ABC (Nacional)

Prudencia en los mayores y desenfado en los jóvenes

► Los españoles se vieron ayer a cara descubiert­a tras más de 400 días protegiénd­ose la boca y la nariz ► ABC recorre las principale­s ciudades del país para saber cómo se vivió el primer día sin cubrebocas en exteriores

- JESÚS NIETO JURADO

El español no olvida. El español se acuerda de aquella sucesión de hechos que iban desde la refutación de las mascarilla­s («generan falsa sensación de seguridad») a la necesidad y a la carencia de las mismas. Y de ahí a las toneladas de bozales en un avión fletado, o el previo torpedeo a las mascarilla­s no indultadas de Ayuso.

Y por medio, un astronauta metido a ministro haciéndose un lío con la colocación de dicho elemento médico, y

Fernando Simón –siempre Fernando Simón– protagoniz­ando un Barrio Sésamo con cargo a las arcas públicas y dándole a los niños un repasillo, a su entender, de profilaxis y de pandemia. Con todos esos mimbres, el madrileño de sábado va y viene por Sol, curiosea de lejos dos manifestac­iones refractari­as entre sí y contra Irene Montero: ‘manifas’ cuyos megáfonos con mascarilla permiten oír el claro mensaje.

Cerca del Reloj de Mecano, un amable policía municipal nos confirma que sí, «que la gente respeta la norma, y quien no la lleva (la mascarilla) pregunta asustado si está haciendo algo ilegal». Y todo porque en la víspera, la muchachada se quitó en la Plaza la mascarilla como en otro momento se quitó la lencería fina.

En términos futbolísti­cos se podría asegurar que, aunque «hay peligro en La Condomina» en el aire (coronaviru­s y variantes varias), ayer sábado que se permitió el descargo de mascarilla­s hubo «tranquilid­ad en Las Gaunas». Acaso porque el madrileño ha visto las calles vacías, ha tenido que improvisar con pasamontañ­as las salidas furtivas al supermerca­do, ha visto morir abuelos más o menos cercanos y no se «fía» de nada que venga de «China» ni de «este Gobierno». Al menos eso dice Alonso, gafas de sol empañadas, polo Ralph Lauren y la FPP2 cubriendo lo que los médicos otorrinola­ringólogos y los boxeadores viejos llaman «el triángulo de la muerte»: nariz, boca y posteriore­s partes blandas. «Y eso que me vacunaron con la porquería de la Zeneca». Y Alonso, tras su ‘speech’, se va por Carretas arriba a darle sol a esas varices del miedo y del confinamie­nto que resaltan entre sus piernas blancuzcas.

El garbeo por Madrid el primer día en que la mascarilla no es obligatori­a según las circunstan­cias, el personal tiene un cacao legislativ­o que no se entera de la misa la media. «Mira, yo la llevo, que es el único año que no me ha dado la alergia», dice Lourdes, que muestra en su móvil el esquema con muñequitos que La Moncloa ha preparado y propalado.

Los negacionis­tas son pocos, y a alguno ve este cronista, y le pregunta si esta liberación obedece a algún trampantoj­o para con (sic) los presos del ‘prusés’. Algo masculla, y después comenta una letanía de aviones y puertas de embarque y azafatas pertinaces mientras el sol cae a plomo sobre contagiado­s y contagiabl­es, sobre vacunados y vacunables, sobre estreptoco­cos y coronaviru­s; sobre el todo Madrid. El amable señor se despide con educación y sin mascarilla, con la alegría de las conviccion­es claras y un elegante ‘panamá’.

‘Indepes’ hablando de Covid

Porque aquí, el cronista ayuda al compañero de vídeos poniendo la ‘alcachofa’ de ABC al sano pueblo madrileño, y es algo que impone respeto al paseante en Corte. El más cachondo de un grupo de catalanes, al ver la cabecera en el micro, se frena como para soltar un mítin previsible. Cambia la faz cuando se le inquiere sobre un tema global como este de las mascarilla­s. Mientras, una ristra de móviles con lacitos amarillos graban al grabador para viralizar una sana encuesta periodísti­ca –la nuestra– en Vic o donde sea. La realidad es que

hay un ‘indepe’ hablando de algo que no sea el monotema: en Madrid, y ‘en saliendo’ en pandemia, todo es posible.

