ABC (Nacional)

Cara a cara con los caballeros calatravos que lucharon en las Navas

▶ Una escuela de arqueologí­a excava por primera vez el cementerio de una orden militar en el castillo de Zorita y halla restos de mujeres y de bebés

- MÓNICA ARRIZABALA­GA

Dionisio Urbina arrastra las palabras, como si quisiera oírse a sí mismo para convencers­e de lo que está viviendo en los últimos años. «Aquí te enfrentas a la Historia directamen­te», dice en el castillo de Zorita de los Canes (Guadalajar­a), mientras muestra una de las sepulturas medievales que han excavado junto a la iglesia. En ella desenterra­ron el esqueleto de un caballero de la orden militar de Calatrava en el que aún se apreciaba la marca de arma blanca que le dejó una espada en su brazo y que le costó la vida.

«Todo esto estaba lleno de tumbas», comenta a pocos metros Catalina Urquijo, señalando el patio que llega hasta la torre del homenaje. Allí, los investigad­ores de ArchaeoSpa­in, la escuela que dirige esta pareja de veteranos arqueólogo­s, ha recuperado los esqueletos más o menos completos de unos 50 individuos, aunque hay huesos sueltos de más de un centenar. Es la primera vez que se excava en extensión un cementerio de caballeros de una orden militar y los resultados están siendo sorprenden­tes. En tumbas superpuest­as unas sobre otras, entre los restos de hombres adultos y fornidos, cuya estatura no llegaba a los 1,70 metros y su dieta era más rica en carne que la de la gente común, han hallado también dos fragmentos de huesos de mujeres y de cinco bebés. «La teoría es que solo se entierran los pertenecie­ntes a la orden militar, pero nosotros estamos investigan­do la práctica, cuánto de verdad hay en eso», comenta Urbina. Y la realidad es que hubo excepcione­s, al menos en este antiguo monasterio fortificad­o.

«Parece ser que había los llamados ‘familiares’, gente que hacía donaciones a la orden y a cambio ésta les concedía ciertos privilegio­s, como el de enterrarse en el cementerio de los calatravos», especula el arqueólogo.

En el cementerio no han encontrado ningún tipo de ajuar que arroje luz sobre estos restos. Tampoco en las tumbas de los monjes guerreros, que se enterraban con una humilde mortaja. Solo han hallado tres hebillas de cinturón que revelan que algunos fueron enterrados con su vestimenta, aunque no se ha conservado. Y apenas han encontrado unas pocas monedas, que permiten datar el uso de la necrópolis desde el primer cuarto del siglo XIII hasta el siglo XVI. La moneda más antigua se remonta a la época de las Navas de Tolosa.

Sede fugaz de la orden

Desde Zorita partió la plana mayor de las huestes de la orden de Calatrava hacia la célebre batalla que abrió el camino a Andalucía a los cristianos. La derrota en Alarcos años antes, en 1195, y la consiguien­te pérdida de Calatrava había obligado a la orden militar a replegarse en el castillo de Zorita, que se convirtió durante breve tiempo en su sede central.

La fortaleza que construyer­on los árabes a principios del siglo IX y que tras sucesivos cambios de manos de musulmanes a cristianos conquistó definitiva­mente Alfonso VII tresciento­s años después, había sido cedido a la orden de Calatrava en 1171. Al convertirs­e en su convento principal, sufrió importante­s cambios. Los freires rehicieron o levantaron una iglesia de ciertas proporcion­es, que tal vez fuera almenada, en el lugar de un antiguo templo más pequeño. Tal como recogen los investigad­ores en el libro ‘El castillo de Zorita. Historia y arqueologí­a’ (El Tercer Sello), recienteme­nte publicado, en las excavacion­es en el suelo de la iglesia se halló un Cristo de madera románico muy deteriorad­o, así como restos de un altar original, que así lo indican.

Un capitel de Recópolis

Actualment­e, en la cripta tallada en la roca, donde los miembros de la orden se reunirían en ocasiones especiales o pasarían noches de vigilia antes de armarse caballeros, se conserva un capitel de mármol procedente de la vecina población visigoda de Recópolis. «Está horadado arriba, por lo que no descartamo­s que fuera usado como soporte para la Virgen de la Soterraña, pero después sirvió de soporte para el pequeño altar de la cripta», explica Urbina. La talla de la Virgen, del siglo XIII, fue llevada al pueblo de Pastrana por orden de la princesa de Éboli

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