ABC (Nacional)

Luis Enrique, Pedro y también Vladímir

El ya exseleccio­nador cotiza al alza como ‘coach’ de nuevos liderazgos

- JESÚS LILLO

L Epasa lo que a Luis Enrique. Cada vez que Vladímir Putin convoca una reunión de su Consejo de Seguridad y abre la boca sube el pan de harina de trigo ucraniano. A casi dos euros está la baguete, patrimonio universal de esa parte de la humanidad que hace tres comidas al día. En una de esas juntadas paramilita­res de Putin, el pasado febrero, saltó la liebre de Serguéi Naryshkin, jefe de la inteligenc­ia exterior del Kremlin. «Habla, habla claro, Serguéi», le espetaba Putin, contrariad­o. «¿A qué te refieres con el ‘peor de los casos’?, ¿sugieres que empecemos a negociar? No, no estamos discutiend­o eso», siguió el presidente ruso en una demostraci­ón de chulería zarista que se repitió el pasado miércoles, en una nueva reunión de su consejo. Serguéi Naryshkin, que no escarmient­a, envalenton­ado e inspirado por la escena de Luis Enrique tras el partido con Marruecos, epílogo de su etapa como selecciona­dor y cuya transcripc­ión pudo leer esa misma mañana en un periódico occidental, interpeló a Putin.

—¿Por qué Rusia no pudo dominar la operación militar especial, sobre todo el medio campo?

—No sé si has estado en la operación militar especial... ¿Sí? ¿Y has estado de espaldas a la operación militar especial? Si algo hemos hecho es dominar la operación militar especial, el centro del campo, las situacione­s de progresión, con un rival encerrado al máximo, con mucha calidad defensiva...

Serguéi volvió a quedarse mudo ante la prepotenci­a del dirigente ruso, al que no solo le incomoda la prensa, sino la gente que tiene la fea costumbre de leerla y de hacerse preguntas, incluso en voz alta. La arrogancia es un plato que se sirve en ‘streaming’, y por Twitch.

Tras el tiki-taka, Rusia y Ucrania están ahora en la tanda de misiles.

Luis Enrique no es más que la adaptación al medio futbolísti­co de un modelo de caudillism­o público –tolerado por la opinión pública, si no aplaudido, con una docilidad proporcion­al al grado de su síndrome de Estocolmo– que se extiende por todos los ámbitos y que se percibe a través la fatuidad de quien hace ‘streaming’ con lo que puede y lo que le dejan. El ‘no es no’ y el ‘solo sí es sí’ –alfa y omega de nuestro Gobierno de jactancia y progreso– no son más que expresione­s de esta nueva era de la humildad.

Escuchamos ahora a Pedro Sánchez, también inspirado por las últimas baladronad­as de Luis Enrique, entrenador en busca de banquillo e ‘influencer’ del sector del liderazgo. El jefe del Ejecutivo habla en las Cortes de la reforma del delito de malversaci­ón.

—Mi contrato se acaba, pero ya sabéis que estoy muy a gusto. Si por mí fuera, seguiría toda mi vida. Pero yo tengo que pensar qué es lo mejor para Pedro Sánchez y para España.

Luis Enrique no es muy distinto a todos esos dirigentes –en el PP tienen a Ayuso, petulancia fetén– que se empeñan en dejar escrita su propia historia. Que nuestro ‘streamer’ de hazañas de vestuario, desde ayer cesante, se exprese con la majestad de Mohamed Ali nos permite tantear el momento presente y entrever el futuro. Si no con la clarividen­cia de Leonard Cohen, con la de Rubi y Geri.

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