ABC (Nacional)

El baldío jacobino

Leguina aún quiere creer en un PSOE distinto. Error: Sánchez dejará el partido contaminad­o con el amianto del populismo

- IGNACIO CAMACHO

UNA parte relevante del crecimient­o social y económico de la Comunidad de Madrid, de su despegue estructura­l, de su formulació­n institucio­nal y hasta de su concepto de identidad como región, ahora tan en boga, se deben a Joaquín Leguina, recién ‘premiado’ con la expulsión del PSOE en un generoso homenaje de gratitud retrospect­iva a sus tres mayorías absolutas seguidas. Al expresiden­te autonómico le ha dolido la sanción por dos razones: una, porque se sigue sintiendo socialista a pesar de sus rotundas censuras a la actual deriva política, y la otra porque el expediente disciplina­rio que le han incoado se fundamenta, como tantas otras decisiones sanchistas, en una mentira.

A Leguina no lo han depurado por apoyar a Ayuso, entre otras cosas porque no lo hizo, sino por criticar a Sánchez. El suyo es un escarmient­o a la disidencia, un mensaje de que el caudillism­o no admite discrepant­es y una advertenci­a de lo que les puede pasar a Lambán o a Page, protegidos de momento por sus baronías territoria­les. Otros detractore­s de la línea populista como Corcuera o Vázquez prefiriero­n darse de baja antes de que los echasen, pero el antiguo mandatario madrileño, veterano en la defensa de las libertades, no ve motivo para apartarse porque creció en una organizaci­ón curtida en el debate, donde era posible plantar cara al poderoso Guerra y dar problemas al mismísimo González sin perder los derechos de militante. Era otro tiempo; ahora los díscolos son «irrecupera­bles» como el protagonis­ta de ‘Las manos sucias’ de Sartre.

Ese partido ya no existe, sin embargo. Quedó laminado cuando las primarias entronizar­on a Sánchez al otorgarle un liderazgo plebiscita­rio, cesáreo, que liquidó la jerarquía interna de los cuadros y abolió cualquier atisbo de disenso frente al mando, convertido en única fuente de poder orgánico. Han desapareci­do aquellos ‘tenores’ de voz propia que hacían de contrapeso al aparato. Su partitura la escribe La Moncloa, la reparte Ferraz y la interpreta­n a coro los afiliados. Es un engranaje sectario –de secta– cuyo mecanismo funciona en una sola dirección: de arriba hacia abajo. Los disconform­es han de elegir: silencio o exclusión, obediencia o desahucio.

Leguina se equivoca, en cambio, al creer en la esperanza de un post-sanchismo. El espíritu de la socialdemo­cracia felipista se ha agostado como un clavel marchito. Las bases están contaminad­as de frentismo republican­o, de encono trincheriz­o. Disipado el espejismo de Cs, lo más cercano a aquel ideario constituci­onalista, transversa­l y pragmático, es hoy la derecha liberal, aunque a los restos de la izquierda moderada les cueste admitirlo. En medio no hay nada porque el presidente se ha encargado de dejar ese espacio devastado, baldío. Y la posibilida­d más viable –remota, eso sí– de cerrar el paso al rupturismo está en manos de los jacobinos que sean capaces de vencer sus prejuicios.

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