La academia en el diván
La cosa iba de sufrir. De sufrir mucho y, sobre todo, de que se notara
Hubo un tiempo en que algunos traumas tenían, exclusivamente, cierto prestigio literario. A lo más, servían para dar una pátina de reputación a artistas o creadores. Una infancia castigada, una colección de fracasos estéticamente dispuestos o incluso un dolor narcisista eran los ingredientes habituales del genio. Hablar desde el dolor era una máxima y el pesimismo intelectual era una afectación de calado. Una impostura gremial. No se podía ser inteligente si te gustaba el fútbol o si eras feliz con tus críos y con tu señora. La cosa iba de sufrir. De sufrir mucho y, sobre todo, de que se notara.
La impostura traumática, andando el tiempo, ha acabado por llegar a los campus universitarios, que es el lugar donde suelen precipitarse las modas en lo que respecta al mercado de las ideas. Esta predisposición traumática, con la que ya bromeaba Harold Bloom, también ha buscado cobijo en el ámbito de la investigación. Podría parecer exagerado pero basta un vistazo a los fondos que financian nuestro oficio para detectar una especial tendencia por estudio de la catástrofe y la negatividad. Así, no resulta extraño comprobar la frecuencia con la que se repiten determinados conceptos dolientes emparentados, idealmente, con una remota jerga psicoanalítica.
Casi todos los proyectos en humanidades hoy hablan de exilios, traumas, dolores, daños, exclusiones, catástrofes, violencia (¡o violencias!), fracturas o disrupciones. Esto último nunca supe exactamente qué es. En muchas ocasiones, para apuntalar la filigrana, la cuestión suele engalanarse con la cacareada ‘ representación’. Así, no es extraño bromear entre colegas y fabular títulos tales como ‘La representación del daño y sus narrativas a través del exilio’. Este exilio ya puede ser un exilio real e históricamente acontecido, una metáfora de lo solos que nos sentimos o la más insignificante nadería. Lo peor de todo es que para contarle al mundo lo mal que estamos, en el fondo, bastaría con exponerlo con franca sencillez. Pero en nuestros días, incluso a nuestra propia ruina, le exigimos un marco teórico.