Perdón, que me he perdido
La titular de Memoria Democrática se entretiene con el franquismo en el Pazo de Meirás
Hubiera sido un detallazo retroactivo que, en contrahomenaje a su tocaya Carmen Polo, la vicepresidenta del Gobierno hubiese lucido en el Pazo de Meirás un conjunto de perlas, aderezo y expresión de luto, por lo de las fosas comunes que se pone a contar cada vez que pisa ese Marina d’Or de la memoria democrática que es la finca de la familia Franco. Enemiga de la otra memoria, la educativa, Isabel Celaá tiene uno muy bonito. Es cosa de pedírselo. La ministra de becas igualitarias y aprobados de progreso pone el collar antiparásitos, por lo de ese fascismo que pica como una liendre, y Calvo da el pésame, especialidad de la casa. Ayer estuvo solemne. A la vicepresidenta, desmemoriada para aspectos legales y administrativos, piedras en el camino, que diría otro ministro, se le ha olvidado la cacicada por la que hace dos meses el Estado fue condenado a devolver los enseres del Pazo y a indemnizar a los Franco. Se le olvida hasta el siglo en el que estamos. Pide respeto, reconocimiento y reposición para unas víctimas del franquismo, cada vez más inocentes, a las que nadie agrede desde hace décadas mientras ignora y victimiza sobre la marcha a todos los que en carne mortal y desamparada el Gobierno de la concordia selectiva, el perdón falsificado, el indulto transaccional y la convivencia parcelada deja atrás con su sectarismo. Esa es la fosa, y ese es el luto.