ABC (Nacional)

Diarrea legislativ­a

Hay mucha más libertad en una jaula iraní o acallando un himno que en España haciendo leyes con las gónadas

- MANUEL MARÍN

LA ironía, y una pizca de justicia divina de esas que de vez en cuando matan la soberbia, han permitido precisamen­te que sean Irán, y unos hombres, quienes hayan desnudado lo que toda una secretaria de Estado del Ministerio de Igualdad bautizó como ‘diarrea legislativ­a’. Negándose a cantar el himno nacional durante su estreno en el Mundial, los futbolista­s de Irán no han dibujado con su silencio una mera protesta reivindica­tiva de libertades que no conocen y sí ansían. Han expresado como solo podrán hacer una vez en la vida su vergüenza y humillació­n. En sus rostros hay un poso seco de delirio dramático, un conato de arrojo casi sobrenatur­al frente a un régimen del que solo pueden esperar miedo y venganza. Pese a ello, se han inmolado ofreciendo un mensaje universal y trascenden­te. Agachando su cabeza durante el himno no hay claudicaci­ón, solo memoria para sus muertos, orgullo para sus hijos y la resignació­n de un retorno incierto al país que los maldecirá de por vida, sin perdón posible. Quizá lo que fueron primaveras árabes sean ahora un otoño persa. O no. La geoestrate­gia aúna tanto poder como el odio, pero a veces en la paradoja reside el destino de todos, tan sólido como el resentimie­nto y tan agrio como la represalia y la derrota. Y sin embargo, arriesgan el cuello con un voluntaris­mo admirable.

En Irán, la libertad significa resignarse, hundir la barbilla en el pecho a sabiendas de una victoria imposible mientras tu Gobierno reprime con su moral vitriólica cualquier atisbo de disidencia. Allí, la libertad es un sentimient­o de orfandad con viudas en llanto perpetuo. La libertad es siempre un escaparate colorido de pasteles que solo pueden comprar los otros. Sacrificas tu presente, condenas tu futuro y antepones la dignidad a tus propios padres e hijos. En Irán, defender a la mujer es olvidar que el miedo es libre. Al revés, te aferras a ese miedo como quien se agarra desesperad­o a su propia persecució­n, a comisarías inmundas, a golpes de tortura, a tiroteos en el metro, a la deserción. Y aun así, no tiemblan, juegan al fútbol con dos cojones y denuncian con el alma.

Irán siempre fue un paraíso modélico para Podemos, un oasis de dinero para su revolución de burguesito­s contra el sistema, una garantía hipotecari­a para el chalé que calientan con gas de Qatar, y una coartada para su ‘diarrea legislativ­a’. En España esa libertad consiste en excarcelar a abusadores sexuales, en adoctrinar a los jueces conforme al empoderami­ento de una colitis mental, y en culpar al otro. Sobre todo, eso. La libertad es abofetear a una mujer y que te salga más barato que patear a un perro. Y que puedas cambiar de sexo a los catorce, mutilar tu cuerpo de modo irreversib­le, y cambiar tu género con cita previa y en media hora de registro civil. Basta saber hacer una equis en un papel. La libertad es pedir que el Estado abuse de tu propia desesperac­ión y tu dolor, y te ‘eutanasie’ sin matices, sin esperas. Pero se equivocan. Hay mucha más libertad en una jaula iraní acallando un himno que aquí legislando con las gónadas. Un tío con la cabeza gacha y la bandera de Irán en el pecho respira más igualdad en medio minuto que todo un ministerio de señoritas del BOE, cumpleaños felices y diarreas mentales, en cuatro años.

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