Luis Enrique te está mirando
Menos reproches al seleccionador, no vaya a ser que nos miremos en el espejo y nos encontremos con él
EL pasado martes, al finalizar el España-Marruecos, deambulé por sensaciones agridulces sin saber exactamente a cuál atenerme. Lamenté muchísimo el resultado, por cuanto esa selección representa a mi país, a mi bandera. Al mismo tiempo estaba satisfecha: había jugado cierta suma de dinero a favor de la victoria marroquí. Es la primera vez que apuesto y llevo con pesadumbre no haberlo hecho en ocasiones pretéritas: habría obtenido vil metal y me habría ahorrado la amargura del «os lo dije».
Este instinto mío, que desgraciadamente opera siempre en clave pesimista, es una mezcla de sentido de la realidad –que no precisa de conocimientos técnicos profundos– y algo de ‘brujilla’, que dicen algunos. Mi vanidad bobalicona me seduce susurrándome que lo mío son argumentos e ideaciones lógicas impecables. Por ejemplo, antes de comenzar el Mundial de 2014 predije toda ufana que España no haría nada en absoluto. Se me miraba con condescendencia y, con cierta razón, me comentaban «¿qué sabrás tú, si no tienes idea de fútbol?». Era cierto, del deporte rey apenas voy más allá de entender lo que es fuera de juego. Pero me preguntaba qué lógica se me escapaba al hecho de convocar como portero titular a alguien que no jugó durante todo el año. Otra ocasión en la que me dolió resultar tan ceniza fue ante las primeras elecciones de 2019, tras la moción de censura. Vox llenaba estadios y barrunté que si yo fuera de izquierdas o independentista me faltaría tiempo para secuestrar a familiares y amigos y arrastrarles hasta el colegio electoral más cercano. Este año no he querido quedarme con el regusto amargo de la predicción catastrófica, preferí perder dinero y acabar con el asunto: decidí apostar a favor de Marruecos. Un ‘win-win’ de manual.
Enumerar mis motivos racionales para haber puesto dinero en juego en contra de mi país es cosa fácil ahora. Desde 2010 parece que la selección cree que le convalidan un gol por cada 500 pases. Tiene cierto sentido irracional aferrarse a la fórmula que resultó exitosa en tres competiciones internacionales. Nos ha quedado prístino a casi todos que necesitamos cambiar el concepto. Deberíamos aplicar esta misma lectura a la sociedad y política españolas. Es posible que el ‘café para todos’ de 1978 sirviera para atemperar los ánimos y traer cierta prosperidad económica a España. Ahora bien, deberíamos guardarnos de criticar a Luis Enrique cuando nosotros mismos somos incapaces de ver que hemos llegado a un punto de no retorno en el que los presupuestos y las leyes de la nación española las dictan quienes manifiestan sin ambages que no desean pertenecer a ella. Gente que exhibe con recochineo la facilidad con la que doblegan al dictadorzuelo de La Moncloa para llevar a cabo sus miserables planes. Recomiendo menos reproches al seleccionador nacional, no vaya a ser que nos miremos en el espejo y nos encontremos con él y una mirada inquisitiva que parezca decir: a vosotros también os sobran pases y os falta verticalidad.