Kurdos, bien tratados por árabes, maltratados por turcos y persas
▶ La gran minoría sin Estado se convierte en protagonista, para bien y para mal
Mahsa Amini, la joven de 22 años muerta el pasado mes de septiembre a manos de la Policía de Teherán por no llevar bien puesto el velo musulmán, procedía del territorio kurdo de Irán. La protesta que desde entonces vive el país es generalizada, pero el régimen jomeinista la achaca entre otras cosas al separatismo kurdo, y ha intensificado la represión policial y militar contra esa etnia. Las operaciones trascienden la frontera iraní. La artillería persa bombardea periódicamente posiciones de las milicias kurdas en Irak, a las que acusa de dar refugio e instrucción militar a los activistas iraníes.
En el extremo occidental, las fuerzas de seguridad turcas llevan a cabo operaciones contra las milicias del Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK), dentro del país, y están sopesando una operación terrestre de envergadura en el territorio de Siria en el que los kurdo-sirios han erigido un régimen de autonomía. El líder turco, Erdogan, acusa al PKK y a sus aliados sirios del último atentado terrorista en Estambul, y no se satisface con los bombardeos de su aviación sobre posiciones kurdas en Siria y en Irak.
Las malas noticias para la importante etnia que habita sin Estado en Oriente Próximo, tienen como contrapeso el nivel de autonomía política que han conseguido los kurdos en dos de los cuatro países en que se encuentran repartidos sus más de 30 millones de habitantes. Después de años de guerra civil, y merced a su papel protagonista en el combate contra el califato yihadista de Daesh, los regímenes árabes de Irak y de Damasco han terminado aceptando un alto grado de autonomía para sus minorías kurdas.
La lucha contra Daesh les ha ganado en Irak y en Siria el reconocimiento de EE.UU. y un alto nivel de autonomía política
Enclaves montañosos
Los kurdos viven en enclaves montañosos que hoy se hallan repartidos en cuatro países, Turquía, Siria, Irán e Irak, aunque hay una importante diáspora en otros países. Su estructura social está desde antiguo compuesta por diferentes clanes asociados entre ellos, lo cual no solo evitó revoluciones nacionalistas sino que lo preservó como un pueblo autosuficiente en el aspecto económico. Su conversión al islam se hizo sin
estridencias, y sin que afectase a lo más íntimo de su idiosincrasia: su cultura milenaria y su idioma. El velo islámico, por ejemplo, siempre ha sido entre los kurdos una opción libre de la mujer, para expresar su mayor grado de religiosidad.
Casi la mitad de la población kurda vive en el este de Turquía, donde prendió en los años 80 del siglo pasado la ideología nacionalista más radical, la del Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK), de raíz marxista. Ataturk, el padre de la Turquía moderna, abortó de modo drástico el primer gran intento histórico de creación de un Kurdistán al término de la Primera Guerra Mundial. Hoy es el presidente Erdogan, su alumno aventajado, el que se siente llamado a continuar con la tarea. No lo tiene fácil en casa, porque el poder judicial turco mantiene a duras penas su independencia frente al Ejecutivo. Y porque el principal partido de la población kurda es el tercero con más representación en el Parlamento de Ankara. Todos los intentos de Erdogan para ilegalizarlo, tratando de establecer sus vínculos con el violento PKK, han sido hasta hoy vanos.