Cara a cara con los caballeros calatravos que lucharon en las Navas
▶ Una escuela de arqueología excava por primera vez el cementerio de una orden militar en el castillo de Zorita y halla restos de mujeres y de bebés
Dionisio Urbina arrastra las palabras, como si quisiera oírse a sí mismo para convencerse de lo que está viviendo en los últimos años. «Aquí te enfrentas a la Historia directamente», dice en el castillo de Zorita de los Canes (Guadalajara), mientras muestra una de las sepulturas medievales que han excavado junto a la iglesia. En ella desenterraron el esqueleto de un caballero de la orden militar de Calatrava en el que aún se apreciaba la marca de arma blanca que le dejó una espada en su brazo y que le costó la vida.
«Todo esto estaba lleno de tumbas», comenta a pocos metros Catalina Urquijo, señalando el patio que llega hasta la torre del homenaje. Allí, los investigadores de ArchaeoSpain, la escuela que dirige esta pareja de veteranos arqueólogos, ha recuperado los esqueletos más o menos completos de unos 50 individuos, aunque hay huesos sueltos de más de un centenar. Es la primera vez que se excava en extensión un cementerio de caballeros de una orden militar y los resultados están siendo sorprendentes. En tumbas superpuestas unas sobre otras, entre los restos de hombres adultos y fornidos, cuya estatura no llegaba a los 1,70 metros y su dieta era más rica en carne que la de la gente común, han hallado también dos fragmentos de huesos de mujeres y de cinco bebés. «La teoría es que solo se entierran los pertenecientes a la orden militar, pero nosotros estamos investigando la práctica, cuánto de verdad hay en eso», comenta Urbina. Y la realidad es que hubo excepciones, al menos en este antiguo monasterio fortificado.
«Parece ser que había los llamados ‘familiares’, gente que hacía donaciones a la orden y a cambio ésta les concedía ciertos privilegios, como el de enterrarse en el cementerio de los calatravos», especula el arqueólogo.
En el cementerio no han encontrado ningún tipo de ajuar que arroje luz sobre estos restos. Tampoco en las tumbas de los monjes guerreros, que se enterraban con una humilde mortaja. Solo han hallado tres hebillas de cinturón que revelan que algunos fueron enterrados con su vestimenta, aunque no se ha conservado. Y apenas han encontrado unas pocas monedas, que permiten datar el uso de la necrópolis desde el primer cuarto del siglo XIII hasta el siglo XVI. La moneda más antigua se remonta a la época de las Navas de Tolosa.
Sede fugaz de la orden
Desde Zorita partió la plana mayor de las huestes de la orden de Calatrava hacia la célebre batalla que abrió el camino a Andalucía a los cristianos. La derrota en Alarcos años antes, en 1195, y la consiguiente pérdida de Calatrava había obligado a la orden militar a replegarse en el castillo de Zorita, que se convirtió durante breve tiempo en su sede central.
La fortaleza que construyeron los árabes a principios del siglo IX y que tras sucesivos cambios de manos de musulmanes a cristianos conquistó definitivamente Alfonso VII trescientos años después, había sido cedido a la orden de Calatrava en 1171. Al convertirse en su convento principal, sufrió importantes cambios. Los freires rehicieron o levantaron una iglesia de ciertas proporciones, que tal vez fuera almenada, en el lugar de un antiguo templo más pequeño. Tal como recogen los investigadores en el libro ‘El castillo de Zorita. Historia y arqueología’ (El Tercer Sello), recientemente publicado, en las excavaciones en el suelo de la iglesia se halló un Cristo de madera románico muy deteriorado, así como restos de un altar original, que así lo indican.
Un capitel de Recópolis
Actualmente, en la cripta tallada en la roca, donde los miembros de la orden se reunirían en ocasiones especiales o pasarían noches de vigilia antes de armarse caballeros, se conserva un capitel de mármol procedente de la vecina población visigoda de Recópolis. «Está horadado arriba, por lo que no descartamos que fuera usado como soporte para la Virgen de la Soterraña, pero después sirvió de soporte para el pequeño altar de la cripta», explica Urbina. La talla de la Virgen, del siglo XIII, fue llevada al pueblo de Pastrana por orden de la princesa de Éboli