Festivales de Mérida y Almagro: año I d.p.
Los dos buques insignia del verano teatral español, que en unos días levantan el telón, quieren dejar atrás la pandemia en un año que sus responsables han planteado como el de la recuperación y consolidación
Mérida y Almagro deberían aparecer en el diccionario como sinónimos de teatro. Y es que estas dos localidades, una extremeña y la otra castellano-manchega, están estrechamente vinculadas al arte de Talía; especialmente en verano, cuando sus festivales las convierten en las capitales de la escena española. El pasado año, el resquicio que se abrió tras el confinamiento y la primera ola de la pandemia les permitió celebrar, con todas las inseguridades, incertidumbres, miedos y limitaciones, sus respectivas ediciones. «Para nosotros era muy importante celebrar el festival en 2020, porque era la primera vez que se veía la luz al final del túnel –dice Jesús Cimarro, director del Festival Internacional de Teatro Clásico de Mérida–. El mundo del teatro y de la cultura en general ha luchado para estar presente en la vida de los ciudadanos, y que podamos ahora presentar la programación de un festival sin recorte de fechas, con un aforo de entre el 70 y el 75 por ciento, es un logro y un premio a la perseverancia de todas las gentes que nos hemos implicado en que la cultura es segura y que ir a los teatros es seguro».
Recuperación
Si la edición de 2020 fue, tanto para Mérida y Almagro, la de la cautela y la prudencia, la de 2021 quiere ser la de la recuperación y consolidación. «Creo que va a ser un año bonito –dice el director del Festival Internacional de Teatro Clásico de Almagro, Ignacio García–, un año de más luz y de más ilusión, y después de haber superado lo del año pasado este festival va a ser el de la recuperación».
El pasado año, las disposiciones de las autoridades sanitarias variaban de un día al otro, y tanto Almagro como Mérida prepararon sus programaciones con un plan B, un plan C, un plan D... Y así casi hasta agotar el alfabeto. «Entonces estábamos en ‘shock’ –sigue García–, nadie sabía cómo se hacían las cosas en tiempos de pandemia, y además tuvimos que deshacer lo que ya teníamos preparado en marzo y preparar sobre la marcha un festival completamente distinto. Este año ya sabíamos qué supone la pandemia y hemos trabajado con cautela. Pero la premisa que nos ha movido ha sido recuperar todas las líneas de programación y todas las áreas de interés del festival: que hubiera presencia internacional, celebrar los certámenes Almagro Off y Barroco Infantil –que se celebran online, pero los ganadores sí actuarán de forma presencial–, que reabriéramos espacios. Este año hay 38 compañías, vuelve a haber cuatro semanas de programación... Se parece mucho más a un festival de tamaño normal, aunque los aforos siguen siendo reducidos».
También Mérida ha podido recuperar una cierta ‘normalidad’ a la hora de plantear el festival, apunta Jesús Cimarro. «Hemos restablecido las fechas de la programación y se ha vuelto a lo que se había conseguido en los últimos años. Hemos empezado con un concierto el 25 de junio y terminará el 22 de agosto: dos meses, como habíamos hecho desde 2017. El año pasado la tuvimos que reducir a cinco semanas. Y recuperamos también la programación paralela, que es muy importante: cursos, seminarios, encuentros, todas las extensiones, los talleres de teatro que se hacen en 20 municipios extremeños. Lo que no hemos conseguido recuperar –lamenta Cimarro– es el programa de mano físico, que nos reclaman muchos espectadores; se lo podrán descargar mediante un QR, pero no lo tendrán en papel. Espero que lo podamos recuperar la próxima edición».
Experiencia y protocolos
La experiencia a lo largo de los últimos meses en los teatros españoles –fundamentalmente los madrileños, locomotora de los del resto del país– ha servido de aprendizaje. «Ya conocemos cómo funcionan los protocolos de distanciamiento, de desalojo de la sala, los protocolos con las compañías... Y eso la gente lo ve», explica Ignacio García. «En los teatros españoles se han tomado, a lo largo de la temporada –tercia Jesús Cimarro–, todas las medidas marcadas por el Ministerio de Sanidad y por las distintas consejerías, y no ha habido ni un solo brote».
Para lograr la ansiada normalidad
En Almagro se ha vendido ya el 70 por ciento de las localidades; el aforo es, por decisión del Patronato, del 50 por ciento
En Mérida se produjo la mayor venta en el primer día desde que Cimarro dirige el festival. Llevan ya 33.000 entradas vendidas
completa, sin embargo, es necesario que puedan abrirse los teatros con su aforo completo. De momento, no es posible. En el Festival de Mérida, explica su director, se deja una butaca libre a cada lado después de cada compra ‘familiar’, y eso reduce el aforo entre el 70 y el 75 por ciento. En Almagro, sin embargo, el Patronato decidió reducirlo al 50 por ciento, «aunque la norma regional permitiría hasta un 75 por ciento –matiza el director del certamen manchego–. Solo hacemos una excepción, que tiene su lógica, con los espacios al aire libre y con mucha ventilación, como son el Teatro Adolfo Marsillach y el Palacio de los Oviedo, que se aumenta hasta un 66 por ciento, con ‘butaca Covid’; si compras tres entradas, las dos localidades que las flanquean quedan libres». Y, por ahora, el público está respondiendo: Almagro ha vendido ya un 70 por ciento de las localidades, y en Mérida –presume Cimarro– «se produjo la mayor venta en el primer día desde que dirijo el festival, y a día de hoy llevamos ya 33.000 entradas vendidas».
También es importante la sensación que se respira; los habitantes de Mérida y Almagro se vuelcan en estas fechas en sus festivales, del que son ‘cooperadores necesarios. «El año pasado –cuenta García– había en Almagro un debate sobre la conveniencia de celebrar o no el festival, sobre el peligro; se decidió hacerlo con mucha cautela y arriesgando, porque fuimos los primeros y eso siempre entraña riesgos, y este año no hay fisuras: todo el mundo está esperando el festival. Eso cambia nuestra percepción, porque hacer un festival sabiendo que hay gente remisa y con miedo es diferente que hacerlo con todo el mundo en la calle, con los restaurantes y los hoteles animándonos a que haya un gran festival, porque todo el mundo quiere participar».
Y es que los comercios y la hostelería de estas dos localidades esperan siempre como agua de mayo las fechas del festival. Los responsables del Parador de Mérida tienen la sonrisa puesta: en un solo día tuvo 600 reservas, revela Cimarro, una cifra récord en la historia de este alojamiento.
Si alguien conoce bien el ambiente del Festival de Almagro, ése es José Antonio Barrajón, propietario de ‘Marqués’, uno de los más emblemáticos restaurantes de la Plaza Mayor de Almagro. «Ya se ve con otros ojos –cuenta–. Está por aquí la Compañía Nacional de Teatro Clásico, que siempre venía sobre el 20 de junio, y se nota el movimiento de los técnicos, las compañías extranjeras. Ya hay ambiente de festival». Para Almagro, reconoce, «el mes de festival es la fecha esperada por todo el pueblo. Se da mucho trabajo a mucha gente y, dentro de los calores de julio, refresca las mentes de la gente, porque hay una vida que sin el festival no existiría; en este secarral no pararían ni las águilas». El pueblo se siente ahora plenamente orgulloso del festival, aunque no siempre ha sido así. «En los años ochenta la mentalidad era otra, y al comienzo del festival había cierto reparo, y se consideraba ‘peligrosa’ la llegada de las gentes del festival».