De Madrid al exterminio gitano, ignorancia flamenca de ida y vuelta
ANÁLISIS
El flamenco se ha convertido en las últimas semanas en el pimpampum de los políticos. Primero la diputada del PP en la Asamblea de Madrid Almudena Negro aseguró que la cuna de este arte es la capital de España. Hace un par de días la populista Teresa Rodríguez, diputada andaluza de Adelante, se ha sumado a la fiesta con esta frase: «El flamenco es el testimonio vivo de la lucha del pueblo gitano contra el exterminio ordenado una y otra vez por los reinos de Castilla». Ambas han hecho, desde posiciones políticas opuestas, una gran demostración de ignorancia en su intento de ideologizar este arte con brochazos muy gordos carentes del más elemental rigor histórico. Un sinfín de etnógrafos, musicólogos, antropólogos e historiadores han tratado de arrojar luz a la historia de este género y, hasta hoy, sólo han podido llegar a dos certezas: que es una expresión plástica con origen en Andalucía y que se compone de la aportación de distintas culturas. El resto de cuestiones –fecha de nacimiento, modo de expansión, autoría de los estilos o etimología del término– conforman una nebulosa en la que cohabitan decenas de hipótesis. Cualquier aseveración al respecto es actualmente, a falta de más investigaciones, un error. Por eso llama tanto la atención la contundencia de Negro y Rodríguez en sus declaraciones, erradas además en las dos únicas cosas que sí sabemos a ciencia cierta.
En primer lugar se equivocó la diputada madrileña con este testimonio: «Cosas que no se saben, por ejemplo, es que el flamenco nace en Madrid y que el 95 por ciento de los artistas flamencos hoy salen de Madrid». Ambas afirmaciones son falsas. Es una realidad incontrovertible, avalada por decenas de estudios, que el flamenco es un arte andaluz que se desarrolla en los principales núcleos urbanos del Sur mucho antes de que se produjeran las primeras manifestaciones en la capital. Muy a comienzos del siglo XVIII ya hay textos que lo prueban. ‘El libro de la gitanería de Triana’, escrito entre los años 1740 y 1750 por un autor anónimo que firmaba con el pseudónimo de ‘El Bachiller Revoltoso’, explica cómo Baltasar Montes, el gitano más viejo del arrabal, organizaba fiestas flamencas entre los nobles de Sevilla. Después se publicaron las ‘Cartas Marruecas’ del gaditano José Cadalso, donde narraba una fiesta celebrada en la década de los cuarenta del siglo XVIII en Ronda con un señor llamado ‘Tío Gregorio’. Ahí Cadalso nombra ya el polo como uno de los palos más antiguos. Y el Bachiller Revoltoso cita los cantes de galeras. Ni siquiera los bailes de candil, que también se reivindican como propios desde Madrid, son capitalinos. Las primeras versiones que se conocen de esta danza son de Extremadura. La historiografía al respecto también es muy extensa. Madrid es el crisol al que terminan arribando los mejores artistas, pero en ningún caso la cuna. En la segunda mitad del siglo XX casi todos los grandes vivían en la capital: Camarón, Paco de Lucía, la Fernanda de Utrera, la Paquera de Jerez, Pastora Imperio, Mario Maya, Antonio el Bailarín, Manuela Vargas, Merche Esmeralda… La lista es interminable. Pero la mayoría son andaluces. La diputada Negro habría atinado si hubiese defendido la importancia de Madrid en la historia de este arte, que es indiscutible.
Lo curioso es que quien con más rotunidad le contestó fue Teresa Rodríguez, portavoz de Adelante Andalucía. Y ahora ella ha dicho una barbaridad aún más gruesa que la de su contrincante. El flamenco no es el resultado de la lucha de los gitanos contra ningún exterminio. Una cosa es la Gran Redada de Fernando VI y el marqués de la Ensenada contra esta etnia y otra bien distinta la incidencia