El presidente de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas explora la historia intelectual de Europa en su obra ‘Biografía de la libertad’
Europa sin el Renacimiento es como una sala de espera sin esperanza o un intelectual sin ideas propias. «¡No nos quites el Renacimiento, por lo que más quieras! No podemos vivir sin él», bromeaba en sus obras el gran filósofo Johan Huizinga. Este periodo innegociable para la civilización es el punto de partida para el monumental proyecto de Benigno Pendás, jurista, historiador de las ideas y presidente del Instituto de España, quien se ha propuesto recorrer en seis tomos el pasado a través de la perspectiva del poder político y la libertad individual. Por el camino tiene tiempo para colocar en su justo lugar la cultura española y para espolear a quienes creen, erróneamente, que la libertad viene de serie.
«La libertad se gana cada día con pequeñas acciones, siendo valiente, diciendo lo que uno piensa en cada contexto. También, por supuesto, respetando a los demás y escuchando. Y eso nuestras sociedades, que han tenido la fortuna de tener una mejor situación económica, lo dan por entendido», explica el autor de ‘Biografía de la libertad (I)’ (Tecnos) tras un largo viaje donde la libertad adquiere mil formas. Si en el Renacimiento la libertad era estética, en el Barroco es un poco teatral y en la Ilustración obedece a la razón. La libertad se vuelve una pasión, un sentimiento, con el Romanticismo, y luego algo utilitario, burgués, capaz de construir la civilización industrial. Hoy, en ese palabro llamado posmodernidad la libertad es frívola, vacía e impotente frente a la infinita amenaza de la tiranía.
—La pregunta más complicada, ¿qué es la libertad?
—Es francamente complicado definirlo. La libertad hay que tomarla en un sentido práctico y humano. Por eso a mí me gusta decir que el libro trata de la libertad con minúscula, no de la libertad como una gran idea abstracta y que en la historia no ha sido especialmente positiva. Muchas veces ha generado en nombre de esa idea abstracta violencias y conflictos. La libertad o más bien las libertades de las que yo hablo son la posibilidad de ir construyendo un modelo de vida respetando a los demás y siendo capaces de convivir en el marco de las leyes.
—¿Somos conscientes del valor de una sociedad libre?
—A lo largo de la historia, millones y millones de seres humanos han pasado por la vida sin tener la más remota idea de lo que es la libertad. Nosotros vivimos en las sociedades menos injustas de la historia. Con todos sus defectos, en nuestra civilización se respeta el derecho y la vida humana. Hay que ser conscientes de todo eso y preservarlo porque se pierde con mucha más facilidad de lo que parece.
—¿Cada generación tiene que luchar por conseguirla?
—En sociedades que vienen de disfrutar una etapa de cierta prosperidad damos por entendida la libertad. Pero hay que saber que la tentación natural del ser humano es ir hacia un autoritarismo cómodo. Hacia un paternalismo del poder que nos dé las cosas hechas. Eso que Ortega definía como ‘el hombre masa’ que solo piensa en sus derechos, pero nunca en sus deberes y obligaciones. Una de las tesis que recorre toda esta biografía es que la generación posmoderna no es consciente de la necesidad de luchar por la libertad. Requiere esfuerzo, talento, convicciones, valores… Y si no somos capaces de hacer ese esfuerzo vamos a tener problemas en el futuro.
—Recordando el lema de ‘comunismo o libertad’, ¿hay regiones de España que son más libres que otras?
—No me gusta en este libro entrar en temas de la política cotidiana. Lo que sí es cierto es que, en conjunto, España, como el resto de los países europeos y americanos, vive tiempos confusos y convulsos. Es una sociedad desorientada a la que los intelectuales a veces ofrecen recetas superadas y dogmas que igual funcionaron en otro momento, pero ya no. Falta un pensamiento audaz, uno que plantee la libertad desde una perspectiva contemporánea.
—Es difícil ser libre si todo se reduce a dos opciones…
—Si uno analiza el desarrollo de la política en los grandes países del mundo hay una tendencia a la polarización que reduce las opciones de razonar. En España hace falta una mayor dosis de moderación, porque en este país se confunde ser moderado con ser un poco tibio, cobarde, pusilánime, ecléctico. Y no es verdad. Ser moderado es una forma de entender la vida sabiendo que los demás pueden tener una parte de razón, que no hay verdades absolutas en la política.
—¿La democracia acerca la felicidad?
—Si uno se imagina que vivir en un sistema democrático constitucional significa la felicidad perfecta, pues no es así. Es, con diferencia, la mejor fórmula que hemos inventado los humanos para convivir siempre y cuando vaya conjugada con el Estado de Derecho y con el respeto a los derechos de los demás. Pero no como en esta moda un tanto sorprendente de los populismos que pretenden una democracia radical en la cual no hay límites.
—¿Sin leyes no hay libertad?
—Eso sin duda es clave. Nuestra civilización, que efectivamente nace en la Grecia clásica, se fundamenta en una confianza audaz en la libertad. En el famoso discurso de Pericles, que recoge Tucídides, dice que la democracia de Atenas era mejor éticamente que sus adversarios porque respetaban los derechos de todos. Desde los grandes clásicos la idea de la libertad va siempre a la par del ejercicio de los derechos y es fundamental en el mundo moderno, pues durante el Renacimiento nace la imagen de un individuo autónomo, consciente de sí mismo, dispuesto a ejercer sus derechos.
—Es un libro muy crítico contra la hiperespecialización intelectual.
—En el libro intento hacer dialogar disciplinas como el pensamiento político, el arte y la literatura en el marco de la historia general. A mí me preocupa mucho, y lo digo muchas veces, el exceso de especialismo en nuestro mundo intelectual. El saber todo sobre una pequeñez. Procuro navegar en este libro, citando a Ortega, por el alta mar de la historia, por los grandes conceptos, lo cual no es fácil pero hay que hacerlo. Hay que ser ambicioso y procurar explicar las cosas desde una gran perspectiva. Tengo la sensación de que el mundo intelectual contemporáneo no está a la altura de lo que esta sociedad necesita. Se esperan ideas nuevas, interpretaciones sólidas, pero en cambio se ofrecen recetas ingeniosas. Cuanto más reducidas y sencillas, mejor. El imperio de lo efímero es una cosa muy típica de la posmodernidad.
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Día a día
«Hay que preservar la libertad porque se pierde con mucha más facilidad de lo que parece»
En el medio
«Ser moderado es una forma de entender la vida sabiendo cada día que no hay verdades absolutas»