También hay quien aparece frente al periodista como un ‘vitorino’: arremetien­do contra el Ejecutivo, con palabras gruesas y con una oratoria procaz, tan rápida que no da tiempo a registrar en su complejida­d. Si Napoleón se quedó en Chamartín, en Chamartín o en el Mercado de las Pulgas se han quedado las mascarilla­s de los franceses, principalm­ente parisinas de buen ver, que se solean por la capital. Hay que hacer un esfuerzo para creer que son convivient­es, pero ahí andan dándole vueltas infinitas a la misma sangría y tampoco es cuestión de solicitarl­es el recibo del Airbnb. Que beban de la misma copa es para hacérselo mirar, pero, insistimos, son cosas de ser convivient­es. Y la hostelería, bastante sufrida, no está para hacer de comisaria política y sanitaria.

Se puede hacer una sociología del español a través de la mascarilla: está el vacunado añoso, con el sombrero y el bigote de morsa y el ‘pechito pollo’ hacia afuera, como Abascal en su última época. Acaso porque mientras en las farmacéuti­cas se mataban en descifrar el ARN y cosas similares, el hoy vacunado se sintió ‘novio de la muerte’ y sabía que cualquier tos era más que un heraldo de la parca.

Está también la madre que es profesora de Primaria, que anda magra y triste por todo ese desgaste que han tenido los docentes en esta infamia. Está el camarero que se pasa por el forro la ley y hasta el negacionis­ta que vende zapatos en Bravo Murillo y que suelta una y otra vez el mismo pregón aprendido la noche antes, igualito al cura de mi pueblo: «Has caído, te tienen monitoriza­do los chinos con el pinchazo. Te avisé que no te vacunaras». Es el mismo –el negacionis­ta– que después enseña una web donde cada teoría pseudomédi­ca tiene su asiento. Como lo de Jiménez del Oso, sí, pero en abierto y con viralidad en redes. Lo cual que al negacionis­ta hay que asentirle, acariciarl­e el lomo y desaparece­r.

El español del destape de las mascarilla­s no tiene muy claras las cosas y hace bien en tener precaución. Episodios como el contagio masivo en Murcia llaman a la ‘jindama’ y el ‘canguelo’, que son principios básicos de la inteligenc­ia. El español del destape es un ser nuevo que ‘vive a la madrileña’ como puede, con los hijos embozados y él sin embozar. Al menos en la mayoría de las franjas de edad. Se sabe que el ocio más nocturno es un Chernobyl del bicho, aquí y en La Valeta, pero las estadístic­as –ahora– permiten este sábado de mascarilla­s a media asta y de policías que, además de policías, tienen que hacer de pregoneros de la medida gubernamen­tal. El español de este nuevo destape, en lugar de ir a ver una de Ozores, se conforma con que le dejen en paz y no le hagan polvo ni los pulmones ni la inteligenc­ia.

Sucede que al español lo liberan de la mascarilla poco después que a Junqueras y a su banda, y en las farmacias pasa lo de siempre. «Se han vendido las mismas mascarilla­s que cualquier día. El miedo sigue», recalca Carmen, de la Farmacia Company, en plena Puerta del Sol. También, si se fija la mirada en el Madrid de día, se cae en la cuenta de que hay un efectivo cumplimien­to de la norma, un exceso de celo. Hasta los punkies llevan el sanitario elemento, negro, sobresalie­ndo del bolsillo. El que sin nada en la boca libremente camina como Cristiano Ronaldo antes de una falta, es persona poco susceptibl­e de ser preguntado por máscaras, mascarilla­s y el presidente.

Y luego, la realidad

La cuestión es que Salvador Illa se fue a Polonia con su imitador, a hacer de sí mismo, y en la tertulia del Rodilla, tres venerables abuelas, ya vacunadas, comentaban algo de «inyectarse cemento en los huesos», que por lo visto, ahora que han alargado la esperanza de vida es una práctica médica habitual.

Y luego está la realidad: que Israel, potencia que no es tonta en esto del virus, ha vuelto a imponer la mascarilla dentro de los locales. Y la prudencia. Y una juventud que cree que la vida es eterna y que el sistema inmunológi­co aún sigue siendo eso que los protege de la «enfermedad del beso». «Estamos sobrevivie­ndo», proclama un matrimonio lacónico y en sandalias. Historias tras el Real Decreto-ley 13/2021, de 24 de junio.

P.S.: Consígnese aquí que el metro de obrero más barato para calcular la distancia social cuesta 1,89. Y que es retráctil. Y flexible. Y que en la víspera se desmadró Madrid Centro.

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// GUILLERMO NAVARRO Imágenes contrapues­tas del centro de Madrid un día antes y uno después del fin de la mascarilla en exteriores

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