Diarrea legislativa
Hay mucha más libertad en una jaula iraní o acallando un himno que en España haciendo leyes con las gónadas
LA ironía, y una pizca de justicia divina de esas que de vez en cuando matan la soberbia, han permitido precisamente que sean Irán, y unos hombres, quienes hayan desnudado lo que toda una secretaria de Estado del Ministerio de Igualdad bautizó como ‘diarrea legislativa’. Negándose a cantar el himno nacional durante su estreno en el Mundial, los futbolistas de Irán no han dibujado con su silencio una mera protesta reivindicativa de libertades que no conocen y sí ansían. Han expresado como solo podrán hacer una vez en la vida su vergüenza y humillación. En sus rostros hay un poso seco de delirio dramático, un conato de arrojo casi sobrenatural frente a un régimen del que solo pueden esperar miedo y venganza. Pese a ello, se han inmolado ofreciendo un mensaje universal y trascendente. Agachando su cabeza durante el himno no hay claudicación, solo memoria para sus muertos, orgullo para sus hijos y la resignación de un retorno incierto al país que los maldecirá de por vida, sin perdón posible. Quizá lo que fueron primaveras árabes sean ahora un otoño persa. O no. La geoestrategia aúna tanto poder como el odio, pero a veces en la paradoja reside el destino de todos, tan sólido como el resentimiento y tan agrio como la represalia y la derrota. Y sin embargo, arriesgan el cuello con un voluntarismo admirable.
En Irán, la libertad significa resignarse, hundir la barbilla en el pecho a sabiendas de una victoria imposible mientras tu Gobierno reprime con su moral vitriólica cualquier atisbo de disidencia. Allí, la libertad es un sentimiento de orfandad con viudas en llanto perpetuo. La libertad es siempre un escaparate colorido de pasteles que solo pueden comprar los otros. Sacrificas tu presente, condenas tu futuro y antepones la dignidad a tus propios padres e hijos. En Irán, defender a la mujer es olvidar que el miedo es libre. Al revés, te aferras a ese miedo como quien se agarra desesperado a su propia persecución, a comisarías inmundas, a golpes de tortura, a tiroteos en el metro, a la deserción. Y aun así, no tiemblan, juegan al fútbol con dos cojones y denuncian con el alma.
Irán siempre fue un paraíso modélico para Podemos, un oasis de dinero para su revolución de burguesitos contra el sistema, una garantía hipotecaria para el chalé que calientan con gas de Qatar, y una coartada para su ‘diarrea legislativa’. En España esa libertad consiste en excarcelar a abusadores sexuales, en adoctrinar a los jueces conforme al empoderamiento de una colitis mental, y en culpar al otro. Sobre todo, eso. La libertad es abofetear a una mujer y que te salga más barato que patear a un perro. Y que puedas cambiar de sexo a los catorce, mutilar tu cuerpo de modo irreversible, y cambiar tu género con cita previa y en media hora de registro civil. Basta saber hacer una equis en un papel. La libertad es pedir que el Estado abuse de tu propia desesperación y tu dolor, y te ‘eutanasie’ sin matices, sin esperas. Pero se equivocan. Hay mucha más libertad en una jaula iraní acallando un himno que aquí legislando con las gónadas. Un tío con la cabeza gacha y la bandera de Irán en el pecho respira más igualdad en medio minuto que todo un ministerio de señoritas del BOE, cumpleaños felices y diarreas mentales, en cuatro años.