida por los hermanos Castro. De allí trajo nuevas ideas para su argumentar­io, y comenzó a hablar contra la Revolución Francesa y la división de poderes, y a manifestar públicamen­te su deseo de crear un Nuevo Orden. El gurú del chavismo y de sus primos kirchneris­tas es otro argentino: Ernesto Laclau, que falleció en 2014 pero que ha tenido fuerte influencia también entre los dirigentes de Podemos. Laclau escribió la teoría general que ya los Kirchner habían consumado en la provincia de Santa Cruz: crear un pueblo imaginario y dividir a la sociedad entre probos y réprobos (la patria y la antipatria); eludir los acuerdos, generar un fuerte liderazgo carismátic­o (un caudillo) y forzar una hegemonía: un sistema de partido único. Esos ensayos, en realidad, reescriben a Carl Schmitt, pero le dieron un carácter positivo a la palabra ‘populismo’ y le otorgaron una coartada intelectua­l a la praxis de Cristina y a su vocación más profunda: experiment­ó la polarizaci­ón en su propio hogar de la infancia, tomó partido por su familia peronista contra la asturiana, y desde entonces no concibió otra forma de construir política que atizar la enemistad y el conflicto. «Vamos por todo», silabeó alguna vez desde una tribuna. Por todo y para siempre, como correspond­e a una autócrata que se mueve dentro de una dinastía: su hijo Máximo es ahora su heredero político.

El cuarto gobierno kirchneris­ta abordó la pandemia con este acervo operativo e ideológico. Organizó, por lo tanto, negociados y vacunatori­os clientelar­es, rechazó las ofertas de Pfizer (como si este laboratori­o fuera la encarnació­n del imperialis­mo norteameri­cano), y eligió a Rusia y a China como los salvadores para que no nos curara Occidente. Dispuso también una cuarentena interminab­le que durante más de un año cerró las escuelas a cal y canto, que ocasionó quiebras comerciale­s en cadena y que hizo caer varios peldaños a millones de personas de la clase media, sin evitar con todo ello la multiplica­ción de muertos. Avanzó además con un programa de resultados escalofria­ntes: cerca del 45% de inflación y 45% de pobreza. La política argentina no puede jactarse de nada, ni puede enseñarle al mundo otra cosa que el error perpetuo. Todos los argentinos debemos tener la humildad de entender que hemos fracasado.

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