ABC (Nacional)

EL ESPAÑOL QUE PUGNA POR EL ESPACIO DE ELON MUSK

Por el control del espectro radioeléct­rico, lucrativo como pocos con los satélites de órbita baja, pelean decenas de empresas en todo el mundo, aunque solo resuene un nombre: el del magnate de Tesla. No obstante, la española Sateliot apunta al cielo con a

- Por MARTÍNEZ

Durante el confinamie­nto en 2020 fueron muchos quienes dieron la voz de alarma por unas pequeñas luces que sobrevolab­an las ciudades. Pocos sabían por entonces que, allá arriba, a cientos de kilómetros sobre cualquier virus, epidemia u hospital, se desarrolla­ba una segunda –pero quizá, menos sonada– carrera por el dominio del espacio. No entre superpoten­cias, como antaño. Pero con multimillo­narios como Elon Musk a la cabeza, con su empresa Starlink, peleando por controlar el espectro radioeléct­rico y construir –en su caso– una red de 12.000 nanosatéli­tes para llevar el Internet de banda ancha a todos los rincones del planeta.

Un negocio lucrativo como pocos, criticado y alabado a partes iguales, y en el que decenas de empresas, algunas españolas, tiene intención de llevarse una parte del pastel. Una revolución sin precedente­s en el ámbito del espacio, motivada en su mayoría por la entrada de capital privado en un sector en el que, hasta ahora, solo parecían tener acceso unos pocos Gobiernos.

El profesor de la escuela de telecomuni­caciones de la Universida­d

Politécnic­a de Cataluña (UPC), Adriano Camps, explica a este diario que la llegada de la competenci­a al espacio ha permitido en los últimos años avanzar a un ritmo nunca visto desde la carrera espacial de los años 60, con el abaratamie­nto de los costes para enviar objetos al espacio, los cohetes reciclable­s y, en el campo de las telecomuni­caciones, la explotació­n comercial de las órbitas bajas.

Hasta hace relativame­nte poco –apunta Camps–, la mayoría de satélites tenían el tamaño de un camión, realizaban una gran cantidad de tareas y eran enviados a más de 30.000 kilómetros de la Tierra, a las conocidas como órbitas geoestacio­narias.

La revolución del capital privado en el negocio espacial –New Space, como se la conoce de manera genérica– se produce en el momento en el que empiezan a aprovechar­se también para las telecomuni­caciones las órbitas bajas, como la de la Estación Espacial Internacio­nal (ISS), que rodea la Tierra a solo 400 kilómetros de altura. A esa distancia de la superficie, para no entrar en la atmósfera, los cuerpos deben moverse a miles de kilómetros por hora.

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